Adrián Brown, el diseñador que eligen celebrities y figuras de la política
Se saben muchas cosas de él: gran diseñador, médico dermatólogo, personalidad destacada en su Dolores natal. También, que es uno de los elegidos a la hora de vestir celebridades; que sabe de ...
Se saben muchas cosas de él: gran diseñador, médico dermatólogo, personalidad destacada en su Dolores natal. También, que es uno de los elegidos a la hora de vestir celebridades; que sabe de ópera, de antigüedades, que tiene una mujer sofisticada y una hija llamada Eugenia que se está criando entre plisados y terciopelo, por ahora sin teléfono y lejos del universo wifi.
Pero hay mucho más. Adrián Brown, y pocos lo saben, también es pediatra y en algún momento fantaseó con ser cura. “Creo que empecé a decir que quería ser médico como respuesta fácil. Hubo algunos intentos en la familia y suponía que estaba bien ser el primero en conseguirlo. Pero en un momento entré en una situación especial: estaba muy ‘mambeado’ porque formaba parte de un grupo de Jóvenes por la Acción Católica. Tuve una crisis después del segundo año de medicina y me lo planteé“, confiesa.
–¿Cómo fue?
–Había pasado primero y segundo año, con todas las materias aprobadas en diciembre. Volví a Dolores tranquilo, pero entré en una especie de crisis vocacional. Tenía muchos sacerdotes amigos, y a todos nos metían la semillita de la vocación. Era un ambiente con muchos curas influyentes, jóvenes. “¿Dios no te está llamando?" Esa pregunta sobrevolaba y un poco me la acercaba ese núcleo. Cuestionaban que tuviera novia; me hacían sentir que eso de alguna manera no era compatible. Pero un viaje a Maipú, justamente visitando a un sacerdote muy querido que ya falleció, me hizo dar cuenta de que no era por ahí.
–El sacerdote que no te vio sacerdote...
–Y sí. Él era un tipo muy piola, así que enseguida me dijo: “Tenés que darle una vuelta a esto. No te dejes llevar por el tema del llamado. Bajá más a la tierra". Y empezó a contarme de su vida en el colegio de curas, del seminario, de las peleas que tuvo que librar. Me relató todo de un modo que me hizo comprender su vocación. Salí de ahí entendiendo perfectamente que yo no me veía dedicándole la vida a la religión.
–Entonces volvió la claridad, y con eso la medicina. ¿Pero el tema de la moda ya estaba ahí?
–Yo creo que siempre estuvo. El chiquito de Dolores que decía que iba a ser doctor ya pinchaba trapos desde los ocho años. La metía a mi hermana en el cuarto de retazos de mi abuela Delia y le hacía unos frunces, unas pinzas, le ataba una cinta. Tenía una precisión, sensibilidad y observación muy marcadas.
–¿Era una casa de mujeres elegantes?
–Mi mamá siempre fue más sobria, nunca le sobraba ni le faltaba nada. Hasta el día de hoy es así. Pero mi abuela tenía una cosa impactante, como más diva. Se ponía los aros bocha, se batía el pelo blanco, se pintaba los labios y era una cosa increíble. A la mañana la veías con una ropa y a la tarde con otra.
–¿Cuándo diste el gran paso?
–Terminé la carrera en La Plata, con mucha facilidad y buenas notas. Por momentos estaba a gusto, pero también me daba cuenta de que lo había elegido para zafar. La cosa es que me recibí, me vine a capital y entré en el Hospital Naval para hacer clínica médica. Pero un 23 de diciembre me harté, presenté la renuncia y me volví a mi pueblo.
–¿De qué te hartaste?
–No me gustaba el ambiente, había cosas que me incomodaban. Siempre sigo mis instintos. Y la vida me tenía preparado el lugar en donde aprendí muchísimo y fui muy feliz: el Hospital Alemán. Además, quedaba a cuatro cuadras de mi casa. Yo llegaba con el guardapolvo almidonado, los zapatos negros lustrados. Me recibí de pediatra y cuando fui al Garrahan, a rotar en dermatología, me encantó lo visual. Yo tengo memoria fotográfica, veía una lesión y no me la olvidaba más.
–Bueno, esa precisión en la mirada también explica tu profesión actual.
–Exacto. Yo veía todo y me quedaba de una forma realmente asombrosa. Así como veo el botón, la arruga, la costura que está mal, en medicina me pasaba lo mismo. Así que hice dermatología infantil, después la carrera de médico especialista, pasé por el Argerich y el profesor Edgardo Chouela, a quien conocí ahí, me llevó a trabajar con él. Entonces aparecieron los láseres en mi vida, el mundo de la estética.
–En la época en que empezaban los pinchazos para modelar caras: los ácidos, rellenos, toxinas. Era otra forma de diseñar, ¿no?
–Sí, pero nunca abusé, todo lo contrario. Me pedían cosas y yo les decía: “Esto va en contra de tu naturaleza y morfología. No te lo hago”. Y se iban ofendidas. En general la gente obsesiva con la estética es muy infiel. Así que no se hacían mucho problema. Y yo, interiormente, me estaba planteando el tema de la moda.
–Tomaste un curso con Elsa Serrano.
–Claro, la moda era un pensamiento recurrente. A mí se me venían imágenes, me la pasaba viendo colecciones, me compraba la Vogue. Así que me fui a lo de Elsa para hacer el curso de boceto y moldería. Fui dos años, de ambo, a la calle Mansilla. Ella me veía llegar en modo médico y me decía: “Sé consecuente, querido”. Hasta que hice mi primer desfile que se llamó Piel y seda, y ella estuvo ahí, aplaudiéndome.
–Ahora no tanto, pero existieron algunos “picanteos” entre diseñadores. ¿Cómo te mantenés al margen?
–Encuentro que son todas pavadas, celos infantiles. Yo atravesé la muerte de una nena de siete años, en mis manos, en una terapia intensiva. Y he visto partir varios bebés. ¿Sabés lo que es eso? Por eso no es que me la dé de superado, pero todo me parece muy liviano. Incluso lo que puedan decir de mí. En serio: no me preocupa.
–¿Admirás a alguien?
–A Gino Bogani. Toda la vida lo seguí y me impactó. Yo conocí las colecciones de Bogani antes de ver completa la obra de Yves Saint Laurent. Y siempre digo que él, si hubiera cruzado el charco, podría haber sido un personaje así. Realmente siempre contó moda. Lo siento un ser pluripotencial, con una cosa fuerte espiritual, que comparto.
–¿Es interesante o suma vestir a las primeras damas?
–Creo que la figura de la primera dama es algo antiguo. Eso de la “mujer adorno” no me inspira. Es un rol que ya está afuera. Lo hice con Juliana, y algún vestido para Fabiola.
–¿Qué pensás de cada una?
–Creo que todas –por lo menos acá– quieren ser Awada porque su imagen toma parte del inconsciente de las mujeres argentinas. Toma lo que se podría poner esa mujer arquetípica: el chupín ajustadito, la camisa blanca, el vestido un poco escotado, el pelo suelto, la delgadez. Es una mujer de fácil lectura. Lo otro, lo de Fabiola, fue el pedido de una estilista amiga. Ella se iba de gira y quería llevar un vestido de cada diseñador. Yo le dije que sí, pero le pedí que un vestido mío, por favor, puediera entrar al Vaticano. Y así fue. Le hice uno negro divino y hasta cedí la mantilla de mi abuela para que se cubriera el pelo. Pero después fue una decepción: cambió la mantilla por un casquete horrible, así que ni siquiera reposteé la foto.
–¿Y el vestido?
–Ah, eso sí. Lo tengo conmigo. Bendecido y con historias para contar a los nietos.