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Beatriz Sarlo, en clave de jazz

“Love for Sale es el disco con el que hay que empezar a escuchar a (Cecil) Taylor, como hay que empezar a leer a (Juan José) Saer por Cicatrices”. La sugerencia no viene de un crítico de jazz...

Beatriz Sarlo, en clave de jazz

“Love for Sale es el disco con el que hay que empezar a escuchar a (Cecil) Taylor, como hay que empezar a leer a (Juan José) Saer por Cicatrices”. La sugerencia no viene de un crítico de jazz...

“Love for Sale es el disco con el que hay que empezar a escuchar a (Cecil) Taylor, como hay que empezar a leer a (Juan José) Saer por Cicatrices”. La sugerencia no viene de un crítico de jazz, sino de Beatriz Sarlo y figura hacia el final de No entender, las escuetas memorias aparecidas poco después de su muerte, en diciembre pasado. Es una de las pocas recomendaciones críticas que se permite Sarlo sobre ese “arte del siglo XX”, el jazz que, como el cine, dice deberle a Rafael Filippelli, su pareja de décadas.

Los intereses de Sarlo eran amplios. El título consigna con claridad qué guiaba su curiosidad. Sin embargo, la mayoría de los comentarios sobre su libro póstumo, que busca “evitar el sentimentalismo cheap” y sonar “duro y nítido”, se centró en su supuesto autorretrato como intelectual pública –cuando en el libro se abstiene de manera declarada a explayarse, por ejemplo, sobre su vida política– y no en esos intereses que la pintan de manera más cercana.

La desalentadora noticia de que su colección de discos de jazz (y de Filippelli) apareció diseminada en una disquería –y que llevó al más amplio interrogante sobre el destino de su herencia– permite al menos recordar y reivindicar su entusiasmo contagioso por la música en general, y por ese género en particular.

Su local preferido de jazz en Nueva York era el Bradley’s, donde ‘el silencio se imponía metódicamente’

Sarlo llegó a aquella conclusión sobre Cecil Taylor (vanguardista pianista de free jazz), casi como una iluminación, durante un set de otro pianista, Adrián Iaies, que estaba siendo grabado en vivo. El concierto del argentino le permite también algunas reflexiones sobre la improvisación y la originalidad de sus riesgos: “Nadie puede salvarlo –dice sobre Iaies ante el teclado–: está solo con lo que escucha antes de tocar, con lo que sabe o no sabe del todo que va a tocar”. Algo similar le ocurre –Sarlo entendía, claro, el quid del jazz– al que escucha, “pendiente de una invención musical en la que nadie vendrá a ayudarlo”.

Una ventaja de esas páginas sintéticas es que evitan el name-dropping, no se atiborran de nombres. A BS le interesa tal vez más transmitir su experiencia de los locales que frecuentaba. En Nueva York, revela, su lugar para escuchar música era el Bradley’s, que descubrió en 1985. No había otro sitio en Manhattan como ese pequeño espacio del Greenwich Village (hoy ya desaparecido) “donde la música fuera tan escuchada y el silencio se impusiera tan metódicamente”, con las mesas a la vera de los intérpretes. Tan leal era a Bradley’s que llegó a viajar desde Washington solo para escuchar una noche a Kenny Barron en el piano y Eddie Gomez en el bajo.

La otra cara de la moneda, por la que no parece tener simpatía, es el famoso (y más turístico) Blue Note. Ahí fue testigo de una escena que le resulta sintomática. Con la boquilla ya en los labios, el trompetista hace una pausa, chequea los mensajes del celular, lo apaga y solo entonces da inicio al concierto. ¿Hay algo más opuesto al ritual del jazz?

Un último detalle, que revela su sensibilidad jazzística, a la que se suman las inevitables intuiciones de la crítica cultural que era: Jason Moran, en el Village Vanguard, en 2012, tocando un insólito Body and Soul “introvertido y repetitivo” (los curiosos pueden encontrar una versión de estudio en las plataformas) “que sonaba como si acabara de escribirse”. El concierto –que incluyó la improvisación de Moran sobre un reportaje grabado con el legendario Fats Waller y la iluminación de las fotos de músicos en las paredes– convertían todo en “una especie de clase sobre el jazz como trabajo con el pasado”.

Sarlo escribió más sobre música contemporánea –ahí está su devoción por Morton Feldman, cerrando el libro–, pero el jazz era un ritmo de fondo poco menos que orgánico. Spotify –descubre sin demasiada sorpresa– le recomienda obras de Feldman, pero nada de jazz porque en ese terreno se las arreglaba muy bien sola. Tenía a mano, claro, toda aquella discoteca que hoy transita un destino incierto.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/beatriz-sarlo-en-clave-de-jazz-nid26062025/

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