Así fue el primer sorteo de la historia de la Copa del Mundo, en 1930
Nunca hay que subestimar el humor de una persona. Menos cuando se acaba de bajar de un barco después de más de 20 días de tedioso viaje. Todavía afectado por mareas y mareos, es razonable enten...
Nunca hay que subestimar el humor de una persona. Menos cuando se acaba de bajar de un barco después de más de 20 días de tedioso viaje. Todavía afectado por mareas y mareos, es razonable entender, casi cien años después, el estado de ánimo de Oscar Vankesbeeck, abogado graduado con derechos en la Universidad de Bruselas, Ministro de Colonias de Bélgica y presidente del Banco Nacional. Un hombre que casi nunca dejó de comportarse con la elegancia que debía distinguir a un integrante de la alta sociedad belga. Pero cuando se enteró, como jefe de la delegación, de que su seleccionado no sería considerado cabeza de serie en el sorteo del Mundial de 1930, perdió la línea. Tuvo que ponerse de pie y hablar con severidad.
Por eso se disculpó de antemano. Con tono firme, se dirigió a Jules Rimet, presidente de la FIFA y a cada delegado presente en el salón de sesiones de la Asociación Uruguaya de Football, en Montevideo. Se descargó así: “Sin desconocer los deberes de caballerosidad y cortesía que impone el hecho de hallarse en suelo extranjero, entiendo que Bélgica debe ser tenida en cuenta para encabezar una de las series en razón de sus últimas performances internacionales y en mérito a la circunstancia de haberse clasificado campeón olímpico en 1920, situación de privilegio que no disfruta ni Paraguay ni los Estados Unidos”.
Sí... eso fue todo. Las polémicas se resolvían de esa manera en aquel mundo. Esas palabras fueron las más tensas del sorteo del primer Mundial. La petición se escuchó y no se dio lugar al reclamo. El día anterior, lo había anticipado Rimet cuando dijo que el procedimiento no iba a ser “el más legal”.
La explicación la dio en una entrevista con el enviado especial de LA NACION, en la que siempre se mostró prudente respecto del éxito que pudiera tener el campeonato. “En Europa los torneos de fútbol interesan si se desarrollan en su país –argumentó Rimet–. Cuando se sale de sus fronteras el interés es menor y decrece mucho más cuando se va tan lejos”. Apenas cuatro naciones europeas se habían animado a internarse en la aventura americana: el ya mencionado Bélgica, Francia, Rumania y Yugoslavia. Eso le quitaba fuerza al certamen.
La revista deportiva argentina La Cancha, se destacaba por tener el tono más popular de la época. Incluso más que El Gráfico. Y estaba en el extremo contrario al que transmitían LA NACION Y La Prensa. En esta entretenida (y a veces algo alocada) revista, se escribió: “Es un panamericano con el añadido de algunos otros países de fuera del nuevo continente. Adhesión tan limitada que no basta a dar al certamen la vastedad de mundial que se pretendía”.
Aunque esos pensamientos no fueron expresados en los grandes medios, llegaron a los oídos de los dirigentes de la FIFA. Lo pensaba mucha gente. Era la primera experiencia y tenían miedo del fracaso económico. Necesitaban vender entradas, justificar la construcción del impactante estadio Centenario, el costoso traslado de delegaciones. Por eso aceptaron que el sorteo tendría… pocas cosas para sortear.
Rimet continuó con la explicación: “Nosotros pensábamos en un sorteo total, entrando todas las naciones en el mismo. Eso sería lo más legal. Pero reconocemos las dificultades que entrañaría ese sistema. En caso de que la Argentina y Uruguay no pueden enfrentarse en los primeros matches... El torneo perdería interés. Es lo que debemos evitar”, aceptó.
La ausencia de varios países presentaba otro problema. No había manera de armar grupos de forma equitativa con 13 equipos... un número primo.
Rimet, el ingeniero húngaro Maurice Fischer (vicepresidente de la FIFA), y comisario general del Comité Organizador, Raúl Jude (presidente de la AUF y cónsul de la FIFA por América del Sur), condujeron el acto en el que no estuvieron los delegados argentinos, aunque sí los periodistas, por lo que se registró cada detalle.
El 7 de julio de 1930 el sorteo se hizo en cuatro pasos:
Se estableció que serían cinco los cabezas de serie: la Argentina, en el Grupo 1; Brasil, en el 2; Uruguay, en el 3, y los Estados Unidos y Paraguay, en el 4. “Es una designación que guarda razones deportivas. Y está inspirada en preceptos del estatuto y con el deseo de asegurar la equivalencia de fuerzas”, se defendió Rimet por lo que sabía que era la arbitraria elección. Se definió que los países europeos no se cruzaran en la primera rueda. Rimet escribió entonces los nombres en cuatro papeles. Los dobló y se los dio a Fischer, que los echó dentro de una copa de plata que Jude acercó desde una vitrina. El primer nombre que retiró el húngaro fue el de Francia, que fue derecho al grupo de la Argentina (1). Luego siguieron Yugoslavia (2), Rumania (3) y Bélgica (4).Luego se sorteó a los tres equipos sudamericanos que salieron el siguiente orden: Chile (1), Bolivia (2) y Perú (3). El del 4, Paraguay, ya había sido ubicado “a dedo” con los Estados Unidos, para no cruzarse con los otros tres cabezas de serie sudamericanos.Por último, se pusieron los números del 1 al 4 para saber cuál sería el grupo con cuatro seleccionados… y salió el 1, por lo que le tocó a la Argentina.Un par de días después, La Cancha tituló en su apertura: “¿Hubo acomodo en el sorteo del Mundial?”. La nota estaba firmada por un periodista en Montevideo que utilizaba el seudónimo “Equis”. Citaba en off a uno de los delegados argentinos: “Si en el sorteo del fixture no ha habido acomodo por parte de los uruguayos, no se puede negar que su tradicional ‘tarro’ se ha puesto en evidencia”, se lamentaba.
No había “bolas frías”, todavía. Pero más de uno supuso que el doblez de algún papel podía haber determinado la “mala suerte” de la Argentina, el rival más duro que tenía Uruguay. Casi todos daban por hecho que la final la jugarían los mismos equipos que dos años antes habían definido los Juegos Olímpicos de Amsterdam, con una victoria de los charrúas.
Unas horas después del sorteo la delegación argentina se subió al vapor que lo llevaría a Montevideo. Sabían, en ese momento, que les había tocado el único grupo de cuatro equipos y que arrancaban con desventaja deportiva. Lo que no sabían es que los dirigentes de Chile, Francia y México, que sí estuvieron presentes, habían armado un fixture que lo obligaba a jugar los tres partidos en siete días, con apenas dos de descanso entre encuentro y encuentro.
Naturalmente protestó la Asociación Argentina, pero apenas consiguió que entre el primer y el segundo encuentro le dieran tres días de descanso. Fueron tres partidos en ocho días: el 15 de julio, ante Francia (1-0); el 19, frente a México (6-3), y el 22, contra Chile (3-1).
El día del sorteo, la asamblea también aprobó la confección de mil afiches para que se peguen por toda la vecina ciudad de Buenos Aires. Había que alentar a los argentinos a cruzar el charco para que el certamen no fuera un fiasco. Necesitaban público en las canchas.
Ya bastante mal estaba la situación porque el tiempo se había ensañado con lluvias copiosas y un frío que demoraba el fraguado del cemento en las tribunas del estadio Centenario. Los corresponsales europeos, tras visitar las obras enviaron despachos lapidarios y ponían en duda el comienzo del torneo, que se había estimado para el día 13 de julio. La FIFA envió un comunicado para desmentir a los periodistas.
Al final los corresponsales tuvieron algo de razón, porque el torneo empezó ese día, pero los primeros encuentros fueron en Pocitos y en el Parque Central. El resto de la historia es más conocida. Vankesbeeckse fue apenado con Bélgica, que sufrió dos derrotas… justo ante los equipos que había considerado menores (EE.UU. y Paraguay). Después la selección argentina le ganó en semifinales a los Estados Unidos por 6 a 1, mientras que los uruguayos eliminaron a Yugoslavia por el mismo marcador. La final fue para los locales (4-2). Fue el 30 de julio, apenas 23 días después de aquel sorteo no tan legal.