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“Con pan y con trabajo”: la receta para compartir el poder simbólico y político de la comida

“Diosa del Tuper Gourmet que no se nos acabe la garrafa. Llénanos los tuper hasta arriba. Que no nos falten el pan ni el sazón. Que tus tapas milagrosas no dejen volcar los alimentos. Que alcan...

“Con pan y con trabajo”: la receta para compartir el poder simbólico y político de la comida

“Diosa del Tuper Gourmet que no se nos acabe la garrafa. Llénanos los tuper hasta arriba. Que no nos falten el pan ni el sazón. Que tus tapas milagrosas no dejen volcar los alimentos. Que alcan...

“Diosa del Tuper Gourmet que no se nos acabe la garrafa. Llénanos los tuper hasta arriba. Que no nos falten el pan ni el sazón. Que tus tapas milagrosas no dejen volcar los alimentos. Que alcance la comida para todo el barrio. Que nos des la bendición y la magia de cocinar rico. ¡Amén! ¡Gourmet!” El texto acompaña un pequeño altar, con ofrendas ubicadas debajo de la foto de una mujer que mezcla con una gran cuchara de madera los ingredientes que vuelcan varias manos en una olla.

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Realizada por el grupo que integra Belleza y Felicidad Forito, la pequeña instalación funciona como preámbulo de la muestra colectiva Políticas del sabor, curada por Larisa Zmud en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta. El culto a esta deidad criolla es un símbolo de abundancia que rinde sus frutos: el año pasado, uno muy parecido llamó la atención de una coleccionista que decidió comprarlo de inmediato horas antes del exitoso debut de este colectivo de mujeres con su Comedor Gourmet en arteba, una de las ferias de arte más importantes de la región.

Ahora, el trabajo que se hace durante todo el año en ese comedor popular gratuito en Villa Fiorito, y que deriva de un proyecto impulsado allí desde hace más de dos décadas por la artista Fernanda Laguna, tiene un rol protagónico en una de las salas de exhibición de arte más consagratorias de la Argentina. Se refleja, por ejemplo, en cuarenta platos pintados en los últimos meses con paisajes del riachuelo: son los que se usaron en restaurantes gratuitos con cocineros invitados, para quienes nunca tuvieron dinero para acceder a esa experiencia.

“En el Comedor Gourmet la cocina trasciende lo gastronómico para convertirse en una herramienta política que activa el deseo y lo hace aparecer en formas inesperadas. Es el derecho a probarlo todo, a sentir placer y a romper con la lógica que asigna valor a los cuerpos por su función productiva”, explica Zmud, coordinadora de ese espacio, que reunió para esta muestra registros de otras iniciativas similares de la Argentina, Brasil, España y Alemania. “Si bien responden a diferentes contextos, todas trabajan con la comida como motor, como corazón y como condición de posibilidad para que el resto de las cosas sucedan, siempre atravesadas por el arte”.

Este menú de muchos pasos se con obras vinculadas con la comida: allí aportan lo suyo las papas con las que Víctor Grippo simbolizó la energía latinoamericana, las ollas intervenidas por Gabriel Chaile y Andrés Piña, y las máscaras de pan creadas por La Chola Poblete. También están Marta Minujín -que acaba de presentar en la terraza del mismo centro cultural su Torre de Pisa de Spaghetti, durante la Noche de los Museos- con los choclos con los que pagó simbólicamente la deuda externa argentina a Andy Warhol en 1985 y Marabunta, registro fílmico de una acción organizada por Narcisa Hirsch, Marie Louise Alemann y Walther Mejía en 1967, que ofreció comida servida en un gigantesco esqueleto femenino al público que salía de ver la película Blow Up en el Teatro Coliseo.

“La idea fundamental fue darle vuelta al concepto de la obra Sin pan y sin trabajo, de Ernesto de la Cárcova –agrega la curadora-. No sólo en el diseño de la exposición, sino también al pensar en artistas que pudieran alimentar esas dos líneas: con pan y con trabajo. Con una suerte de optimismo político que me caracteriza, que nada tiene que ver con negacionismo, mostrar que existen manifestaciones que resisten permanentemente a cualquier adversidad, que siguen haciendo y no paran de hacer”.

Un gran ejemplo es el del Museo del Puerto de Ingeniero White, alojado en un edificio de chapa y madera que funcionó como Resguardo de Aduana a principios del siglo pasado. En su sala central funciona un “aula-cocina”, donde las cocineras transforman sus saberes en “memoria viva”. Todos los domingos, la Asociación Amigas del Museo ofrece chocolate para los vecinos. “Es la belleza de la resistencia cotidiana hecha alimento”, apunta el texto de sala. Y agrega que en esta institución -representada por ejemplo en la muestra por decenas de repasadores, una olla popular y bordados inspirados en la comida- “lo doméstico sostiene el trabajo portuario. El Museo del Puerto nos lleva a extender la concepción usual del espacio productivo, reconociendo que los estibadores cargaban las bolsas porque antes se habían alimentado en esta o aquella cocina”.

Eso quiso recordar también Gabriel Chaile cuando compró baterías de cocina nuevas y las cambió en comedores populares por las ollas de aluminio abolladas y quemadas por los años de alimentar a quienes no tienen qué comer. Les grabó rostros que evocaban los de las vasijas de las culturas indígenas del noroeste argentino, escribió sobre ellas frases que aludían a su historia y las puso en venta en 2019 en el stand de Barro en Art Basel, la feria de arte más importante del mundo. En cuestión de horas, las había vendido todas.

Una olla parecida de esa serie se exhibe ahora en el Recoleta, junto con otros trabajos que reflejan el interés global por las experiencias que unen arte y cocina: los testimonios del colectivo artístico PAISAnaJE (España); la Floating University (Alemania), el proyecto INLAND – Campo adentro (España) y Cozinha Ocupaçao 9 de Julho (Brasil). “Cocinar es revolucionario”, reza el manifiesto de este último, que funciona en un edificio ocupado por el Movimiento de los Sin Techo del Centro de San Pablo (MSTC).

Mientras en Madrid se organizan las “comidas de los viernes”, encuentros inesperados que surgen alrededor de un cuscús, un ceviche o unas lentejas, en Berlín un grupo interdisciplinario convirtió en un “laboratorio vital” la cuenca de retención pluvial del antiguo aeropuerto de Tempelhof, ocupado por tropas soviéticas y estadounidenses hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial. La Floating University, señala el texto de sala, funciona como “un compost de relaciones” y plantea las siguientes preguntas: “¿Cómo se puede cuidar todos los días algo invisible? ¿Cómo se construye un pequeño refugio en este mundo dañado?”

Para agendar:

Políticas del sabor, muestra curada por Larisa Zmud en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta (Junín 1930). Hasta el 31 de marzo, de martes a viernes de 12 a 21; sábados, domingos y feriados, de 11 a 21. Entrada gratis.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/con-pan-y-con-trabajo-la-receta-para-compartir-el-poder-simbolico-y-politico-de-la-comida-nid15112025/

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