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El último emperador de la AFA

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El último emperador de la AFA

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La siguiente columna fue publicada en Seúl y cedida a LA NACION para su reproducción.

Qué es el poder sino algo que se consume. Mirado con esperanza, desde un dron, que el chiquitapismo haya entrado en su fase delirante puede ser un signo de que camina hacia su desenlace, porque el que sabe que madura el nocaut tira manotazos para llevarse a la lona la sangre que sea: unos dólares angoleños, la inmortalidad en un spot de Adidas jugando al truco con los muchachos, un torneíto para los de Central que son amigos de la casa.

Mirado con cinismo, a la altura de la cámara, donde los cuerpos se mueven y se tocan, no hay indicios de ningún final y lo único que se muere es el fútbol argentino. También se puede hablar con pajaritos y cambiar la fecha de Navidad y que el poder se doble pero no se rompa nunca.

En el medio, entre una opción y la otra, nosotros. Pero no hay texto sobre nada que tenga clara esa primera persona del plural. ¿Quiénes somos nosotros? ¿A qué hora nos juntamos y en qué esquina? ¿Qué estamos dispuestos a hacer cuando a Barracas le inventen el próximo penal?

Dice la periodista militante Ángela Lerena que si queremos cambiar algo armemos un partido y ganemos las elecciones. Ajá. Yo sólo quería ver un poco de fútbol y que le dieran tres puntos al que hiciera más goles. Si hay que hacer un trámite para eso, capaz que me paso al ajedrez, cuyas reglas también son arbitrarias pero al menos termina cuando voltean al rey.

He ahí un nosotros: los que sabemos que el final del párrafo anterior es una hipérbole chistosa, porque irnos del fútbol no es una opción real. Lo heredamos, lo imitamos, lo adquirimos, lo que sea, y ni siquiera es necesario que estemos demasiado orgullosos de nuestra condición, pero ya estamos tan pegados que si el avión se estrella será con nosotros adentro. Lo que está pasando nos empeora la vida, pero nos vamos a quedar sentados mirando cómo empeora, mientras el autito violeta de Cabify lleva otra vez la pelota al círculo central.

Pero entonces de quién es la culpa, va a preguntar el analista. Le contestaremos que se calle. Que hoy no vinimos a hablar de nosotros sino de Chiqui Tapia. Y como es muy de analista hacerse el desentendido de los asuntos del fútbol, el gesto de mirá que yo ni idea, habremos de contarle todo lo que nos indigna. O al menos lo primero que se nos venga a la cabeza.

La segunda foto del trofeo oficial de Rosario Central, el jueves, es de adentro de un auto. Con la copa, de izquierda a derecha, están Ariel Holan, el director técnico del equipo; Carolina Cristinziano, la vicepresidente, que antes era barra y que alguna vez contó que entraba a la cancha a los tiros y peleándose con la policía; Gonzalo Belloso, presidente y marido de Cristinziano, que en 2023 les agradeció públicamente al presidente de AFA Claudio Tapia, al tesorero Pablo Toviggino y al entonces ministro de Economía, Sergio Massa, por la ayuda económica con fondos públicos para desendeudar al club y salvarlo de fundirse; Jorge “Fatura” Broun, el arquero del equipo; y Ángel Di María, el capitán, que alguna vez y hace no tanto estaba en Qatar haciendo el gol más importante del mundo y ahora está en esta, apretado en un Uber después de mendigar en un escritorio el título que le faltaba.

Será la escena que estire la mitología del club que tuvo a Mario Kempes y a Omar Palma, la secuencia que recreen los canallas del futuro cuando ya no recreen la palomita de Aldo Pedro Poy, pero ahora ese auto apretado me hace acordar a aquella reflexión de Ricardo Iorio cuando hablaba con Beto Casella sobre las bandas de cumbia. “¿Sabés por qué son tantos en el escenario?”, le preguntó el metalero al periodista, y se contestó solo. “Porque tienen vergüenza”.

Mientras tanto Chiqui Tapia, que no está en la foto pero está, llegó al pico de la desvergüenza y superpone a cada medida absurda otra más absurda, de manera que cada esbozo de queja quede tapado por la queja siguiente, y así hasta que ninguna queja signifique nada.

Su modus ya opera a la vista de todos, como si supiera que nada lo toca, pero el maquillaje de los mates con Messi y con De Paul es apenas la punta de un iceberg más gordo, sostenido por un Comité Ejecutivo de 30 equipos de primera que tienen un voto cada uno para decidir lo que sea, y que incluye al menos 15 clubes chicos que están ahí por obra y gracia del engendro que es el torneo, agradecidos por la plaza y soñando con pegar un campeonato como lo pegó Platense, que acto seguido salió último pero quién le quita lo bailado. Si uno es muy pobre puede aceptar vivir con resaca, el signo de que alguna vez tuvo una fiesta.

La nota disidente de la mesa la dan dos clubes medianos, Estudiantes de La Plata y Talleres de Córdoba, que luchan contra caras de piedra como si lucharan contra molinos de viento, como si los problemas que nombran no existieran. Si Estudiantes saca un comunicado diciendo que no hubo ninguna votación para determinar el título de Central, el tesorero de la AFA responde que sí hubo, y entonces la verdad es obvia pero andá a chequearla a la cancha de tu madre.

Y la nota cobarde la dan River y Racing, los dos grandes con pretensiones europeas, que no pueden despegarse de su destino sudamericano y levantan en cada votación la misma manito que los demás. El truco de Tapia en esta vuelta parece haber sido que ni siquiera pidió brazos arriba ni papelitos sino que presentó la medida y se paró para la foto, corran que ya puse el temporizador, y entonces ahí están, en la imagen protocolar, además de los de Rosario que después iban a apretarse en el auto, Ricardo Rosica, secretario general de Boca, e Ignacio Villarroel, flamante vicepresidente segundo de River.

Entre esa cárcel y nosotros flota la prensa tradicional, que no puede correrse de los likes que hay que salir a buscar en el posteo siguiente. En las redacciones de ESPN y de TyC Sports y de Olé habrá decenas de pibitos indignados, pero también un secretario de redacción que les pide un carrusel para Instagram con los mejores momentos del Central campeón. Como todo es para ya, el reflejo de pensar se aplaza para otro momento y el chico que soñaba con ser periodista ejecuta el carrusel en velocidad, si sale con errores de redacción no pasa nada, tiene un par de idas y vueltas con las chicas de diseño, y guarda su oficio para el asado con amigos, pero hasta en el asado con amigos se va a notar que fue perdiendo poco a poco la gimnasia de la inteligencia. Con tiempo y resignación, cualquiera va cediendo hasta la voluntad.

Años después, los más articulados de esos chicos ganan el lugar de Gastón Edul o de Sofi Martínez, que se acomodan en la zona mixta de la Selección estando horas y horas para meter un chistecito pegados a la valla, quizás llevar dos alfajores y que los jugadores voten el mejor, y en una de esas ligar el contacto de Whatsapp de Nahuel Molina, un puño apretado más en el álbum a llenar, para ser los primeros en enterarse quiénes son los próximos convocados en el amistoso contra Ángola, pero nunca jamás qué pasó con el dóping del Papu Gómez ni cuándo se empezó a gestar en AFA el regalo sorpresa que es este torneo para Angelito.

La libertad de expresión del mainstream queda reservada para los periodistas amparados por años de hacer lo suyo excepcionalmente bien, como Mariano Closs y Ariel Senosiain, y la desfachatez total sólo vive en las habitaciones de los streamers veinteañeros como Davoo Xeneize, que de tanto en tanto deja intervenciones inapelables sobre lo que está pasando. Acaso el optimismo más realista venga agarrado de este panorama, porque de a poco los medios históricos, que no saben cómo competirle a esos chicos de jogging que prenden Kick seis horas por noche, se están avivando de que lo único que garpa es la honestidad intelectual.

Lo de esta semana no es necesariamente más escandaloso que otras cosas que pasaron antes, pero ahora sí hubo notas y recortes en todos lados denunciando lo evidente. Este texto es uno más entre varios, sin soluciones maravillosas, y la ilustración satírica de Tapia como emperador y de Di María como chupamedias confirman pero no descolocan. Es difícil incomodar a los que no tienen pudor. Pero una vela enciende otra vela que enciende otra vela, y cuando te querés dar cuenta el cielo está iluminado o hay quórum suficiente para prender fuego todo.

Mientras tanto, en este país hay dos Chiquis. Una es mujer, nació antes que el Obelisco y su batería vital ya es un meme. Todo indica que no se va a morir nunca y que estamos bien con la anomalía. Hacemos chistes, pero en el fondo nos da más o menos lo mismo. El tema es el otro, el dueño de nuestra pelota, que en tren de eternizarse quizás choca antes. Hace unos años inauguró unas oficinas de la AFA en Wynwood, Miami, porque quién le iba a decir que no y quién no se quiere retirar en la Florida. Andá, Chiqui, nomás, nadie te detiene.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-ultimo-emperador-de-la-afa-nid23112025/

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