El otro puede ser semejante, objeto o enemigo
Ya entrados en el siglo XXl y habiendo recorrido como especie tantas vicisitudes, avances y retrocesos, sufrimiento y realizaciones, hoy no tenemos claro cuál es nuestro balance como civilización...
Ya entrados en el siglo XXl y habiendo recorrido como especie tantas vicisitudes, avances y retrocesos, sufrimiento y realizaciones, hoy no tenemos claro cuál es nuestro balance como civilización y si estamos en un camino evolutivo o nos hallamos perdidos como humanos. En este escenario, parece no solo necesario sino imperioso preguntarse quién es “el otro”, qué idea y visión tenemos de él, de lo que significa ser humanos y relacionarnos como tales.
Propongo, para orientar la reflexión, la descripción de tres maneras de concebir al otro: como prójimo y semejante, como objeto y como enemigo.
Con el semejante me acerco y me alejo, me encuentro y desencuentro, puedo tener más cosas en común o más diferencias, pero el prójimo es, siempre, aquel a quien me siento íntimamente ligado
El otro como prójimo (próximo) es el cercano, el semejante con quien me siento identificado, en quien me reconozco. Con él siento afinidad, empatía y compasión. Es el otro semejante pero diferente, diferente pero semejante. Nos hallamos en el territorio de las coincidencias, de los acercamientos y encuentros, pero también, de los conflictos y disidencias, desacuerdos y confrontaciones. Con el semejante me acerco y me alejo, me encuentro y desencuentro, puedo tener más cosas en común o más diferencias, pero el prójimo es, siempre, aquel a quien me siento íntimamente ligado. Soy parte más allá de las dificultades que representa la alteridad, el otro diferente que me desafía a intentar adentrarme en su mundo y palpar algo de su singularidad única. El otro se convierte en semejante cuando acepto y respeto su diferencia, la “otredad”, la ajenidad radical, aquello más lejano y extraño a mi propia “mismidad”.
El prójimo es el otro que me importa, su dolor es mi dolor, su alegría, la mía. En él veo “la humanidad”. Y eso me compromete y me hace responsable. El semejante me significa, es mi horizonte de sentido. Sin él no soy. Su sola mirada y su contacto me convierten en humano, me humanizan. Pero hay ahí una paradoja existencial: el compromiso moral de intentar cruzar el puente sabiendo que no llegaré a hacerlo en forma acabada y que he de encontrarme con una dimensión de misterio que tendré que aprender a respetar.
El otro se vuelve objeto cuando lo concibo como alguien a quien puedo usar y manipular
El semejante le hace tope a mi propio narcisismo y me desafía desde su límite, su diferencia, a abrazar lo inasible, lo que no es pasible de ser poseído ni conquistado. A veces soy su huésped, otras su hospedero; el prójimo es quien me aloja y a quien alojo porque comparto la sustancia común de la fragilidad, la herida de la finitud, el desamparo y la necesidad del abrazo y la protección.
El otro-objeto son los 30.000 niños que mueren de hambre cada día, invisibles, en medio de la indiferencia de nuestras agendas y celulares con demasiados mensajes más importantes
El otro se vuelve objeto cuando lo concibo como alguien a quien puedo usar y manipular. Es el que me “sirve” como medio para alcanzar un fin y de quien espero obtener un beneficio. Y es de quien puedo, incluso, llegar a abusar. Allí no hay vínculo ni reciprocidad, el otro-objeto no me importa ni significa nada para mí. Si no me sirve, me es indiferente. El modo unilateral de relacionarme con él requiere disociación afectiva y frialdad. En nuestra historia social relativamente reciente, es el otro esclavo y súbdito de su amo. En la sociedad de consumo posmoderna, es el otro visto como un “recurso humano”, engranaje en la cadena de producción y consumo que puede ser descartado de las grandes corporaciones sin demasiados miramientos y ninguna compasión. Y también, en el final de la cadena de rendimiento, al otro se lo jubila sin júbilo, marginándolo al abandono y el olvido. Lo que es “viejo” se tira en el paradigma consumista.
El otro-objeto son los 30.000 niños que mueren de hambre cada día, invisibles, en medio de la indiferencia de nuestras agendas y celulares con demasiados mensajes más importantes. El otro cosificado a tal punto no es visto claramente como semejante, y menos como igual. Es víctima de la más cruda desigualdad. A veces, también, de la crueldad y la perversión humana, cuando es objeto de pedofilia, trata sexual o explotación laboral. Objetos, no sujetos de su propia libertad y dignidad, son los rehenes secuestrados o masacrados en Ucrania o en Gaza, o los inmigrantes africanos “alojados” en prisiones disfrazadas de campamentos de ayuda humanitaria. Y recientemente, gracias a las virtudes higiénicas del presidente Trump y su tan soñada limpieza étnica, los latinoamericanos deportados, etiquetados literalmente como la “basura” infiltrada en el país, que contamina y ensucia solo por ser inmigrantes, diferentes, solo por ser “otros”. El otro como objeto es el despreciado, el claramente inferior según la supremacía de turno o el neonazismo en boga, el que sobra o no encaja porque no se ajusta a los parámetros establecidos por la ideología dominante con sus discursos de poder. Objetos, no sujetos de derecho, son las mujeres golpeadas y asesinadas, los homosexuales y las personas transgénero o de géneros “no oficiales” y no aceptados como “normales”. El otro-objeto es todo aquel que cae en el abismo del tejido social agujereado. No solo no es el prójimo (próximo), sino que es alguien al que se lo quiere más lejos porque su diferencia molesta y desafía nuestras certezas identitarias y nuestros mapas mentales. Allí también hay un uso oculto: los necesitamos como pantalla de proyección de todo aquello que consideramos inapropiado. El otro objeto es la víctima, el chivo expiatorio de lo que los “buenos” dejamos en la sombra. Y el paradigma materialista de nuestra sociedad de consumo y descarte necesita, para su propio goce, para consumar su climax, su perpetuación y su éxito, del fracaso de los que no funcionan o no alcanzan el rendimiento esperado.
¿Quién es el enemigo? El que me hace sentir amenazado y despierta mi debilidad, mis deficiencias e inseguridades. El que me enfrenta y se me opone con su ajenidad más radical y cuestiona mi mismidad y mi suficiencia despertando esa intolerancia tan humana con lo distinto, lo que resulta imposible asimilar.
Enemigo es lo que amenaza la mismidad, lo distinto de mí. Pero no me es indiferente porque el enemigo, con su mera existencia, con su extranjería, me hace sentir en peligro. Me pone inseguro con respecto a quién soy. Y enemigo es también el que tiene lo que yo no tengo y deseo o, para algunos, el que no tiene lo que yo tengo y me lo puede robar.
De un lado y del otro de las alambradas, las víctimas de la desigualdad se miran, unos con culpa y otros con resentimiento, en una danza que amenaza con convertirse en guerra. A estos enemigos los fabrica un sistema que juega con la inclusión y la exclusión, convirtiendo a todos en los nuevos esclavos de la carencia o la obscenidad. Otras veces, los enemigos se construyen en las tácticas del poder: si tengo una “casta” a quien combatir, me vuelvo poderoso y salvador. Ese blanco a quien lanzarle mis misiles me brindará aliados entre los que se identifiquen con mi causa. Juntos combatiremos a la “lacra” restante, esas “ratas” que, por no pensar como yo, están contra mí.
La lógica del enemigo es la lógica narcisista de “el otro o yo”. Nunca el diálogo, el consenso por el bien común, la disposición a la convivencia. De un lado y otro de las grietas, los bandos refuerzan sus posiciones y descalifican al otro con los taquilleros discursos de odio en las redes, enredando a todos en un clima de violencia.
Como integrantes de la sociedad actual, inmersos en esta vertiginosa y espectacular era de progreso científico y tecnológico, de conocimiento e información, inteligencia artificial e hiperconectividad, no estamos seguros ni tranquilos, sin embargo, con respecto al futuro de la humanidad y del planeta. No sabemos realmente, en suma, si más allá de los avances en tantas áreas de nuestra existencia estamos evolucionando como especie, como humanos, hacia la concepción del otro como prójimo y semejante o como objeto y enemigo.
Psicólogo
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/el-otro-puede-ser-semejante-objeto-o-enemigo-nid15062025/