Dalia Gutman: su particular comienzo, los desafíos que afrontó y por qué no trabajaría con su marido
Su nombre es sinónimo de humor y stand up. Dalia Gutmann fue una de las primeras mujeres en animarse a hacer este tipo de comedia, convirtiéndose en una referente indiscutible dentro del género....
Su nombre es sinónimo de humor y stand up. Dalia Gutmann fue una de las primeras mujeres en animarse a hacer este tipo de comedia, convirtiéndose en una referente indiscutible dentro del género. “Yo no sabía que era una profesión posible la comedia para una mina. No tenía ningún lugar para poder laburar y vivir de esto, así que estudié locución”, le cuenta a LA NACION esta graduada del ISER que dio sus primeros pasos como cronista en un noticiero de Canal Nueve.
Dalia Gutmann y el salto al humor: “Transformé mi dolor en risa”Afectada por las noticias de la calle, esta locutora decidió anotarse en un taller de stand up mientras hacía una guardia periodística, una decisión que le cambió la vida para siempre. “De repente, había un secuestrado y yo la pasaba mal. Eso fue como el caldo de cultivo para que yo quiera dedicarme a la comedia de lleno”, recuerda quien hoy es actriz y productora y viaja por todo el país con sus shows.
-Empezaste tu carrera en el noticiero, ¿cómo fue eso?
-Yo estudié en el ISER. Me recibí y me avisaron que había un casting para Canal Nueve, para el noticiero. Yo fui, pero era algo que no tenía nada que ver conmigo. Hice un casting pésimo y quedé. En otra época (cuando era más joven), yo me quedaba mucho en los trabajos. Sabía que no era para mí, pero me quedaba. Yo sufría y le decía a Seba (Wainraich) que la estaba pasando mal. Viste que los periodistas en la calle ya están curtidos, ven un muerto y no sufren, yo sufría como si fuera un familiar. De repente, había un secuestrado y yo la pasaba mal; todo me lo tomaba personal. Estuve tres años así, desde los 23 años hasta los 26. Por eso creo que también me aferro tanto a la comedia hoy por hoy. Eso fue como el caldo de cultivo para que yo quiera dedicarme a la comedia de lleno.
-¿La comedia no estaba antes de eso?
-No, cero. Yo estaba perdida y con la comedia pude transformar todo ese sufrimiento, toda esa neurosis en un código más humorístico. De hecho, me anoté en un curso de stand up en medio de una guardia periodística. Tenía como el registro de que no me reía nunca, así que me anoté y fue como una revelación poder compartir un poco todo ese mundo interior y escuchar que la gente se reía.
-¿Cuándo sentiste, por primera vez, que la gente se reía de lo que estabas haciendo?
-En realidad, cuando era más pendeja yo registraba que le contaba a mis amigas mis angustias y se reían. Era como muy frustrante porque yo de verdad estaba sufriendo. Entonces me di cuenta de que había algo muy sanador en eso. En 2004, empecé el curso y rápidamente me junté con dos o tres compañeros y fuimos a un teatrito en Almagro para 30 personas. Muchas veces éramos más los que actuábamos que los que nos iban a ver, pero la pasábamos espectacular. Yo he laburado en mil cosas y me acuerdo subirme a un escenario a las 2 de la mañana (sin ganar un centavo) con mucha vitalidad.
-¿Por qué estudiaste locución entonces?
-Porque yo no sabía que era una profesión posible la comedia para una mina. De hecho, cuando yo renuncio a Canal Nueve mi mamá no entendía nada. Me decía: “Pero Dalia, ¿vos de qué vas a vivir? ¿Vas a contar chistes? ¿Qué vas a hacer, nena?”. Aparte en esa época el humor en la Argentina era Sofovich. Yo no tenía ningún lugar para poder laburar y vivir de esto, así que estudié locución. En realidad, a mí siempre el mundo del micrófono me fascinó. Después con los años, tuve mis contradicciones con la tele pero, llevarle a la gente alegría, noticias o lo que sea, me parece muy poderoso.
-Después vino AM...
-Como locutora no terminaba de encajar en ningún grupo porque soy una persona poco calificable; siempre hay gente más ubicable que yo (risas). En AM fue la primera vez que me sentí empoderada en mi profesión. Tenía conductores (Vero Lozano y Leo Montero) que me daban bola, no me censuraban, me alentaban a la locura y a mí me fascinaba eso de que me inviten a jugar todas las mañanas. La pasé recontra bien hasta que después se transformó en un programa más televisivo. En el momento en el que vi que si hacía un chiste me cagaban a pedos, sentí que me tenía que ir. Por lo general, yo soy bastante kamikaze y poco especuladora, me voy un poco en bolas y entonces, en ese sentido, el teatro siempre me salvó.
-Gracias a la tele, empezás a tener tus primeras repercusiones en el mundo del teatro...
-Sí, la verdad que AM era un programa muy visto entonces me ayudó a tener un nombre. Hoy en día, esos lugares se ocupan con las redes sociales o los streaming. Me acuerdo que estaba haciendo un show, Cosa de minas, y un día fui a lo de Susana Giménez y empecé a agotar; era abril y tenía agotado hasta septiembre. Así que sí, me ayudó un montón, sobre todo, a generarme una identidad para el teatro.
-Ahí también se armó una linda dupla con Darío Barassi y después Canal Nueve los puso como conductores en un programa...
-Sí, Barassi me parece un groso. El gordo siempre me pareció que era un talento aunque, por momentos, me parecía que estaba desperdiciado. Ahora es una estrella absoluta de la televisión, del teatro y del cine, pero siempre vi un talento muy grande en él. Cuando en Canal Nueve me ofrecen hacer un programa a la tarde, yo les dije que lo hacía si era con él, así que estuve toda la noche convenciéndolo. Aparte me llamaron un jueves para empezar un lunes; era como una cosa medio loca. Me encanta la tele pero, siento que no pego con esto del minuto a minuto. Como que hay algo de los códigos actuales de la tele con los que siento que no soy del todo funcional. Yo no soy picante, ni voy a decir cosas como para impactar; como que no tengo esa personalidad.
-¿Cuánto duró el programa?
-80 días. Yo tenía muchos prejuicios cuando hice ese programa. Por ejemplo, me ofrecían entrevistar a alguien de un reality y yo decía que no. Ahora para mí todo el mundo es interesante para entrevistar, como que no tendría todos esos prejuicios. Hoy en día creo que no podría hacer tele igual porque ya tener que pasar por sala de maquillaje y peinado no es para mí (risas).
-Cuántas veces habrás dicho que “no” cada vez que llamaban a la Dalia locutora...
-La verdad es que mi vida laboral es muy dinámica y dije que no muchas veces por la maternidad porque siento que ser madre y trabajar es un quilombo groso. Y otras veces dije que no por mis pálpitos, que muchas veces son malos porque digo que sí y después es una porquería lo que hago (risas). Pero me guío mucho por eso. Yo nunca fui alguien que hace de taquito las cosas, tengo que estudiar, me tengo que preparar y hacer las cosas a medias para mí no va, así que he dicho que no a muchas cosas porque sentí que no iba a poder estar a la altura de lo que eso requería.
-¿Cuándo te diste cuenta que el teatro sí era tu lugar?
-Al principio, era como un juego. Hasta que una vez me fui a España con mi hija (que tenía un año y ocho meses) y con mi mamá (que me la cuidaba) y recuerdo estar caminando sola a las 2 de la mañana con mi bolsito rojo, feliz. Yo no cobraba un mango porque al principio el stand up no era una fuente de laburo, pero fue como una señal. Después, la otra señal fue cuando me animé al unipersonal y empecé a ganar plata con esto. Hacía una obra los viernes a la noche a la gorra y ese fue mi primer sueldo. Ganaba más que en el noticiero entonces ahí dije: “Si yo me lo tomo en serio, este puede ser mi trabajo de verdad”.
-Además de tus shows, también producís a otros artistas... ¿Cuándo nació la productora?
-Sí, de mis anteriores shows fui productora, después dejé de serlo y ahora volví otra vez. Chiaku (su productora) está hace dos años. Soy muy entregada y apasionada entonces cada proyecto lleva mucho de mí, de mi cabeza, de mi tiempo, de mi corazón, así que más de tres obras al mismo tiempo trato de no hacer. Yo soy de hacer poco y bien.
-¿Cuándo te das cuenta que ya es hora de darle paso a otro espectáculo?
-En la comedia pasa mucho que a veces vos tenés que soltar algo para que aparezca lo nuevo. Muchas veces dejo de hacer un show sin que se haya agotado el público porque, en general, el teatro funciona así: cuando la gente empieza a dejar de ir, se termina. Pero a mí me pasa algo más interno que es que nunca me gusta sentir que lo que estoy haciendo no es verdadero. Incluso, cuando en un show siento que una parte ya la estoy diciendo medio de memoria y de taquito, trato de dejar de hacerla para que se mantenga fresco lo que estoy haciendo. Se da de una manera muy natural. Es como un noviazgo donde decís: “bueno, ya este ciclo terminó”.
“La culpa siempre me acompaña”-¿Cómo hacés cuando te vas de gira con los chicos, con Sebas? ¿Dejás la casa organizada?
-Organizada no es parte de mi vocabulario (risas). Ahora están más grandes, entonces ya se pueden autogestionar. La culpa siempre me acompaña porque, así como soy muy intensa con mi trabajo, soy muy intensa con mis hijos. Es que no me quiero perder cosas importantes. Tengo una hija adolescente que le van pasando muchas cosas y quiero estar y quiero que sepa que cuenta conmigo todo el tiempo. De todas maneras, si estoy de gira hacemos videollamadas. Septiembre, por ejemplo, fue un desastre como madre, como hija, como todo. Les dejé una foto, no estuve en septiembre básicamente (risas). Me gusta mucho estar en mi casa, me gusta el hogar, trato de hacer la menor cantidad de viajes posible aunque este año viajé como loca. Antes me iba un día y volvía, ahora trato de hacer dos o tres fechas porque están más grandes.
-¿Qué pasa cuando con Sebas los dos hacen teatro?
-Era mucho bardo cuando los chicos eran chiquitos. Ahora ya se calientan la comida, se la preparan ellos; ya están en el secundario. Es otra historia. Ya como que recuperé una parte de mi cerebro porque una parte se te va cuando los pibes son chiquitos. La logística mata la vida del adulto, de la pareja, pero ya pasé esa etapa (risas).
-¿Cómo te llevás con las redes sociales? ¿Descubrís talentos nuevos?
-Sí, en mi época cuando empecé estaba el volanteo; tenías que ir a la avenida Corrientes a volantear. Las redes sociales son mucho más democráticas que lo que vivimos nosotros, que eran cuatro canales, dos diarios y no tenías otra manera de comunicar lo que hacías; así que está buenísimo. Con la comedia pasa mucho que gente muy creativa se pone a hacer contenido y, de repente, son tapa de revista o llenan un montón de teatros. Yo no me considero de ese tipo de persona, soy más tradicional. Si hago un show, tengo que hacer notas en un canal, en el diario pero admiro mucho a esa gente. Hacer contenido humorístico requiere de mucha autogestión. Las redes también te ayudan a una carrera internacional porque así como te ven en tu país, te ven en Chile, te ven en México, te empiezan a decir: “¿cuándo venís a Bolivia?” y está buenísimo eso.
-¿Sentís que hoy está mucho más fácil para las mujeres hacer humor?
-Cuando yo empecé, me acuerdo que había mucho freno de qué contás, de cómo hablás aunque a mí nunca me limitó eso. A mí me gusta sentir que estoy más allá de eso; entiendo que hay gente a la que le voy a gustar y gente que no me va a bancar. Pero sí a las mujeres se nos ponía mucho más el freno de mano. Aparte nosotras somos más cíclicas, tenemos momentos de empoderamiento absoluto y momentos que estamos más bajón por eso, me gusta dirigir mujeres porque yo sé todo lo que les pasa en el escenario. Siento que es más difícil para las mujeres, desde subir indispuesta a hacer el monólogo hasta esto de “a mí no me parece bien que una mujer se exponga así...”.
-¿Qué disfrutás más: la actriz que se sube al escenario, la productora o la actriz que llaman para hacer ficciones?
-Así como con AM fue una suerte total que nunca entendí por qué me llamaron (porque yo no era una chica de tele), me pasó esta cosa muy loca que hace dos años me llamaron para hacer una película con Natalia Oreiro y Pablo Rago. Me encantó, me divertí, y di lo mejor de mí. Natalia y Pablo fueron hermosos compañeros, me tiraron todo para que brille y para que pueda salir todo bien y eso no siempre pasa. Me gusta coquetear con eso, pero mi esencia es el teatro. Si yo tuviese que elegir una cosa laboral para el resto de mi vida, yo me subiría al escenario hasta el día que me muera.
-¿Cuánto hablás de trabajo con Sebas?
-Somos re distintos. Yo soy más artesanal y él es más mainstream. Como que tenemos otras búsquedas artísticas. Yo siempre le admiro esto de que vaya todos los días a la radio, que tenga cosas para decir. Quizá yo me la paso 26 horas escribiendo y otro dirá: “¿Cómo hacés para sentarte?”. Nos dedicamos a lo mismo, pero somos muy distintos. Nos respetamos un montón y esto creo que hace que la pareja esté saludable. Nos gusta mucho cuando el otro está contento con su trabajo, nos angustiamos si el otro no la está pasando bien o si el otro se siente herido por algo.
-¿Se van a ver a las obras de teatro?
-Sí, pero con cautela. Por ejemplo, él ahora está empezando una obra y me muestra las grabaciones, pero no se sentiría cómodo si yo estoy en la platea. A mí me divierte más que vengan mis hijos que que venga él. Me preguntan un montón cuándo vamos a hacer algo juntos y yo siempre digo que el día que hagamos algo juntos, es porque estamos debiendo guita (risas). Es que nos llevamos re mal laburando porque a los dos nos gusta ser jefes entonces o yo me voy a tener que adaptar a él o él a mí y la vamos a pasar mal. Ya voy de invitada a su programa y sé que no podría trabajar con él (risas).
-Cuando se empieza a hablar de sus crisis matrimoniales, ¿lo sufrís?
-No, pero no estoy acostumbrada a que se hable de mi vida privada. Jamás me esperó un paparazzi. A mí lo que me importa es que la gente quiera venir al show y que se venga a reír, después yo no soy una persona que voy por la calle pensando en que la gente sabe quién soy. No vibro celebrity (risas). Entonces, de repente, ir a buscar a mis hijos al colegio y que me miren raro, no me gusta.