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Con una obra submarina, Leandro Erlich propone nuevas formas de convivencia

MIAMI.- “Miami no termina en el agua, empieza en el agua”, anunció Ximena Caminos al recibir hoy a LA NACION a bordo del Sea Señora. El barco llevó al primer grupo de invitados internacional...

Con una obra submarina, Leandro Erlich propone nuevas formas de convivencia

MIAMI.- “Miami no termina en el agua, empieza en el agua”, anunció Ximena Caminos al recibir hoy a LA NACION a bordo del Sea Señora. El barco llevó al primer grupo de invitados internacional...

MIAMI.- “Miami no termina en el agua, empieza en el agua”, anunció Ximena Caminos al recibir hoy a LA NACION a bordo del Sea Señora. El barco llevó al primer grupo de invitados internacionales a conocer una de las principales atracciones de la Semana del Arte de Miami, una de las citas más importantes del año en la agenda del arte global. Acompañado por su termo y su mate Eric, el capitán de origen cubano, condujo a una decena de personas hasta el Reefline, un flamante parque de esculturas submarinas público y ecológico impulsado por esta gestora cultural argentina, que aspira a convertirse en la próxima década en un arrecife híbrido de once kilómetros de largo.

Días antes de que Art Basel Miami Beach y otras ferias paralelas como Pinta abran sus puertas, y una vez que se alejaron de uno de los puertos más transitados del mundo, los visitantes llegados desde distintos países se acercaron con paddleboards eléctricas especialmente diseñadas y equipos de snorkel a un embotellamiento de veintidós autos sumergidos a seis metros de profundidad y a 240 metros de la costa.

No son restos de una civilización perdida. Cada uno pesa hasta dieciséis toneladas, ya que fueron creados con una mezcla de concreto apto-marino de bajo carbono, en la cual se implantarán en los próximos meses miles de corales nativos cultivados en un laboratorio. Concrete Coral se titula esta nueva obra del artista argentino Leandro Erlich, el mismo que se “robó” la punta del Obelisco hace diez años para exhibirla en la explanada del Malba, donde inauguró en 2019 una retrospectiva que se convertiría en la muestra más visitada en la historia del museo.

El hit que convocó entonces a 252.000 visitantes fue La pileta (1999), una de sus instalaciones más conocidas, con la que había representado al país en 2001 en la Bienal de Venecia. La experiencia subacuática que propone en este caso es real, y las fotos que se toman los visitantes ya se están viralizando en Instagram. A la primera obra pública y permanente del ReefLine seguirán otras cada año, como un corazón concebido por el artista británico Petroc Sesti, y otra estructura con escaleras espiraladas diseñada por el estudio OMA.

“No es sólo un parque de esculturas bajo el agua -aclara Caminos, fundadora y directora artística del Reefline-. Es una plataforma de mejora de hábitats marinos que impulsa la recuperación de corales, crea nuevos ecosistemas y transforma una zona degradada en un corredor vibrante de biodiversidad. En una ciudad que vive en la primera línea del cambio climático, el Reefline demuestra cómo la imaginación puede convertirse en infraestructura y cómo el arte puede abrir nuevas formas de convivencia con el océano”.

Si bien por su tamaño, distancia y profundidad este proyecto no aportará protección costera, sí servirá para educar sobre la importancia de cuidar los arrecifes en un área donde las playas artificiales fueron ganándole terreno al mar. No parece casual que Concrete Coral esté estrechamente vinculada con Orden de importancia, otra obra realizada por Erlich aquí mismo en 2019, con autos que simulaban haber sido construidos con arena en tamaño real.

“Con una narrativa poética, estaba relacionada con el medioambiente pero también con la ficción de la construcción humana –explicó Erlich a LA NACION-. Crear cosas en la arena es ese acto primario de manifestarse en el planeta, que se va alejando de la inocencia en la medida en que lo que hacemos empieza a tener un impacto negativo. Concrete Coral, en cambio, es un proyecto que va más allá del acto artístico. En algunos años, estos coches no se van a ver más: van a haber desaparecido debajo de la vida que se le va a ir pegando en la superficie. La naturaleza es absolutamente cocreadora de esta obra”.

Así como Tomás Saraceno reunió en 2016 durante seis meses a siete mil arañas en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires para que crearan la tela más grande la historia, Erlich también colabora con otras especies para buscar un cambio de perspectiva. “El ser humano no se siente parte de la naturaleza –observa-. Siempre que nos referimos a la naturaleza, lo hacemos como si fuera algo externo. Creo que esa es la falacia que quizás nos hace encontrarnos en esta situación tan complicada en relación con el orden natural”.

Erlich ya hizo referencia a estos temas en trabajos anteriores, como se pudo ver hasta hace poco en una muestra alojada en Torre Macro. Uno de ellos es una escalera que conduce hacia una ventana flotante –Demasiado tarde para pedir ayuda (2008)-, que alude a las consecuencias del huracán Katrina. La otra es Maison Fond (2015) –cuyo título en francés suena parecido a “Mis hijos”-, una casa derretida presentada en París en el marco de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre cambio climático.

Con el proyecto más ambicioso que haya realizado hasta ahora, llega un poco más lejos. No busca escenificar una situación distópica o apocalíptica, a la manera de Adrián Villar Rojas, sino evocar la idea de una ficción absurda como la del cuento “La autopista del sur”, de Julio Cortázar. En aquel embotellamiento en las afueras de París, un grupo de personas formó lazos comunitarios para sobrevivir cuando se detuvo a la fuerza esa carrera “entre autos desconocidos donde nadie sabía nada de los otros, donde todo el mundo miraba fijamente hacia adelante, exclusivamente hacia adelante”. “En ese cuento, cuando estaban todos esos coches parados se generaba la interacción –señala Erlich-. Ojalá que en esta autopista del sur submarina, la fauna y la vegetación marina encuentren en breve lugar para hacer su propio hábitat”.

El cambio en el vínculo con el océano comenzó en 2022, cuando los habitantes de Miami votaron para financiar este proyecto con sus impuestos: el 69% de la población lo aprobó. “Que la gente votara para pagar más es algo sin precedente. Costó un millón y medio de dólares, y también hubo aportes de donantes como Gloria Estefan”, aseguró Caminos mientras señalaba desde el barco uno de los primeros resultados visibles: animales acuáticos no identificados de gran tamaño, que comenzaron según ella a acercarse a la obra en busca de comida. “Es como si hubiera abierto un nuevo restaurant”, bromeó, mientras otra tripulante definía en inglés a Concrete Coral como “un condominio de peces”.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/con-una-obra-submarina-leandro-erlich-propone-nuevas-formas-de-convivencia-nid01122025/

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