Colesterol: un tercio de los argentinos presenta niveles elevados de Lp(a)
En la Argentina, una proporción significativa de la población convive con un factor de riesgo que rara vez se incorpora a los chequeos de rutina: la lipoproteína(a), conocida como Lp(a). Según ...
En la Argentina, una proporción significativa de la población convive con un factor de riesgo que rara vez se incorpora a los chequeos de rutina: la lipoproteína(a), conocida como Lp(a). Según un estudio multicéntrico publicado en un estudio multicéntrico publicado en el sitio Atherosclerosis, cerca del 31% de los adultos evaluados presentó valores por encima de los recomendados, un porcentaje que supera las estimaciones internacionales. El hallazgo vuelve a poner en agenda la necesidad de controlar este marcador para evaluar mejor el riesgo individual.
Ramiro Heredia, médico clínico del Hospital de Clínicas José de San Martín, explica que la lipoproteína(a) es un tipo de colesterol que se hereda genéticamente y que aumenta el riesgo de enfermedad cardiovascular, un conjunto de patologías que incluye el infarto agudo de miocardio, el accidente cerebrovascular isquémico y la muerte súbita. Recuerda que estas enfermedades siguen siendo la principal causa de muerte global: “Una de cada tres personas adultas en el mundo muere de esto”.
Luis Aguinaga, expresidente de la Federación Argentina de Cardiología (FAC), coincide y agrega que su carácter hereditario es determinante. “Es un tipo de colesterol que, cuando está aumentado, se asocia con un mayor riesgo cardiovascular. Es hereditaria y en muchas familias se observan antecedentes de problemas cardiovasculares”, indicó. Por eso subraya la importancia de controlarlo, especialmente en personas con antecedentes familiares de enfermedad cardíaca temprana.
El estudio argentino reunió información de unos 3000 pacientes atendidos en consultas clínicas y cardiológicas en seis regiones del país. Eran personas que acudían a controles generales a quienes se les añadió la medición de Lp(a). Los investigadores de la Universidad Johns Hopkins destacaron en un editorial que disponer de datos locales era clave para comprender mejor la distribución del riesgo en la región.
Qué mostró el registro argentinoEl análisis confirmó que quienes tenían Lp(a) por encima de 50 mg/dL presentaban un 53% más probabilidades de sufrir un evento cardiovascular mayor. La Lp(a) actuó como un riesgo residual: un componente que permanece oculto si no se lo evalúa de manera específica.
Heredia detalla el mecanismo: “La lipoproteína elevada acelera la aterosclerosis, la acumulación de placas de colesterol y grasas dentro de las arterias. Eso puede obstruir el vaso o favorecer la coagulación y la trombosis”.
Aguinaga coincide y suma que también puede afectar la válvula aórtica: “Suele asociarse con la estenosis aórtica, además de “favorecer la formación de coágulos o que los coágulos no se disipen”.
Existe una confusión frecuente entre marcadores lipídicos con nombres similares que, en realidad, cumplen funciones muy distintas. La apolipoproteína A-I es un componente protector, asociada al colesterol HDL —el denominado “colesterol bueno”— y al transporte reverso de colesterol.
En cambio, la apolipoproteína B es la fracción perjudicial, presente en todas las partículas aterogénicas y vinculada a un mayor riesgo cardiovascular. Distinguir entre ambos marcadores es clave para interpretar de manera correcta los perfiles lipídicos y comprender por qué algunas personas acumulan más riesgo que otras.
Por qué medirla si no se puede modificarLa Lp(a) se mantiene estable a lo largo de la vida porque su valor depende exclusivamente de la genética. “Los niveles de lipoproteína(a) están determinados casi por completo por el gen LPA, heredado de los padres. No se modifica con la alimentación, el ejercicio, la edad ni los medicamentos más comunes”, señaló el genetista Gabriel Ércoli.
Sin embargo, conocerla cambia el abordaje clínico. Heredia resume el motivo: “Modifica la categoría de riesgo. Una persona con Lp(a) alta ya no es de bajo riesgo, aunque todo lo demás esté bien”. La consecuencia es que se debe actuar con más firmeza sobre los factores modificables. “Quienes tienen la lipoproteína elevada necesitan un colesterol LDL más bajo que quienes no la presentan en valores altos”, señaló.
Aguinaga coincide en que, aunque la Lp(a) no responde al tratamiento convencional, estos hábitos no deben abandonarse. “No responde al ejercicio, la dieta o las estatinas, pero siempre hay que hacer esto si también hay colesterol aumentado, para bajar el riesgo total”, afirmó.
Dado que el valor de la Lp(a) está determinado por la genética, se considera una condición que permanece estable a lo largo de la vida. Frente a ese escenario, la prioridad es lograr que el colesterol LDL se ubique por debajo de los límites habitualmente aceptados como normales. La recomendación es bajar el LDL a valores más exigentes que los estándares tradicionales, ya que la presencia concomitante de apolipoproteína B funciona como un factor agravante. Ese objetivo más estricto se mantiene independientemente de la edad o del resto del perfil lipídico.
Además, Heredia y Aguinaga coinciden en que debería evaluarse a los familiares directos cuando se detecta un caso, ya que la condición suele repetirse dentro de la misma familia.
Medir la Lp(a) es simple y accesible: solo requiere un análisis de sangre disponible en la mayoría de los laboratorios. Su baja frecuencia de uso se debe principalmente a la falta de indicación médica.
La pieza faltanteAunque fue descripta hace décadas, la Lp(a) tomó protagonismo en los últimos años gracias al avance de la investigación y al desarrollo de terapias experimentales. Algunos especialistas la llaman “la hermana oculta del LDL” porque puede contribuir al colesterol total sin que eso figure claramente en los perfiles lipídicos habituales.
Como los informes incluyen colesterol total, LDL y HDL, pero no Lp(a), este factor de riesgo queda con frecuencia fuera del radar. Esa omisión puede explicar por qué algunas personas desarrollan enfermedad cardiovascular incluso con valores convencionales normales.
“En la Argentina, un tercio e incluso hasta un cuarto de las personas la tienen elevada”, advirtió Aguinaga. Ese porcentaje, afirmó, contribuye a que la enfermedad cardiovascular siga siendo tan frecuente en el país y en otros lugares de Occidente.