Alberto Kohan cuenta cómo se vivió el último levantamiento carapintada en el corazón del gobierno
El 3 de diciembre de 1990, cerca de las tres de la madrugada, Alberto Kohan, entonces Secretario General de Carlos Menem y uno de sus colaboradores de mayor confianza, recibió una llamada que camb...
El 3 de diciembre de 1990, cerca de las tres de la madrugada, Alberto Kohan, entonces Secretario General de Carlos Menem y uno de sus colaboradores de mayor confianza, recibió una llamada que cambió el curso de su día y, quizás, del país: “Tomaron el Edificio Libertador”, le dijeron. Treinta y cinco años después, desde la tranquilidad de su hogar, recuerda sin filtros cómo fue salir de Olivos armado, llegar a la Casa Rosada bajo tiros y enfrentar al último levantamiento carapintada.
-¿Cómo era el contexto previo al 3 de diciembre de 1990?
-Nosotros asumimos en el 89. Veníamos de la hiperinflación de Alfonsín, tuvimos tres “híper” en un mes. Había un escenario interno complejo. En la Argentina todavía existía la idea de que el golpe militar era la supuesta solución para todos los problemas.
Durante el gobierno de Raúl Alfonsín, entre 1987 y 1988, se sucedieron tres levantamientos carapintadas. En todos los casos, los sublevados reclamaban al presidente poner fin a los procesos judiciales por la represión a la subversión y “restaurar el honor” de las Fuerzas Armadas. El levantamiento del 3 de diciembre de 1990, bajo el nombre Operación Virgen de Luján, fue el cuarto y último de esos alzamientos. El episodio terminó con un saldo de 14 muertos, entre leales, rebeldes y civiles, y más de un centenar de heridos.
-Y el 3 de diciembre de 1990, cuando estalla el levantamiento carapintada, ¿recuerda dónde estaba? Imagino que en la cama…
-Sí, en la cama. Alrededor de las tres de la mañana me llamaron para avisarme que estaban ocupando el edificio Libertador y que había movimiento en el Albatros.
-¿Quién lo llamó?
-Gente de comunicaciones nuestra. Teníamos un muy buen sistema de inteligencia y, sobre todo, de comunicaciones: escucha de comunicaciones muy eficiente. Para prevenir las cosas. Ya veníamos días antes captando comunicaciones raras.
-Después de ese llamado que le dicen “Tomaron el Edificio Libertador”, ¿qué hizo?
-Ahí hablé con el Presidente. Teníamos línea punto a punto: levantabas el tubo y le sonaba directo a él, sin disco.
-¿Lo despertó?
-No me meta en la vida del presidente… (risas) Lo llamé, le expliqué la situación y me dijo: “Venite para acá”. Me fui a Olivos. Ya había movimiento ahí. En Olivos tomamos un auto: el presidente, el jefe de la custodia, el administrador de Olivos, Meirino, y yo. Éramos cuatro. Salimos para la Casa de Gobierno. Me acuerdo que pasamos por Aeroparque y el presidente me dice: “Alberto, esto hay que terminarlo ya”. Yo creí que hablaba del golpe militar… y se refería al tema de la aeroisla, realmente quería hacerla. Pensábamos en todo a la vez.
-En ese traslado se dice que Menem iba con una pistola. ¿Es cierto?
-Sí, es verdad. Llevaba una pistola en el auto. Y yo también. Yo la sabía usar un poco más que él (Sonríe). Me acuerdo que Menem iba cargando la pistola en el auto y yo tenía más miedo a la carga de Menem que a los militares (Risas). Es que uno piensa todas las posibilidades.
-Podrían haberse quedado en Olivos, dirigir todo desde ahí.
-Sí, podríamos haber dicho: “Nos atrincheramos en Olivos y listo”. Pero esa no era la idea de Menem. Menem dijo: “Vamos allá”. Y allá fuimos. Estaba ejerciendo el poder. Él ejercía el poder, no lo compartía. Para eso te eligen.
“Los tiros ya se escuchaban cuando llegamos”-¿Qué se encuentran cuando llegan a la Casa Rosada?
-Cuando llegamos ya había tiros. No me acuerdo entre quién y quién, pero había tiros. Entramos a la Casa de Gobierno y me avisan que los sublevados querían hablar conmigo.
-Carlos Menem contó, en distintas entrevistas, que encontró a sus asesores “cuerpo a tierra”. Siempre destacó que él no se tiró al piso.
-No, no recuerdo que haya sido así.
-Entonces, fue al Edificio Libertador.
-Fui con mi chofer, un hombre que era de la Policía Federal, subimos al auto y nos fuimos al Edificio Libertador. La irresponsabilidad, bah creo que era la pasión, las ganas de hacer cosas. Además era parte de mi trabajo, claro. Le avisé a Menem: “Doctor, me voy para allá”. “Andá, andá”, me respondió.
-¿Qué pasó cuando llegó?
-Me recibió un suboficial que después apareció en varias fotos, con la cara toda pintada, con una itaca [NdE: el sargento Guillermo Daniel Verdes) Después lo mató un francotirador. Estaban todos muy excitados... Ahí hablé por teléfono con uno de los oficiales a cargo, Breide Obeid. La verdad es que tenían mucha confusión sobre lo que querían: reivindicación de las Fuerzas Armadas… No lo tenían muy definido. Nosotros ya habíamos indultado. Les dije que iba a hablar con el Presidente. Afuera seguían los disparos.
-¿Qué le dijo Menem cuando usted le transmitió los reclamos?
-Yo volví a la Casa de Gobierno, le conté lo que me habían dicho y él me miró y me dijo: “Avisáles que es rendición incondicional”.
-¿Así, con esas palabras?
-Sí, sí: “Rendición incondicional. Si no, degüello”. Muy tranquilo. Yo lo escuché. En el despacho de él, con más gente presente. Después hablé de nuevo con la gente del Libertador, ya no volví físicamente. Les transmití: “El presidente dice que es rendición incondicional o degüello”. Contestaron cualquier cosa, daban vueltas… y en un momento cortamos, porque no se podía seguir hablando.
-¿Qué hizo después?
-De ahí me fui a Patricios. Ahí habían matado a Pita y a Pedernera. Eso me dio mucha bronca. Los mataron por la espalda sus propios camaradas. Estuve con el jefe de Patricios, el jefe de los leales, viendo cómo estaba la situación. Patricios no estaba sublevado como conjunto; había un edificio tomado. Frente al Edificio Libertador había francotiradores del Ejército leal, con orden de disparar.
-¿Incluso matar?
-Hay una sola forma de disparar.
-...
-Cuando tenés que hacer las cosas, las tenés que hacer, sin miramientos. Eso lo dijo Josemaría Escrivá de Balaguer, si no, no hubiera existido ni Santo Tomás ni Santa Teresa. Y ojo: no soy del Opus, eh. (sonríe). Había que hacer lo que había que hacer... si no, todavía tendrías los tanques de Alais (NdE: en Semana Santa de 1987, el general Alais recibió la orden de salir desde Rosario con una columna de tanques para reprimir el levantamiento carapintada en Campo de Mayo, pero su convoy avanzó tan lento, con tantas demoras y dudas, que nunca llegó a intervenir). Era la primera vez que se reprimía de verdad, con decisión política clara y fuerzas leales obedeciendo al poder civil.
-Alfonsín también, en su momento, dio la orden pero no le obedecieron
-Hubo una diferencia de conducta: cuando fue el golpe de Alfonsín él convocó a todos los gobernadores, la gente a la Plaza de Mayo, él fue a Campo de Mayo; Menem me acuerdo que comió solo en su despacho y la única orden que dio era que había que terminar con eso.
-Usted habla todo el tiempo de “golpe de estado”. Los carapintadas insisten en que no fue solo una sublevación contra los mandos, que no marcharon contra la Casa de Gobierno…
-Para la historia nuestra fue un golpe de Estado. Un golpe contra el poder constitucional. Y eso no lo podés permitir nunca. Fue el último golpe de Estado que hubo en Argentina. Nunca más hubo golpes de Estado después de eso.
-¿En algún momento se pensó en convocar a los gobernadores?
-No. Menem apeló a la fuerza real que él tenía, que eran las instituciones: el Ejército, la Prefectura, la Marina... Hay que recurrir a los organismos del Estado cuando alguien se levanta contra el Estado. La fuerza tiene que ser un monopolio del Estado, sino es un descontrol. Hay algo que Menem nunca compartió ni cedió: el poder. Creo que eso fue que tomara las decisiones que tomó.
-¿Tuvieron miedo ese día? ¿Existía algún temor concreto?
-No. Menem decía que él sólo le temía a Dios. Vos podés decir: “Eso es soberbia”. No. Es la vorágine del poder. Estar en un gobierno diez años y medio es como ir en un túnel a 500 kilómetros por hora: casi no ves para los costados, ves para adelante. Y además, Menem venía de estar seis años preso durante la dictadura. Fue tres veces gobernador... No le teníamos miedo a nada. ¿Irresponsabilidad? Puede ser. Pero para gobernar tenés que ser un poco irresponsable.
-¿El poder embriaga?
-El poder no te embriaga, a veces te confunde. Yo siempre lo comparo con la Fórmula 1: tenés que acelerar en las curvas. Si te sale bien, sos Schumacher, campeón del mundo. Si te sale mal, sos Senna y te matás en una curva. Pero lo que no podés dejar de hacer nunca, si querés ser campeón del mundo, es dejar de acelerar.
-Esa semana llegaba George Bush al país, ¿se pensó que podía cancelar el viaje?
-Todos le aconsejaban que no viniera. Y él dijo: “Voy”. Y esa decisión de venir es algo que siempre le reconocimos con Menem. Yo hablaba con el jefe de Gabinete de Bush, que era amigo, asegurándole que el presidente argentino tenía claras las decisiones y que íbamos a garantizarle la mayor tranquilidad posible. Y vino. Jugamos al tenis en Olivos el 5 de diciembre. Tengo la foto en el escritorio. Para nosotros fue un aval muy importante.
“El poder no se comparte con nadie”-¿Cuál era la relación de Menem con Seineldín?
-Mirá, Seineldín para mí fue un gran soldado y un muy mal político, un mal ciudadano. Menem habló varias veces con él, sí, pero no había una relación especial. Aunque no lo creas: he conocido muchos coroneles que se arrimaban, porque Menem era un tipo muy accesible.
-¿Y con Zulema? ¿Era ella una especie de promotora de él?
-Zulema tenía buena relación con Seineldín, sí. Yo creo que eso venía de las raíces árabes, de una afinidad cultural. Pero lo peor que podías hacer con Menem era tratar de imponerle algo. El poder no se comparte con nadie, ni con la mujer. Eso lo decía siempre él y con mi mujer siempre nos reíamos cuando lo repetía.
-Sin embargo, a Seineldín no lo indultaron ustedes, lo indultó Duhalde.
-Nosotros hicimos un indulto general: guerrilleros y militares. Quedó claro que era para no repetir la historia, no para habilitar nuevos levantamientos. Todo el que después se levantara contra el orden quedaba afuera de esa lógica. Seineldín fue condenado a perpetua y estuvo doce años preso. La justicia funcionó.
-¿Cómo quedó la relación de Menem con las Fuerzas Armadas después del 3 de diciembre?
-Bien. Hubo depuraciones, hubo graduaciones, entrega de sables… Menem fue un conductor reconocido por todos, inclusive por las Fuerzas Armadas. Menem había dado una orden que yo se la transmití al Juliá: si al mediodía no se habían rendido, había que bombardear el Edificio Libertador. “Más vale que arranquen los aviones”, le dije, “porque ya tenemos la historia de los tanques de Alí que nunca llegan”.
-Usted siempre estuvo en contacto con los militares, con la distancia del tiempo, ¿hubo reclamos o los tiene ahora?
-Sé que alguno, por ahí, puede no quererme mucho, pero no he tenido ningún reproche, creo que los mayores reclamos de los militares son con Balza que fue nueve años jefe del Estado Mayor General del Ejército. Hasta el día de hoy me veo con generales retirados y no hay reproches. También tuvimos gestos: fuimos a la guerra del Golfo, mandamos barcos. Con Menem fuimos a Kosovo, yo estuve en Yugoslavia... poníamos a nuestras Fuerzas en un plano internacional y las poníamos a hacer algo. Eso para las Fuerzas Armadas fue un reconocimiento importante.
Alzamiento Carapintada Edificio Libertador-Regimiento Patricios 1990-Una de las críticas al gobierno de lo que pasó aquel día fue que ustedes sabían que se estaba gestando y no hicieron nada para detenerlo. Que, de haber actuado antes, se podrían haber evitado las muertes.
-Tener información no significa que puedas salir a detener gente a lo loco. Si vos, con datos de inteligencia, te adelantás antes de que pase nada y metés una purga de militares y civiles... ¿y si después no pasa nada?
-Se cuenta como verdad que Hugo Anzorreguy, jefe de los servicios de inteligencia, le había adelantado la fecha con precisión. “Es el lunes, Carlos”, le habría dicho.
-Teníamos mucha información. El sistema de escuchas era tan bueno que incluso detectamos a varios funcionarios de nuestro gobierno que durante el golpe carapintada llamaron a distintas embajadas pidiendo asilo político.
-¿Nos va a contar quiénes fueron?
-No, no hace falta.