El museo Moderno, convertido en un deslumbrante club nocturno
Apenas uno pisa la sala D del primer piso del Museo de Arte Moderno, se sumerge en un universo atemporal, donde la realidad se mezcla con la ficción al punto de desconcertar al espectador más ave...
Apenas uno pisa la sala D del primer piso del Museo de Arte Moderno, se sumerge en un universo atemporal, donde la realidad se mezcla con la ficción al punto de desconcertar al espectador más avezado. En Terciopelo Club, con curaduría de Franco Chimento, el artista marplatense Daniel Basso crea un universo nocturno, en penumbras, hipnótico.
La sala en forma de L se convierte en una intersección de calles, donde se encuentra una motocicleta con su conductor. La sala es un interior, y al tiempo en doble vuelta de tuerca, un espacio exterior, donde puede circular un vehículo. En primer plano de este site specific, se ve la motocicleta que parece estar en movimiento y que está tallada con una máquina (y luego sellada), en telgopor. Atrás, resplandeciente, irrumpe un amanecer que es también un velocímetro y que ocupa una pared de 12 metros de largo. La imagen es fantástica: es posible imaginar cómo una moto cruza a ritmo vertiginoso un horizonte cercano, tangible y radiante.
La moto, indica el artista, “parece desplazarse por los distintos sitios de la sala, tal como lo hace el espectador”. Un camino que incluye desde una palmera hecha con acero inoxidable y defensas de barcos (que el artista vio en locales náuticos de Mar del Plata y que sirven para que los barcos no se choquen contra el muelle y se dañen). Las palmeras también están hechas con sogas de barcos. “Es una alegoría a la arquitectura comercial de zona Norte: a esa fantasía tropical de diversión, como las que también hay en el casino flotante”, señala.
Un bargueño emerge de un edificio que tiene una cúpula de hierro y acrílico negro y una serie de fórmicas. Aquí, el artista representó una ex imprenta de estilo arquitectónico postmoderno que le llamó poderosamente la atención. Hizo las patas del mueble pensando en vigas decorativas que suelen utilizarse en los chalets de Mar del Plata. En el interior del bar espejado, hay dos copas de cristal listas para ser servidas y una botella con forma de motocicleta.
En la instalación hay espacios recubiertos con pana estampada de la que se usa en los tapizados de los micros de larga distancia para ir a Mar del Plata. “Es un viaje que tengo muy presente porque viajo mucho y por mi conocimiento en la imprenta de mi padre, por mi oficio de gráfico, ya que siempre trabajé con estampados de distinto tipo”, señala Basso sobre este material suave, sintético, de colores intensos. Cerca, una serie de objetos hechos en hierro conforman un instrumento extravagante que es un par de pendientes de dimensiones desproporcionadas.
Las paredes pintadas con tonos oscuros y las mullidas alfombras que cubren pisos crean un ambiente diferente, que se aleja de la caja blanca y del espacio del museo: un sitio suave, cálido, e insonorizado. Los estantes están forrados con esa misma pana y las esferas remiten a cuestiones y preguntas que el artista define como “metafísicas”. Un gran banco cubierto con el mismo material remite a un reservado de una disco de otras épocas y recibe a los espectadores que quieran descansar o tomarse unos minutos para contemplar el espacio.
Hay también una serie de ventanales góticos que recuerdan a tablas de surf de las que usan en las playas de la Mar del Plata. A Basso, su ciudad natal le dejó una huella indeleble: reconoce que lo marcó de una vez y para siempre. Y a pesar de que hace años vive en Buenos Aires, en sus creaciones se evidencia ese fuerte lazo.
A través de una lectura original de la decoración de los clubes nocturnos de otras épocas y de los clichés de la diversión, Basso logra la difícil tarea de sumergir al visitante en un escenario que es pura ilusión. Su singular creación fusiona escultura y diseño, explorando influencias de la arquitectura, el mobiliario y la cultura industrial. Formado en la Escuela Superior de Artes Visuales de Mar del Plata, Basso recibió becas de la Fundación Antorchas, el Fondo Nacional de las Artes, Fundación Telefónica y la Fundación Oxenford.
Basso desmonta la caja blanca del museo y crea un ámbito en penumbras, insonorizado, íntimo. Estructuras metálicas devienen joyas de escala imposible, palmeras industriales evocan la “falsa promesa de diversión”. Convierte el espacio museístico en un escenario de espejismos. En ese tránsito entre lo sublime y lo kitsch, con Terciopelo Club el artista captura la era del brillo, el espectáculo y el artificio.
Además, con curaduría de Raúl Flores, Víctor Florido: Interiores, en el pasillo del primer piso, reúne una selección de obras que recorren más de una década de producción. El artista transforma la intimidad doméstica en escenarios silenciosos y enigmáticos, donde el tiempo parece suspendido. Con una paleta acotada, Florido crea escenas teatrales, habitadas por figuras solitarias y bastidores vacíos. Pinturas que indagan, en última instancia, en una pregunta persistente: ¿qué sentido tiene hacer una nueva imagen en un mundo saturado de imágenes?
Para agendar:Daniel Basso: Terciopelo Club y Víctor Florido: Interiores en el Museo Moderno (Av. San Juan 350). Lunes, miércoles, jueves y viernes de 11 a 19h.Sábados, domingos y feriados de 11 a 20h. Entrada general: $4000 pesos; miércoles, gratis.