Lo último Escuchar artículo

Con una receta que trajo desde Holanda creó una bebida que marcó a generaciones de argentinos

A finales de los años 50, un grupo de amigos rosarinos decidió emprender. Nada inusual para la época, aunque pocos logran trascender con una idea que se instale en la sociedad como lo hicieron e...

Con una receta que trajo desde Holanda creó una bebida que marcó a generaciones de argentinos

A finales de los años 50, un grupo de amigos rosarinos decidió emprender. Nada inusual para la época, aunque pocos logran trascender con una idea que se instale en la sociedad como lo hicieron e...

A finales de los años 50, un grupo de amigos rosarinos decidió emprender. Nada inusual para la época, aunque pocos logran trascender con una idea que se instale en la sociedad como lo hicieron ellos. Jorge Alberto Susini fue una pieza clave en ese grupo: ingeniero químico, docente en el Colegio Superior de Comercio y en el Industrial N°1, y apasionado por la industria láctea.

En 1957, junto a sus socios, empezó a explorar posibilidades para crear un proyecto en torno a la leche, que era y es un rubro fuerte en la región agrícola-ganadera de Rosario. Pero no buscaban armar un tambo o un negocio que se amoldara al contexto, sino que querían ir un paso más allá. Esa inquietud dio origen a Cindor.

Para reconstruir su historia, Ana Inés Susini —la menor de sus hijas— recurrió a los recuerdos compartidos con sus hermanas, María Elena y Adriana. Buscó “regresar en la memoria”, esa en la que Jorge tuvo el papel protagónico en la consolidación de un producto que volvió el centro de los desayunos, las meriendas y los recreos.

Por su carrera, y porque ya había participado en el diseño y la planificación de la planta Cotar —una láctea histórica de la ciudad de Rosario—, contaba con la experiencia suficiente para lo que iba a venir, para lo que buscaba: “Esa experiencia le permitió formar parte y fundar Cindor. Él fue desde el principio el ingeniero químico que la dirigió en todo lo referente a su productividad y control de calidad”, cuenta Ana.

Pero el papel de su padre fue más allá: la empresa, en realidad, empezó centrándose en la producción de leche blanca. Pronto, en 1958, viajó junto con su esposa, Nelly Woelflin, a Holanda, donde permaneció seis meses. Allá se formó y capacitó mejor en la industria láctea de esa región, que entonces estaba más desarrollada que la local. También en los chocolates.

Medio año en Holanda

“En esa época, Holanda era el centro referencial de toda industria láctea —recuerda Ana—. El objetivo con el viaje era aprender sobre esta para aplicar esos conocimientos en una planta que significara un cambio importante en la actividad, a nivel local y nacional”.

Por entonces, la leche en la Argentina se vendía a través del reparto diario. Venían en botella, como la versión original de Cindor, y antes de consumirla había que hervirla. Duraba poco. “La idea era cambiar eso: hacer una leche que pudiera comprarse en un almacén o supermercado, que no necesitara hervirse, que durara más y mantuviera su sabor”, continúa.

En Ámsterdam, Jorge conoció y se interiorizó en técnicas y procesos nuevos. Se quedó medio año aprendiendo todo lo necesario para “revolucionar” la producción local, y fue generando los contactos necesarios que lo ayudarían en ese proceso. También conoció un producto que lo sorprendió: la leche chocolatada ya lista para consumir, que en Holanda era muy popular. Le gustó, pero sabía que iba a tener que adaptarla al paladar argentino.

De regreso en Rosario, los socios de Cindor se propusieron, antes de incorporar el chocolate en la bebida, desarrollar una leche esterilizada, pasteurizada y homogeneizada. Esto implica que se pudiera envasar y conservar así durante más tiempo sin perder calidad. Era todo un hito en el momento: por primera vez, el consumidor podía comprar leche cuando y donde quisiera, sin depender del lechero.

Fue después de conseguir esto que llegó el gran salto que llevaría a Cindor a la verdadera popularidad: la chocolatada. “Antes de ponerla en marcha, mi padre hizo un estudio analítico de color, densidad y sabor. La de Holanda era demasiado espesa para el paladar argentino. En casa, todos fuimos conejillos de indias. Probábamos y opinábamos”, recuerda Ana.

Después de meses de ensayo y error, Jorge dio con la fórmula perfecta: “Antes de poner en marcha la producción de la leche chocolatada, mi padre hizo estudios analíticos de las características técnicas integrativas: color, densidad, sabor, etc. En esa época, todo provenía de Holanda”. Con el tiempo, también logró reemplazar el chocolate importado holandés por uno nacional, y llegó al sabor para “el gusto argentino”, que se difundió incluso en países limítrofes.

Hay varios comentarios actuales de consumidores en las redes que recuerdan esos tiempos. Por ejemplo, un usuario escribe: “La botella de vidrio costaba 7 pesos, yo se la pedía fiado al almacén de enfrente y me la bajaba en 3 segundos. El mejor gusto a chocolatada del mundo”. “La que se producía en Carcarañá (que llegué a tomar a principios de los 80) era Espectacular. Botella de vidrio y había que agitarla porque quedaba el chocolate adherido al vidrio en la parte de abajo”, rememora Marcelo. O Juan, que agrega: “Yo también tuve el privilegio de tomar Cindor en botella de vidrio de litro... lo más rico que había”.

“Un día —cuenta Ana— llegó con una chocolatada fabricada hacía diez años. Dijo: ‘La vamos a abrir y la vamos a tomar’. Todos dijimos que no, de ninguna manera. ¡Cómo íbamos a tomar una leche de 10 años! Pero la abrió, y la tomamos. Estaba impecable, tenía el sabor de la leche chocolatada”.

Expansión de la chocolatada

El emprendimiento comenzó en un galpón de la calle Buenos Aires, en Rosario, pero pronto quedó chico. La demanda crecía a medida que se popularizaba una leche lista para tomar y de fácil acceso. Así, decidieron construir una planta más grande en Carcarañá, a 50 kilómetros de la ciudad. Instalaron maquinaria importada de la fábrica Stork e incluso contaron con la supervisión del ingeniero holandés Tom Gezel, quien había llegado para instalarlas y controlarlas, y enseguida se convirtió casi en parte de la familia Susini.

“Recuerdo una torre enorme, altísima, donde iban las botellas para el proceso de pasteurización y homogeneización. Tenía un sabor diferente, te podía gustar o no, pero era una leche excelente y con una durabilidad impresionante”, resume Ana.

Otra ventaja con la que contaron entonces era la poca competencia en el mercado: las otras opciones de chocolatada eran las marcas Vascolet o Toddy, por ejemplo, que vendían el cacao molido para agregar y disolver en la leche. La Cindor venía lista para tomar, y así cambió el juego.

De todas formas, como cualquier proyecto que recién empieza, “el inicio fue esforzado y constante”, dice Ana. Los primeros años el público era reducido, porque seguían vigentes el reparto diario y la leche común, que era lo convencional. Pero de a poco se fue haciendo su lugar. La marca se estableció, sobre todo, entre la década del 60 y del 70, y en esos casi 20 años se fue expandiendo por todo el territorio nacional, en parte gracias a ese traslado de la fábrica, que permitió una mayor capacidad de producción.

Con el crecimiento llegó también la necesidad de modernizarse. Las máquinas y tecnologías se actualizaban constantemente, muchas veces con piezas importadas. “Sabían que en la Argentina era difícil subsistir, que todo era aleatorio, pero querían mantener la calidad”, explica Ana. Por eso también incorporaron nuevos aportantes de capital, para “sostener el nivel”, algunos de ellos, grandes compañías multinacionales.

Un legado familiar

Como muchas marcas emblemáticas, Cindor fue pasando por distintas manos: Mastellone —dueño de La Serenisima— y Danone. Pero para los Susini, este producto siempre fue una parte entrañable de la familia. Pese a esto, perdura un enigma: de dónde surgió el nombre. “No tenemos ni idea de dónde salió”, confiesa.

“La dedicación y la intensidad de mi padre fue tal que, en 1976, sufrió un infarto. Lo operó el doctor Favaloro y su equipo del Hospital Güemes. Esto le permitió recuperarse pronto y regresar a su ansiada actividad en la planta de Carcarañá”, destaca.

Iba todos los días, de lunes a viernes, incluso después de pasar por esa intervención quirúrgica. Ana resume esa pasión así: “Llevaba a Cindor en la sangre”. Es la metáfora de su vida. De hecho, cuenta, Jorge falleció el 14 de marzo de 1978, ahí mismo, en el que denomina su “segundo hogar”: la fábrica.

Hoy sus hijas lo recuerdan como un marido y padre ejemplar. Y también como el creador de un sabor que atraviesa generaciones: “En nuestra familia, a todos nos gusta la Cindor. Hijas, nietos y bisnietos. Lo mismo pasa con los amigos y sus familias. Y aunque hoy esté en otras manos, nuestro sentir sigue siendo el mismo: orgullo por saber que nuestro padre fue esencial para que la leche chocolatada llegara a la Argentina y siguiera vigente.”

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/con-una-receta-que-trajo-desde-holanda-creo-una-bebida-que-marco-a-generaciones-de-argentinos-nid05112025/

Comentarios
Volver arriba