Del streaming al prime time: la reinvención de Grego Rossello
Conductor, actor, comediante e incluso licenciado en Historia, Grego Rossello combina humor, autocrítica y una energía inagotable en cada uno de los proyectos que encara. Tras una década de carr...
Conductor, actor, comediante e incluso licenciado en Historia, Grego Rossello combina humor, autocrítica y una energía inagotable en cada uno de los proyectos que encara. Tras una década de carrera que lo llevó del stand up y los escenarios a la televisión y el streaming, hoy atraviesa una nueva etapa como parte del equipo creativo de Telefe, donde además conduce y asesora en la estrategia digital del canal.
En esta charla para el ciclo Conversaciones, Grego habla de su desembarco en el mundo corporativo, los aprendizajes que le dejó el streaming, el impacto de las redes en la salud mental y la exposición, y cómo fue reinventarse después de un año difícil. También se mete en la disputa entre Olga y Luzu, reflexiona sobre la fama, la búsqueda del equilibrio, la importancia de los vínculos y el desafío de seguir disfrutando el camino después de tantos años frente y detrás de cámara.
—¡Bienvenido a Conversaciones!
—Estoy muy contento. Podemos blanquear, podemos “matar al elefante en la habitación”, como se dice en la comedia, y contar que sos mi amiga hace ya… ¿17 años van a ser? Estás casada con uno de mis mejores amigos del colegio, y siempre digo que yo hice que se dieran su primer beso. Así que, en teoría, yo debería estar entrevistándote a vos. Hace muy poquito los casé, y me divertí mucho.
—Fue muy especial, la verdad. Una experiencia única que voy a atesorar siempre. Bueno, Grego, ¿qué te trajo hasta acá?
—Una autoaplicación (se ríen). Porque no encontraba las llaves de mi auto. Eso habla del momento que estoy viviendo hoy. Hace dos días que no las encuentro. Estoy muy a mil, muy contento, pero en un ritmo vertiginoso. Estoy tratando de encontrar el equilibrio. Mi desembarco en Telefe marca un cambio de paradigma en mi vida. Estaba acostumbrado a estar siempre frente a cámara, como ahora, y por primera vez tengo un rol importante detrás: asesoría y producción en el área digital de Telefe.
—Está bueno, porque la gente no lo sabe mucho. Cree que solo llevaste tu proyecto Ferné con Grego, que ya tiene algunos años y fue un éxito en varios canales de streaming, pero ahora lo llevás a Telefe y tenés este rol tras bambalinas. ¿Cómo fue eso?
—La propuesta fue esa. Me llama Federico Levrino para ocuparme de La Pre, un programa que iba a estar mientras durara La Voz, que ya empezó y terminó. Y la verdad, no tenía muchas ganas de volver al streaming diario, como en Olga o en Luzu, porque estaba viajando. Tuve una primera mitad de año tremenda, trabajando con MrBeast y Fede Vigevani en Estados Unidos, viajando con la Fórmula 1. Estaba bien con mi programa semanal. Le dije: mirá, no estoy tan convencido. Me vuelve a llamar a la semana siguiente y me dice: “Che, es un proyecto más grande. No solo hagas este programa: traé Ferné con Grego y sumate a la asesoría, a la dirección artística de todo el canal”. Y la cantidad de cosas que salen en digital y en TV es impresionante. Hoy tengo reuniones por la Copa Libertadores, el Mundial, los Premios Ídolos —que voy a conducir—, MasterChef, La Voz, Gran Hermano… Pasé de tener una reunión por Zoom por mes a tener tres o cuatro por día.
—¿Qué anécdota o momento de este nuevo universo corporativo te sorprendió más?
—Tengo una terrible. Darío Turovelzky, el CEO de Telefe, alguien que confió mucho en mí junto con Fede, es muy respetado en el canal. Una de mis primeras reuniones era con él, solo, por Zoom, junto a gente importante de afuera. No me la agendé. Me la olvidé. La reunión era a las diez de la mañana. Yo me levanto a las once, históricamente. Soy comediante, arranqué en stand up, tengo un programa nocturno, tomo fernet… me levanto a las once. Tenía cinco o seis llamadas perdidas y, lo peor, un mensaje a las ocho y media de Darío diciéndome hacia dónde íbamos a ir con la reunión, coacheándome. El tipo se levantó antes para ayudarme… y yo no aparecí. Terrible. Pasó un mes y todavía lo miro con vergüenza.
—¿Hubo reto?
—Cero. En absoluto. Creo que entendieron que estaba en una semana muy cargada. Puedo tener muchos defectos, pero vago no soy. Entendieron que simplemente no la agendé. Ahora me estoy acomodando con los Zooms y la organización.
—Estás con mil cosas. Recién lo dijiste: balance positivo, al menos por ahora. Si hoy buscás “Gregorio Rossello” en Google, ¿qué te gustaría que aparezca primero? ¿O hay algo que decís “ay, esto no me representa”?
—No creo que haya algo que no me represente, pero sí aparecen cosas tipo “la pareja de Grego Rossello”, cuando hace tiempo no estoy en pareja o tuve vínculos mediáticos. No sé si a alguien le preocupa, pero… Sale mucho lo del pelo también. Tengo 34 años y dos implantes capilares. Es raro, porque la gente no lo cuenta. Siento que si hay algo que uno hace cuando se pone pelo, es no contarlo. Y si lo hacés dos veces, menos. Y yo lo cuento. No sé si me suma o no. Algunos dicen: “Ah, no te funcionó, por eso te hiciste dos”. Y no. Funcionaron las dos veces. Pero la gente no sabe que donde te ponés pelo, eso queda; el resto se sigue cayendo. Así que hay que cuidarlo, y con mi ritmo actual no llego. A veces me rompe un poco las bolas. Eso me molesta.
—Pienso en tus orígenes. Lo contaste varias veces: esta vida actoral y creativa nace desde que eras chico. Tenías siete u ocho años, jugabas a ser camarógrafo, a tener tus propios noticieros. Entraste en la academia de Cris Morena, fuiste Casi Ángeles. Hace 17 o 18 años que estás arriba del escenario.
—Sí, más o menos dieciséis. Es que no me doy cuenta. Yo sigo pensando que tengo 20. Claramente no. Recién decías que nos conocemos hace 17 años… yo creía que eran 10.
—¿Qué pensaría ese Grego chico?
—Es un ejercicio que hago seguido, ahora que vivo a este ritmo. El otro día salía de un torneo con una marca importante para ir al último programa de La Pre, y me dio bronca no poder quedarme. Dije: “Al final, no puedo estar en ningún lado”. Y cruzando Libertador, veo el logo de Clutch y pienso: “¿De qué me quejo? Tengo una cancha mía en plena Libertador y estoy yendo a cerrar un proyecto en Telefe sabiendo que arranco otro”. Para ese pibe era un sueño. Nunca tuve una infancia difícil, pero sí pasé mucho tiempo con unas ganas tremendas de que esto se diera. En el taller de Cris Morena, que duraba dos meses, fui doce. Me decían “no quedaste, pero estás para el que viene”, y después no estaba en ninguno. Lo hablé con Cris y me dijo: “Actuás mal”. Ella es muy sincera. Volvía del colegio, tomaba el colectivo, llegaba a la una de la mañana, me levantaba a las seis. Mis viejos veían que dormía cuatro o cinco horas y que iba a un lugar donde no se me daba, pero yo lo deseaba.
Si me preguntás qué diría ese pibe, creo que estaría orgulloso. Porque no es fácil que se te dé. Hay poco lugar, y menos en el lugar de privilegio que tengo hoy. Me diría: “Disfrutá más. Enojate menos”. Es algo que estoy practicando este año, porque vivo medio en estado de preocupación constante. Y la gente cree que soy “el copado, el amigo de todos, el novio ideal”. Pero no. Si hablás con mis exnovias te van a decir que no es tan así, porque estoy estresado o ansioso todo el tiempo.
Hace diez años que estoy en esto. Me sorprende que haya pasado tanto desde aquel primer video que pegó y que todavía se sostenga. Obviamente con subidas y bajadas, pero sigue. Ese niño me diría: “Disfrutá un poco más”. Y tengo que hacerlo.
—Hablaste de tus viejos. Esto nunca te lo pregunté, ni siquiera en la intimidad. Vos sos Gregorio Rossello, hijo de Gregorio Rossello. Pero no sos el primer hijo varón. ¿Te pesó heredar el nombre?
—Creo que la explicación es que Gregorio no es un nombre tan lindo. En el primer hijo, mi viejo no lo pudo negociar con mi madre. Y en el segundo fue como “bueno, ya tenemos uno con un nombre más lindo, vamos con Gregorio”. Y no, no me pesó, pero sin duda algo de eso quedó. Después, con terapia… Fui al colegio San Jorge de Quilmes, un colegio muy lindo y muy caro. De cinco hermanos, fui el único que fue. Una vez, el chofer de la combi me dijo: “El único que mandaron al colegio caro y con el mismo nombre del padre. Linda presión te pusieron”. “Maneje, señor, no me genere traumas”, le respondí. Hasta ahí no lo había pensado. Pero puede ser.
Mi viejo fue exigente, pero también me dio una libertad extrema. Yo dije “quiero actuar”, viniendo de una madre psicóloga y un padre asesor financiero. Me mandaron al San Jorge y después a la Di Tella. Gastaron mucha plata en mi educación, y mi padre no es millonario. Invirtió todo eso en mí. Me acuerdo que tachaba los meses del colegio porque le salía un huevo. Y cuando terminé, me dice: “¿Y ahora qué vas a hacer con todo esto?”. Le respondí: “Voy a contar chistes”. Mi viejo se quería cortar las bolas con la SUBE. De verdad. Empecé contando chistes arriba del escenario, haciendo seis, siete, ocho, diez shows por fin de semana. Queriendo eso. No sé… un poco de atención, supongo.
—Bueno, pero en el medio fuiste a la Di Tella. Sos licenciado en Historia, ¿no?
—Sí. Me escapo siempre de ese título.
—Has contado muchas veces que tuviste altibajos laborales, y uno de ellos terminó en lo que hoy es Fernet con Grego. En alguno de esos altibajos, ¿pensaste en volcarte a la historia?
—No, con todo respeto a los historiadores. En realidad, soy licenciado en Historia, no historiador. Nunca ejercí. Pero hay algo donde se entrelaza. Estudiar una carrera te da vocabulario, estructura. En la Di Tella, con La Nación, hice un minor en Periodismo. Desde ESPN Redes, donde arranqué a conducir en 2017, hasta hoy, ya pasaron ocho años. En ESPN teníamos dos entrevistados por día. Y no siempre venía Lali; también venía el cuatro de Cambaceres o el tirador de jabalina Sub-18. Había que estudiar al invitado. Esa formación me sirvió. Yo no tengo la carrera de Peter Lanzani, no terminé siendo actor, aunque estudié también Artes Dramáticas en el UNA. Hice dos años y medio ahí. Entonces no está tan alejado. Y se lo digo mucho a los pibes que no saben qué hacer: “Si podés, estudiá”. Yo tuve la suerte de poder hacerlo. A veces me ven tan “Grego, el de la joda”, y yo estudié. Estudié mucho, y sigo haciéndolo.
—Está buenísimo lo que decís, porque hay una encuesta de Morning Consult que dice que el 54% de los chicos quiere ser influencer, youtuber o streamer.
—Qué terrible. No, no está bueno.
—¿Qué ves vos del otro lado de ese deseo?
—Me van a comentar abajo bardeándome y, a la vez, dándome la razón. El nivel de odio y daño psíquico que te genera leer tantas cosas por día es tremendo. Estos últimos seis meses, y no lo digo solo por mí, porque entrevisto todo el tiempo a figuras grandes, el nivel de odio que hay en redes no existió nunca. Todos los entrevistados me escriben después con miedo: “Che, esto no lo subas”. No lo hacen por boludos; lo hacen porque es terrible. Habla de un enojo global. Y sí, te dicen “eh, pero tenés canje de sillón”. Sí, pero después tenés que ir al psiquiatra. Entonces no sé cuánto negocio es realmente. A mí me encanta lo que hago, pero hoy ya no lo hago por la fama. Porque no es negocio. Ese 54% no tiene idea de lo que se viene después.
—Aparte de que no sabe lo que se viene, tampoco es algo tan alcanzable. Vos te mataste laburando para llegar donde estás, pero ¿cuántos Gregos conociste que no llegaron?
—Mitad y mitad. Hay poco lugar y mucha competencia. Pero también estamos en una era de fama de nicho. Ya no existe más Susana o Darín. Hoy podés tener tu comunidad y vivir de eso, sin ser millonario. Si te das maña, podés vivir de tus suscripciones o vistas. Mucha más gente de la que se cree puede vivir de las redes, pero no todos llegan. No llega ese 54%. Sería terrible si una de cada dos personas viviera de ser influencer. Aclaro: sé que tengo una vida buena, oportunidades hermosas, y que hay gente que no llega a fin de mes. No comparo. Hablo de la exigencia interna. Vi colegas que dejaron las redes y consiguieron otros laburos. Me dicen: “Me va más o menos igual y estoy más tranquilo”.
—Siguiendo con el streaming: si el streaming fuera un idioma, ¿cuál fue tu primera palabra y cuál la última?
—Creo que mi primera palabra fue “transparencia”. En Luzu, donde la pasé muy bien con Red Flag, y después en Olga también, creo que lo que aporté fue eso: transparencia. Yo contaba todo. El otro día hicimos una nota con Tefi y me dijo: “Grego no tiene drama”. Lo hablé en terapia; me dijeron: “Che, algo de intimidad tenés que guardarte”. Pero yo lo cuento todo. Y después, lo que siento que —no sé si inventé, pero sí sumé— con Fernet con Grego fue llevar el profesionalismo de la TV al streaming. Cuando arranqué, Luzu recién empezaba. No existía Olga ni la mayoría de los programas actuales. Le pusimos un nivel de producción del cual estoy orgulloso, y después se replicó en muchos colegas.
—Luzu, Olga… los grandes del universo del streaming. ¿Qué es lo mejor y lo peor de cada uno?
—Esa pregunta me va a generar quilombo. Menos mal que sos mi amiga. Lo mejor de Olga es el nivel de producción. Hacían un chiste y montaban un desfile. Venía Teté Coustarot, modelos, todo. Producciones increíbles. A nivel producción, muy zarpado. Lo mejor de Luzu es lo familiar, lo de grupo de amigos, haber arrancado desde algo muy chico. Es real, sincero. En Red Flag me hice amigo de Agus Franzoni. Lo que contábamos cuando nos peleábamos en Pinamar era verdad. Hay algo auténtico.
—¿Lo malo?
—No sé si lo llamaría así, pero sí cosas a mejorar. Luzu viene mejorando en producción y podría tener las dos cosas. Y en Olga, alguna vez sentí más foco en el resultado, en las métricas. Pero eso pasa en todos lados. Que no se enoje nadie, pero lo sentí así.
—¿Y quedaste con buena relación en ambos lados?
—Sí, de hecho sigo yendo invitado a los dos. Ahora, en Telefe, hicimos cosas con ambos. Que Nati Jota esté en el stream conmigo es porque Olga se copó, no se pusieron la gorra. Así que sí, soy un poco el Loco Abreu del streaming. Pasé por varios. Algunos me bardean por “mercenario”, pero tengo buena onda con todos. Son amigos de los dos lados.
—Sigamos con polémicas. Hace poco Marcelo Tinelli estrenó su streaming y lanzó Fernet con Chelo. ¿Cómo te cayó?
—Me parece increíble que el programa que arrancó en mi casa, en pandemia, termine con Marcelo Tinelli haciéndole una parodia. Me parece espectacular. Obviamente, yo tuiteé un poco picante: “Me afanaste”. Y me contestó Marcelo. Cuando me respondió, me temblaron las piernas, porque fue re buena onda. Me dijo: “No, Grego, cómo te voy a estar robando, lo hice con buena onda”.
—¿No te había consultado?
—Nada. Cómo me iba a consultar. Pero hoy la palabra es orgullo. Voy por la calle y la gente me pide fotos, y a veces sacan una botella de fernet de la mochila. Es muy loco lo que se generó. Y encima fue genuino, porque no empezó como acuerdo comercial. Tardó años en llegar la marca. Lo hacía porque me gustaba. Me gusta tomar fernet. Haberla pegado con algo tan simple, con charlar con amigos, me pone contento.
—Sos muy de hacer chistes. ¿Qué situación de tu vida sentís que, a pesar de haber sido un drama o un momento oscuro, podría transformarse en un chiste que todavía no te animás a hacer?
—Me parece genial la pregunta, y te la doy vuelta: muchas veces estoy haciendo chistes y, en realidad, estoy sufriendo. Es una forma de escaparle al dolor. Creo que con varios momentos, como cuando me fui de un canal, o del otro, o cuando me fueron, o cuando corté una relación, jodía con eso, pero la había pasado muy mal. No porque se portaran mal conmigo, sino porque vivo por y para el trabajo. Me gusta muchísimo, es mi prioridad absoluta. Entonces, cuando estoy en un lugar en el que la paso bien y no me renuevan, también hay algo de mi ego, de mi necesidad de validación, que estoy tratando de resolver, que no sea tan importante lo que viene de afuera. Pero me pasa. Y esos momentos que sufrí, con la comedia los pude sanar.
Me sirvió mucho reírme de eso, contarlo en una nota, procesarlo. Me ayudó a seguir laburando y levantarme. Porque mucha gente no lo sabe, pero yo arranqué en febrero de este año sin trabajo. Y no es una forma de decir. Era literal. Fernet con Grego en 2024 había tenido un bajón. Cuando me dijeron “che, seguimos o no seguimos”, yo mismo decía “no sé si me conviene seguir”. El programa no estaba funcionando tan bien. Es difícil tener un proyecto propio y autogestivo cuatro o cinco años arriba, en un contexto donde las modas duran tres meses. Yo voy cuatro años. Y de repente, no le estaba haciendo bien al formato. Me avisaron de Olga que no seguía. Y claro, vos estás en un nivel de vida, de exposición, de ego… y te preguntan: “¿Seguís en Olga? ¿Qué vas a hacer?”. Y yo no tenía respuesta. Arranqué el año con ataques de pánico. No sabía qué iba a hacer. Y encima, justo me había empezado a ver con una chica y me dejó de una. Ni empezamos. Me dijo “salí de acá”, bueno, no así, pero me ghosteó.
Y yo lo habré hecho alguna vez, así que no me hago la víctima, pero se me juntó todo eso. Y con estos chistes, con la terapia, pude salir. Hoy está todo joya, pero no significa que esté siempre todo bien. Ser freelancer es así, le debe pasar a la gente del otro lado también. La vida tiene momentos, y creo que la comedia me sirvió para atravesar los feos.
—¿En quién descansás?
—Soy muy de mis amigos. Cuando estuve en situaciones no tan lindas, o haciendo cosas que no estaban bien, tuve amigos que se me sentaron y me dijeron: “Mostri, si hacés esto vas para A, pero si lo cambiás vas para B. Ahora, así, se te está yendo mal”. Y esas charlas me marcaron. Salís pensando: “Qué buenos amigos tengo, porque me lo dijeron de verdad”. Nadie te quiere decir nada, todos te dicen “está todo bien”, pero no.
Viste que vos me decías hoy “estás en un ritmo que me preocupa un poco”. Y lo decís porque me querés, porque me conocés. Cuando la gente te contrata, lo único que le importa es que vos estés. Fin. Y como las cosas me salen medianamente bien y tengo una energía casi sobrenatural, eso se confunde. Pero no quiere decir que no me quede dormido en el auto o que no me cueste dormir a la noche. Por eso, descanso en mis amigos, mi familia y, obviamente, en la terapia. Si no fuera por mi psicóloga, creo que estaría muerto directamente.
—¿Qué idea o prejuicio sobre vos sentís que la gente todavía no logra derribar?
—Hay mil. Para un montón de gente soy un pelotudo, directamente. Y encima me pasa que después me conocen y me dicen “che, pensé que eras distinto”. Y lo entiendo. Porque estamos en la era del clip. Capaz vieron un fragmento donde cuento una historia con una piba o algo así, y se quedaron con esa imagen. Y soy ese pelotudo también. Por eso no me gusta cuando me dicen “che, vos cambiaste”. Bueno, a mí me gusta ir a bailar, pero nadie es una sola cosa. A mí me interesa hablar de eso, y también me interesa la psiquiatría, porque empecé hace poco, y tuve una madre psicóloga. Me interesa escuchar a mi familia, a mis amigos, debatir. Me encanta todo el universo audiovisual. Entonces la gente elige y se queda con una sola cosa: “el boludo que tiene 34 años, sigue saliendo y habla de coger”. Y es como: pará, no soy eso nada más. Algo de eso soy, pero no solo eso.
Lo otro que me molesta es cuando dicen “no es gracioso”. Yo sé que llegué hasta acá por ser gracioso, y estoy muy contento de estar en Conversaciones en La Nación, porque hago el react de MasterChef y tratamos de que haya momentos divertidos. O Fernet con Grego, que es una charla, una entrevista, pero que inevitablemente pasa por la comedia. Entender de comedia no es solo rematar. Es poder llevar una charla para que el entrevistado se luzca o, como conductor, darle espacio a otro. Pero entiendo que si tengo que explicarlo yo, es porque algo no se percibe.
El que lo entiende, genial. El que me banca, genial. Y el que no, también, pero me duele. Obvio que me duele. Si venís a verme al teatro, te vas a reír. Me subo al escenario casi todas las semanas, y pasa: viene la novia que arrastró al novio, y después me dice “che, pensé que no me iba a divertir y me divertí”. Y eso me encanta, porque me gusta derribar prejuicios. Llega un punto en el que entendés que no vas a poder con todos, y que es parte de este trabajo.
—Si tu carrera hasta hoy fuera una serie, ¿cuál sería el cliffhanger del final de temporada?
—Depende cómo lo quieras armar, porque en mi vida lo podés contar de muchas maneras. Si es rated R o no. Si es Charlie Sheen: el documental o si lo vamos por el lado laboral. Yo creo que laboralmente sería esta charla, esta reunión que tuve hace poco con Fede y con Darío, donde me dijeron: “Che, te vas a ocupar de todo esto”. Y yo: “¿Qué?”. No sabía si iba a poder. Arrancamos un mes y fue idea mía —bueno, mía y de mi equipo, que son unos capos: Lean, Romi, Barbie, con Momo, el streamer—. La idea fue darle los derechos de MasterChef a streamers, algo que nunca se había hecho en Argentina.
Históricamente, el streamer lo hacía de oculto, con algún truquito. Y yo fui a plantearle a mi jefe: “Che, eso que en general se manda a bajar… ¿y si les damos los derechos?”. Y me siguieron. Salió increíble. Hoy hay igual cantidad de clips de MasterChef como de Rober Galati riéndose de MasterChef. Y eso ahora lo estamos vendiendo comercialmente con ellos. Yo, que soy un mar de dudas, digo: “Ah, mirá, por esto me llamaron”. Porque algunas ideas están buenas. Tengo un síndrome del impostor constante. Me dicen: “Bueno, Grego, ahora los Premios Ídolos los vas a conducir vos, y además llevás parte de la producción. ¿Qué pensás que debería pasar?”. Y yo pienso: “¿Por qué me preguntan a mí?”. Y después, cuando pasa, me doy cuenta de que sí sé. Pero me cuesta asumirlo. Entonces, si mi vida fuera una serie, este arranque de nueva etapa sería el comienzo de temporada.
—¿Y si fuera una comedia romántica?
—Sería horrible. No existe la comedia romántica de un tipo que está solo hace cinco años. Hace cinco años que estoy soltero. Es tristísimo ya.
—Bueno, pero la semana pasada te vincularon con Chechu Bonelli.
—Sí, este año me vincularon con Wanda Nara, con Chechu Bonelli, con la hija de un productor de LAM. Y solo yo puedo ser tan boludo de que me vea Ángel de Brito. De verdad estábamos en el Hilton. Ella estaba parando ahí, no es que fuimos juntos, pero me vieron a las tres de la mañana con la hija del productor. Esto nunca lo conté: me estoy subiendo al ascensor de los Martín Fierro con una chica muy linda, y justo cuando se está cerrando la puerta, una mano la frena. Era Pepe Ochoa y Ángel de Brito. Y yo dije: “Bueno, ya está, mañana salgo en todos lados”. Y la chica me dice: “Sabés que mi papá es el director de LAM”. Al día siguiente salió por todos lados. Una chica hermosa, le mando un beso, pero no era cierto. Lo de Chechu tampoco, lo de Wanda tampoco. Lamentablemente, ninguna de las tres.
No me hubiera molestado igual, que es algo que estoy aprendiendo: ahora que soy mediático, me dicen “no te regales tanto”, “no declares así”. Que tengo que decir “no sé si saldría con ella”. Pero yo soy sincero. Chechu es hermosa, qué sé yo, pero es mi amiga. Tengo buena onda, y eso es todo.
—Para cerrar, seleccioné tres preguntas del cuestionario de Proust. Hay dos que sé que no te van a gustar mucho.
—Yo creo que la estrategia de La Nación de poner a una gran amiga mía para que no le pueda decir que no a nada fue brillante…
—¿Cómo te gustaría morir?
Que no sea doloroso, en primera instancia. Hay una parte mía muy ególatra que me gustaría que sea algo grandilocuente, ¿entendés? Como morir peleando, no sé, a los 60 años, pero no… estoy jodiendo. Creo que voy a decir una obviedad, pero tiene que ver con estar cumpliendo treinta y pico. Cuando sos más chico no le prestás atención a eso. Y ahora me estoy haciendo estudios más seguido. Hay algo ahí que te pega un sustito. De repente es el velorio de un amigo de mi papá, o de algún conocido. Vos sabés, en nuestro grupo hubo muchas muertes de padres últimamente. Y empezás a entender que la muerte es algo real y que va a pasar. Sí, le tengo mucho respeto. Así que espero que sea de muy viejito y que no me duela.
Seguimos con la muerte. Si murieras y regresaras siendo una cosa o una persona, ¿qué serías?
Qué budista esto. Creo que si fuera una persona, me encantaría que sea algo alejado de la vida que tengo. Con otros tiempos, con otra paz. No tener teléfono. Estoy teniendo esta semana una crisis con eso. Me propuse con mi terapeuta bajar de las ocho horas de pantalla. Estoy promediando trece. Hay días de diecisiete, dieciocho. Y no está bueno. Pero no encuentro una forma. La única es usar la compu, pero es otra pantalla. Entonces fantaseo muchas veces con la idea de no tener este aparato, que me dio un montón de cosas —estoy muy agradecido—, pero tengo esa fantasía de volver y ser un escalador, un peón de campo, tomando mate… y ni siquiera me gusta el mate.
La última. ¿Cuál es tu idea de felicidad perfecta?
Uf… Creo que tengo que hacerme cargo, porque iba a responder algo medio cliché, de que la felicidad es la paz. Y seguramente sea verdad, que la felicidad son momentos. Pero me doy cuenta de que hoy, con 34 años, a mí me hace muy feliz laburar. Estar en un lugar que me gusta. Después tengo que elaborar cómo manejarlo, pero me hace feliz trabajar y que las cosas que me gustan sean posibles y vayan bien. Después podemos hablar si tengo que trabajar la validación externa o no. Pero hoy creo que es eso, desde lo narcisista y lo mío propio. Y después, eso no está completo sin mi familia y mis amigos. Lo único que no negocio, aunque duerma cuatro horas, es seguir viéndome una vez por semana con mis amigos. Me sigo juntando. Dicen “¿por qué salís tanto?”. Por eso. Porque es un momento donde me divierto con ellos, la paso bien. Y cuando están mis amigos y mi familia —que en realidad es todo lo mismo—, ahí estoy bien.
Somos muy pocos. Siempre jodo con eso: soy el único del grupo que no tiene otro grupo de amigos. Me quedé con ellos. Pasar tiempo con ellos, que estén bien, y que esté bien mi familia —que es difícil, porque a medida que crecemos la vida se complica—. Somos cinco hermanos. Siempre alguno le da un motivo de preocupación a mis padres. Dos sobrinos, muchos primos, muchos amigos. La vida es compleja, y alguien siempre la está pasando mal por algo. Entonces, mi idea de felicidad perfecta sería que toda la gente que quiero esté bien. Eso, antes que el laburo. Y después, sí, seguir haciendo lo que me gusta.
—Grego, ¿estás golpeado?
—Sí. En el sentido literal y metafórico.
—¿Me querés contar cómo te estás preparando para la próxima pelea?
—Sí. Tengo un entrenador excelente, Nicolás Ríquez, cuatro veces campeón del mundo. Con él y con Facu Suárez, otro campeón del mundo en kickboxing. Me hice amigo de ellos entrenando desde 2023 para la primera, que fue en el Luna Park. Para la gente que no conoce este mundo, son las peleas de famosos. Porque ya no son solo de streamers o influencers. Hay periodistas, pelea Mica Viciconte contra Flor Vigna, por ejemplo. Estamos evaluando que salga por televisión, no solo en el canal de Luquitas, sino también por Telefe. Va a estar bueno. Y me lo tomo muy en serio. Me preparo como si fuera profesional. Obviamente, con la carga horaria que tengo hoy, hago un solo turno; antes hacía doble. Trato de ir todos los días, de mejorar mi alimentación. Me cagan a piñas mucho, perdón la expresión. Me pegan mucho. Pueden poner acá las imágenes, literal, está todo lleno de sangre. Pero es una manera de entrenar: levantar el parámetro. Porque, ¿qué pasa? Algunos critican a mi profe: “Si ese día te van a pegar, ¿para qué?”. Pero si te pegan antes, no te sorprende ese día. La manera de practicar boxeo es haciendo sparring, o sea, pegándote. Obviamente con protección, con casco, con guantes grandes. Pero tenés que tratar de acercarte lo más posible a la pelea, para que después, el día de la pelea, lo hagas bien.
Voy con un rival nuevo, Goncho Banzas, streamer hace muchos años, de la vieja guardia como yo. La rompe, está entrenando mucho. Siento que va a ser una pelea buena, pareja. La otra vez, a Rober Galati le faltó un poco el aire. Él es más joven que yo, más atlético, tiene más tiempo para entrenar, y lo está aprovechando. Igual no estoy abriendo el paraguas: considero que voy a ganar. No tengo ninguna duda de que voy a ganar.
—La primera ya la ganaste.
—La gané, sí. Tengo que volver a ganar ahora. ¿Por qué te reís? Te sorprendió que lo dijera.
—Está muy bien, hay que estar confiado.
—Sí, además el boxeo es el único momento en el que se te permite agrandarte, ¿viste? El boxeador va y dice “voy a ganar”, y eso no se juzga. No existe el concepto del boxeador humilde. Entonces me divierte. Es una excusa.
—¿Con quién te gustaría tener una última charla y por qué?
—Soy muy de la comunicación. Entonces, con la gente con la que tengo que charlar, creo que lo hago. No sé estar mal con la gente. Viste cuando estás en pareja y te peleás y uno se va a dormir para el otro lado y hay que esperar hasta el día siguiente… yo la paso horrible. Sé que es mejor, porque baja, pero yo necesito hablar las cosas. Entonces, de los lugares y trabajos de los que me he ido y no quedé conforme, después hablé. Capaz que con alguna persona tengo alguna duda, algún “che, ¿por qué?”, pero siento que se va a dar. Y después, por suerte, no tengo familiares muy cercanos muertos, así que no me quedó esa charla pendiente que a veces la gente siente. Mis abuelos ya se fueron todos, no me quedó ninguno “en stock” —se va a enojar mi familia, es un chiste—, los quiero un montón. Pero hablé con ellos, los quise mucho, y no me quedó nada pendiente. Lo digo como algo lindo.
Aunque sí siento que, en esta vorágine que estoy viviendo, debería ir más a lo de mis viejos, hablar más con ellos. Viste que están re pendientes, te quieren, no te quieren joder, pero los extraño. Con mi hermano más chico, Simón, que es un capo. Siempre digo “tenemos que hacer más cosas juntos”, pero él está en la edad del pavo y yo estoy a mil, y no lo veo mucho. Ahí me tengo que poner un poco las pilas.
—¿Qué te gustaría que digan de vos en 100 años?
—Tengo que entender que es muy probable —aunque me duela en el ego— que en 100 años no hablen un carajo de mí. No hice nada muy relevante como “che, peleó una pelea de streamers, le ganó a Galati”. Pero si tuviera que dejar algo, a nivel profesional me gustaría que digan que senté un precedente. Cuando arranqué a hacer videos, allá por 2015, era un pibe que no quedaba en castings y buscó otra forma de hacer carrera, de no depender de nadie. Y realmente, en ese momento, nadie lo había hecho.Hoy todo eso que hacen ese 54% de chicos que quieren ser influencers, lo hicimos nosotros: un grupo de pioneros, Santi Vázquez, Santi Maratea, Belu Lucius, éramos poquitos. Y sentamos un precedente para que otros puedan hacer lo que les gusta. Eso me enorgullece. Y después, a nivel personal, que fui un buen tipo. Porque trato, a pesar de todo lo que está pasando, de no perder eso. Y parece una pavada, pero cuando más escalás, cuando tenés responsabilidades o lugares, más fácil se te puede ir la humildad.
Tenés que dar malas noticias, tenés que avisar cosas, y trato de no perder la empatía. De recordar que hay cosas del laburo que son difíciles y duras, pero que hay que estar para los colegas, para el que la está pasando mal. Porque yo estuve ahí hace nada. Y me acuerdo cuando alguno no te contesta —a veces por vorágine—, pero intento muchísimo administrarme para poder seguir siendo empático, buen compañero, buen colega.