Entre Nueva York y Buenos Aires, vino de visita y armó una empresa de muebles: “La parrilla es mi tradición argentina favorita”
Con su marca se ganó un lugar en el mundo del diseño por sus piezas funcionales cargadas de significado emocional, concebidas para trascender generaciones y convertirse en parte de la historia de...
Con su marca se ganó un lugar en el mundo del diseño por sus piezas funcionales cargadas de significado emocional, concebidas para trascender generaciones y convertirse en parte de la historia de quienes las usan. Artista y diseñador de muebles, William Stuart es el creador detrás de Costantini Design.
Nacido en un pequeño pueblo cerca de Siracusa, en el estado de Nueva York, Stuart creció rodeado de fábricas en desuso y paisajes industriales que despertaron, desde muy temprano, su fascinación por los materiales y la arquitectura. “Crecí junto a una fábrica de muebles. Cuando tenía unos 7 años, mis padres me inscribieron en las ligas menores de béisbol. No destacaba demasiado, así que solía quedarme en el jardín derecho, el sector más tranquilo, donde casi nunca llegaba la pelota. Mi madre siempre me veía distraído, mirando hacia el otro lado, más allá de la cerca, en dirección a una fábrica cercana. Si alguien bateaba un jonrón, yo aprovechaba para escalar las paredes de la vieja cantera y llegar hasta el estacionamiento. Con el tiempo entendí que esa escena se convirtió en una metáfora muy poderosa para mí. También me fascinaba observar aquel edificio enorme y silencioso, preguntándome qué historias guardaría en sus paredes de ladrillo y cemento gastadas por el paso del tiempo”, recuerda.
En su hogar, el arte era parte de la vida cotidiana gracias a su madre, artista plástica, que llenaba la casa de colores, telas y lienzos. “Mi mamá tenía una mirada muy especial para encontrar belleza en lo cotidiano. Podía transformar un objeto común en algo extraordinario con solo un gesto”, dice. Esa influencia fue decisiva para que William desarrollara una sensibilidad estética y una conexión emocional con los materiales que hoy define su trabajo. “Creo que heredé de ella esa curiosidad por explorar texturas, colores y formas. Ella me enseñó que el arte no solo se mira, también se toca y se siente”, agrega.
Esa curiosidad se convertiría, con el tiempo, en una verdadera pasión. Tras graduarse de la carrera de Arte, Stuart se mudó a Nueva York con la intención de comenzar su vida profesional. Sin embargo, todavía no se sentía listo para instalarse por completo en la gran ciudad y decidió pasar una temporada en su lugar de origen. Fue entonces cuando un viaje cambió el rumbo de su vida. Su hermana, que estudiaba en Buenos Aires, lo invitó a visitarla.
Lo que comenzó como unas simples vacaciones se transformó en una historia de amor con Argentina, con su gente y con su energía creativa. “A mi hermana le gustó tanto Buenos Aires que decidió quedarse un semestre más. Fue entonces cuando pensé que tenía que ir a visitarla para ver qué estaba pasando”, recuerda.
Su primera visita a Argentina: el viaje que lo cambió todoSu primera visita a Argentina, en julio de 2001, estuvo cargada de descubrimientos, sorpresas y anécdotas que aún recuerda con claridad. “Estaba en mis veintitantos y me la pasaba explorando. Fui a la Costanera, a varios boliches, y me quedaba hasta que salía el sol, algo muy argentino”, dice con una sonrisa.
Pero fue un momento muy particular el que marcó su verdadero primer contacto con la cultura local. “El papá anfitrión de mi hermana me pidió que lo acompañara a comprar bebidas para una fiesta. Cuando llegó la hora de pagar, me dijo que se había olvidado la billetera y me pidió que yo cubriera el gasto. Después me explicó que iba a recuperar el dinero cobrando entrada, cinco pesos por persona, barra libre. Me enseñó a decir, ‘bienvenido, no cigarrillos al piso por favor. Cinco pesos, all you can drink’. Así conocí a todos en la fiesta y aprendí mis primeras palabras en castellano”, recuerda entre risas.
Con el tiempo, esa conexión inicial se volvió más profunda. Aprendió el idioma, adoptó costumbres locales y se sintió parte de una comunidad. “Desde el primer momento me sentí integrado. Ahora hablo castellano y mucha gente asume que soy argentino. Incluso aprendí a manejar una parrilla, que es, sin dudas, mi tradición favorita. Me encanta cocinar a la leña”, confiesa.
Lo que más le sorprende es cómo estos pequeños gestos culturales se vuelven parte de su identidad. “Me encanta que un desconocido me diga ‘buen provecho’ cuando desayuno en un café. Es algo tan simple y humano. Cuando estoy en Nueva York y paso junto a alguien que almuerza solo, le digo lo mismo. Es como llevar conmigo un pedacito de Buenos Aires”, relata.
Una firma con espíritu argentinoLa filosofía detrás de Costantini Design es clara, crear piezas funcionales que transmitan emociones y cuenten historias. “Soy un artista y me expreso a través de objetos que pueden disfrutarse con el uso. Cada pieza comienza con una historia personal, y mi deseo es que nuestros clientes continúen esa historia y la transmitan a futuras generaciones”, explica Stuart.
Sus materiales preferidos son el bronce y el pergamino, aunque en los últimos años comenzó a experimentar con fibra de vidrio. Esta elección no es casual, sino que está directamente relacionada con su experiencia en Argentina. “Este país es increíblemente rico en materiales, maderas, cueros, piedras… Cuando los ingredientes son buenos, no hace falta disfrazarlos demasiado. No me considero minimalista, pero me gusta respetar la belleza natural. Es como ver las piedras erosionadas por el viento y la lluvia en Catamarca. Las imperfecciones son como huellas digitales, únicas y hermosas”, describe.
“Trabajar acá me permite rodearme de personas talentosas”Cuando Stuart fundó su empresa en 2002, decidió que toda la producción se realizaría en Argentina. Dos décadas después, sigue convencido de esa elección. “No paso mucho tiempo en mi ciudad natal, en el norte del estado de Nueva York. Buenos Aires tiene una historia de artesanía impresionante y trabajar acá me permite rodearme de personas talentosas. Además, la conexión con Nueva York es directa, son diez horas de vuelo y prácticamente el mismo huso horario. Y me encanta que las estaciones sean opuestas. Cuando en Nueva York es febrero, frío y oscuro, yo estoy en el taller con el equipo, con pleno verano”, cuenta.
Más allá de la logística, para Stuart el verdadero valor está en la comunidad que construyó a lo largo de los años. “Llego al taller, en José León Suárez, antes de las ocho de la mañana y el día se me pasa volando. Trabajo con un equipo increíble de artistas que heredaron técnicas de generaciones anteriores o que las aprendieron trabajando junto a mí. Es un privilegio crear con ellos y compartir ese trabajo con un público global”, afirma.
Su vínculo con la ciudad también se refleja en rituales personales. “Mi taller está a metros de una parrilla donde cocinan a la leña. A la mañana, cuando siento el olor del humo mientras paso por la puerta, me siento en casa. Todos me conocen y me preguntan qué voy a pedir, entraña, vacío o asado, que es mi favorito”.
Dos mundos, una sola visiónVivir entre Nueva York y Buenos Aires le da a Stuart una perspectiva única sobre el arte y el diseño. “Nueva York es el escenario más grande del mundo. Amo caminar por las galerías de Chelsea, encontrarme con amigos y clientes, escuchar jazz. Pero también es una ciudad cara y siempre está llena de gente”, reflexiona.
Argentina, en cambio, le ofrece otro tipo de energía. “Acá siento un apoyo enorme para nutrir mi proceso creativo. Buenos Aires me inspira y me permite crecer de formas que serían difíciles en Nueva York”, asegura. Cuando le preguntamos en qué momentos se siente más neoyorquino y en cuáles más argentino, responde sin dudar: “En Nueva York soy yo caminando por las galerías, tomando algo al aire libre, charlando con clientes. En Buenos Aires soy yo haciendo un asado con el equipo después de terminar un gran proyecto. La verdad es que hago ambas cosas en los dos lugares, y eso me hace sentir afortunado”.
“Cuando hay errores hay que perdonarse y seguir adelante”Uno de los aprendizajes más profundos de su carrera tiene que ver con aceptar los errores como parte del proceso creativo. “Hace unos años envié unas piezas a una fundición y volvieron con enormes grietas. Eran ‘defectos’, pero eran hermosos. La fundición me ofreció rehacerlas, pero yo estaba seguro de que podían encontrar su lugar. Ahora estamos experimentando para recrear esas grietas de forma intencional”, cuenta. Este enfoque habla de una filosofía que va más allá del diseño. “No busco cometer errores, pero suceden. Y cuando pasan, hay que perdonarse y seguir adelante. Si no estás tomando riesgos, probablemente no estés viviendo tu mejor vida”, afirma.
“La vida es demasiado corta para llenarla de cosas que no significan nada”El apellido Costantini no es casual. Stuart eligió el nombre de sus abuelos para su marca como homenaje a sus raíces italianas y a la influencia de su familia. “Invitarlos al primer showroom en Los Ángeles en 2003 fue un momento increíble. Tengo una foto de mi abuelo sentado en una de las sillas que diseñé. En un momento me preguntó si necesitaba dinero, y aunque me habría venido bien, le dije que no. Más tarde ese mismo día, los llevé a los dos al primer proyecto de restaurante en el que trabajé. Y como le puse su nombre a la empresa, creo que el cliente pensó que tal vez ellos eran los verdaderos dueños y le dije: `El abuelo Costantini no habla mucho´. Y mi abuela le gritó: ´Bill, ¿escuchaste eso? ¡Dice que no hables!´. Fue muy divertido, él desempeñó su papel a la perfección cuando recorrimos el restaurante y no habló demasiado”, recuerda.
Más allá de las anécdotas, Stuart asegura que los valores familiares guían todo lo que hace. “Mi abuela me enseñó que el verdadero éxito está en rodearte de personas que amás y que te aman de vuelta. Creo que lo mismo aplica a los objetos, la vida es demasiado corta para llenarla de cosas que no significan nada”, reflexiona.
“Argentina me dio una segunda casa y una nueva forma de ver el mundo”Hoy, cada pieza de la firma lleva consigo el espíritu de dos mundos, la energía de Nueva York y la calidez artesanal de Buenos Aires. “Cuando nuestros muebles llegan a un cliente en otra parte del mundo, viajan con la historia de todos los que participaron en su creación. Es un puente entre culturas, personas y generaciones”, dice Stuart.
Mirando hacia atrás, se siente agradecido por el camino recorrido. “Cada paso, incluso los errores, me trajo hasta acá. Si me hubieran dicho en 2001 que este sería mi futuro, no lo habría creído. Pero Argentina me dio una segunda casa y una nueva forma de ver el mundo”, concluye.