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Cecilia Ferreiroa: “En las situaciones cotidianas se encuentran cifrados los grandes problemas”

Después de los libros de cuentos Señora Planta y La parte enferma, en su primera novela Cecilia Ferreiroa (La Plata, 1972) viaja al pasado familiar: tíos, tías, padres, primas y abuelos son ret...

Cecilia Ferreiroa: “En las situaciones cotidianas se encuentran cifrados los grandes problemas”

Después de los libros de cuentos Señora Planta y La parte enferma, en su primera novela Cecilia Ferreiroa (La Plata, 1972) viaja al pasado familiar: tíos, tías, padres, primas y abuelos son ret...

Después de los libros de cuentos Señora Planta y La parte enferma, en su primera novela Cecilia Ferreiroa (La Plata, 1972) viaja al pasado familiar: tíos, tías, padres, primas y abuelos son retratados con la lengua precisa y musical de Ceci, la voz narrativa que alterna la primera persona del singular con la del plural y que sabe que las palabras cumplen un papel muy importante en la transformación del mundo. En Nombre de familia (Emecé, $ 24.900), los personajes se despliegan en casas, jardines, calles y restaurantes de La Plata y Ciudad de México, donde Ferreiroa debió exiliarse con su madre y su hermana cuando era una niña, tras el golpe de Estado de 1976. Uno de los hermanos de su madre murió asesinado por los militares y su abuela materna fue una de las fundadoras de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos en La Plata. La ficción se basa en la historia real de la familia de la autora, que fue perseguida por la dictadura.

Los nombres y apodos de los personajes cumplen un papel clave en la configuración del universo de Nombre de familia y a la vez “nombran” los capítulos dedicados a los integrantes del clan. “La novela surgió a partir de la exploración del vínculo con diferentes miembros de mi familia, en especial con tías y tíos, aunque también con mi abuela -dice Ferreiroa a LA NACION-. Está narrada fundamentalmente desde la mirada de una niña. De forma fragmentaria, como retazos, se van contando distintos aspectos de la historia de esa familia: el exilio, su particular forma de desajuste con el mundo, su rebeldía, su militancia, su transgresión, la manera en que viven lo que les pasa, en la que afrontan las tragedias, el peligro, el amor. Cierta ética común de vida, un nosotros familiar”.

Ferreiroa eligió una temporalidad espiralada, desobediente de la cronología, para contar la historia. “El mundo nos impulsa a producir muchos eventos, a tener muchas cosas para mostrar y avanzar precipitadamente, y yo quería hacer lo contrario -sostiene-. No quería ser impulsada por la lógica del avance de una peripecia, sino trabajar con la persistencia: quedarme rondando en algunas circunstancias de la vida de cada personaje, en detalles del vínculo o en frases entrecortadas o sueltas que la narradora escucha de ellos o de su madre, y ver qué iba pasando. Me parecía que el libro requería una estructura más fragmentaria y sin un orden consecutivo. En ese sentido, es inevitablemente inacabado e informe: las diferentes situaciones que se relatan pueden cambiarse de lugar”.

Este domingo, a las 17, en La Libre (Chacabuco 917), la autora leerá fragmentos de su novela en el ciclo Locus Amoenus que coordinan Andrea Donnini, Silvana De Ingeniis e Isabel Vasallo.

-La novela se asemeja a un álbum familiar y, de hecho, la fotografía tiene un lugar destacado.

-En un momento aparece una larga sesión de fotos de la narradora, Ceci, con su tía Cecilia, en la que me pareció importante detenerme, como una forma de contar el vínculo entre ellas, lo vivo de ese momento. Aparecen también algunas fotos que son de diferentes momentos de la familia, y que para la narradora son significativas. Quizás la importancia que tienen en mí, y que me lleva a tenerlas como material para poner en la novela, se conecta con que no tenemos muchas fotos de todos juntos por las diferentes persecuciones y exilios. Las fotos con mis primas y primos quedaron anudadas con los momentos escasos en los que nos reuníamos, con esa infancia que no pudimos vivir juntos más que en forma salteada.

-¿Cómo fue el proceso de ir de la realidad de tu familia a la familia “literaturizada”?

-Para mí la escritura es una forma de salirme de mí misma. Se trata de la construcción de una narradora, de una voz que, a la vez, siempre tiene consecuencias en mí, en lo que voy siendo o pensando. Más allá de que muchos de los materiales provinieron de recuerdos o relatos de mi familia y otros que fui inventando en la misma escritura, el problema fue qué me llevó a pensar o a descubrir, qué tono fui construyendo, qué cosas nuevas aparecieron, cómo fui pensando la narración y la forma. Eso siempre resulta revelador y transformador. Pero no se reinventa todo, quizás apenas nos desplazamos un poco.

-¿Qué características tiene la voz narrativa?

-Mantiene algo que todavía me sigue interesando al escribir y que tiene que ver con poner a la vista sus maneras de ver y de oír y sus propias limitaciones. En la novela, la narradora no es la que mejor recuerda, no es la que más conoce a su familia; no aparece tampoco como brillante, y eso pone en cuestión, desde el principio, la posibilidad de construir una historia familiar, algo que no me interesaba hacer. Todo está mediado: por lo que la madre le va diciendo o señalando de la familia, por la construcción que hace la abuela de un nosotros familiar y por la mirada de la narradora. También, por libros que leí y que estuvieron en el horizonte mientras escribía, en particular Léxico familiar, de Natalia Ginzburg, y En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, que, entre tantas otras cosas, reflexionan acerca de las continuidades y variaciones que se producen en una familia.

-¿Por qué todos o casi todos los personajes están descriptos de un modo favorable?

-Para mí era interesante narrar aspectos concretos del vínculo de la narradora con cada miembro de su familia con particular amor, como una manera de reconocer también aquello que sembraron en ella, el entramado que la formó desde su infancia como ser humano, algo que la acompañaría toda la vida, para bien y para mal, como un legado. Es un intento de pensar el carácter relacional de nuestro yo, de mostrar que siempre estamos entramados con otros, que nunca nos definimos o vivimos en soledad. Si bien el eje está puesto en el narrar amoroso del vínculo, hay una distancia que está siempre presente: la posibilidad que tiene la narradora de mirar con extrañeza, de hacerse preguntas o de hacer una crítica más clara y de ver cosas que no están bien de su familia.

-¿Cómo fue tu experiencia como hija de una exiliada por razones políticas y qué aprendizaje tuviste?

-El exilio es una parte de mí y algo sobre lo que reflexiono, que tiene efectos en mi vida actual y dejó marcas. En algunos casos, las primeras palabras que vienen a mi mente son las que usaba cuando era chica en México. Algunas son incomprensibles acá en Buenos Aires, entonces tengo que frenarlas o decir las locales. Eso es parte de mi lengua, las palabras de mi infancia siguen vivas y se han vuelto una especie de tesoro. Haber pasado la infancia en un país extranjero, lejos del resto de mi familia -aunque en México estaba también un tío, que fue muy importante, y años después llegó otra tía-, está anudado con cierta extrañeza. El D. F. me resultaba muy interesante y también abrumador y ajeno. Al regresar a Argentina también me sentí extranjera y noté la violencia que permanecía cuando algunos decían que había sido una guerra y que los desaparecidos “algo habían hecho”. Fue un impacto muy fuerte, violento, que viví como algo peligroso. Siento que esa violencia y ese peligro permanecen. También permanece la sensación de no ser del todo parte, de ser un poco extranjera. Y, justamente, ese desarraigo del exilio me llevó a buscar arraigarme en la Argentina. La escritura tuvo un lugar central en poder entender todo esto como mi experiencia del exilio.

-¿Cómo ves la batalla cultural del Gobierno en materia de cultura y derechos humanos?

-No hay una política de derechos humanos, sino un desmantelamiento de lo que existía en esa materia. Detrás de la afirmación, nada nueva, sobre la “historia completa”, están los mismos sectores de siempre con los intentos de impunidad ya conocidos. En definitiva, les molesta que muchos represores hayan sido condenados y sigan siendo juzgados por sus crímenes. También quieren evitar que se avance sobre la complicidad de los empresarios que fueron parte del entramado represivo y que se beneficiaron la dictadura. El intento de instalar que fue una guerra, que fueron dos demonios, que no fueron 30.000 es algo que vuelve. Por eso, hay que seguir pensando qué modelo de país impusieron y cuál necesitamos construir. Trato de leer a quienes lo discuten, lo estudian y lo piensan con seriedad, sin falsos eslóganes.

-¿Tu familia leyó la novela? ¿Qué pensás del uso de historias personales en literatura?

-Mi familia está muy emocionada con el libro. A mí me parece que lo importante es siempre lo que sucede en cada texto, su fuerza, su riqueza, el particular mundo en el que nos introduce, la capacidad de llevarnos a mirar de otra manera y hacernos preguntas, su desajuste con lo esperado. Lo interesante es la manera en la que se construye en la escritura literaria un universo posible, distinto.

-¿Cómo fue el paso de escribir cuentos a escribir una novela y publicarla en un gran grupo editorial?

-Mi experiencia con Emecé fue muy buena desde el principio, me sentí muy acompañada, con mucho respeto y entusiasmo por mi libro de parte de todo el equipo y, en especial, de Ana Ojeda, la editora. El pasaje de un libro de cuentos a una novela, en este caso, se dio en forma natural, porque se trata de personajes que pertenecen a la misma familia.

-¿Cuáles dirías que son tus temas y búsquedas literarias?

-Intento llevar a cabo búsquedas diferentes cada vez. Muchas veces escribo contra lo que escribí antes; otras, simplemente con nuevas preguntas o problemas, pero, a pesar de eso, hay cosas que permanecen. Mantengo el interés en los vínculos entre los personajes, en el intento de situar a quien narra y, en cierta medida, ponerlo en cuestión, dándole al lector la posibilidad de tener una mirada crítica. Me interesa poner el foco en cosas pequeñas, no en los grandes temas o grandes acontecimientos: una especie de ética de lo menor, del detalle aparentemente insignificante. Algo que sigo pensando desde que empecé a escribir es que en lo pequeño, en las situaciones cotidianas, que no son excepcionales, se encuentran cifrados los grandes problemas, las preguntas que importan. Solo hace falta una cierta mirada extrañada, interrogativa sobre el mundo, para que queden flotando muchos de los problemas centrales.

-¿En qué trabajás actualmente?

-Por una lado, en la revista La Forma Breve, una revista digital de escrituras literarias diversas y de imágenes, que dirijo con Alejandra Zina y Noelia Monópoli. Sale cada seis meses, con escritos de diferentes autores, que pueden ser ensayos, cuentos, cuadernos, diarios, poesía, textos fragmentarios, y un trabajo visual de algún fotógrafo o fotógrafa que convocamos. Y estoy escribiendo dos proyectos distintos. Uno a partir de fotos, un trabajo de escritura de mucha libertad para mí, que compone un conjunto diverso: en algunos casos son textos más ensayísticos, en otros, más fantásticos y en otros, algo más del orden de la prosa poética. El otro proyecto se centra en personajes de las islas del Delta, sus modos de vincularse entre sí y con la naturaleza.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/cecilia-ferreiroa-en-las-situaciones-cotidianas-se-encuentran-cifrados-los-grandes-problemas-nid11042025/

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