Herencia rural: qué pasó con la icónica estancia El 29 tras su división familiar
Con el paso del tiempo, muchas emblemáticas estancias argentinas fueron dividiéndose entre los herederos. Pero no necesariamente perdieron su encanto, sino que los nuevos propietarios buscaron re...
Con el paso del tiempo, muchas emblemáticas estancias argentinas fueron dividiéndose entre los herederos. Pero no necesariamente perdieron su encanto, sino que los nuevos propietarios buscaron revalorizar aquello que las convirtió en icónicas y honrar la memoria de sus antepasados. Este es el caso de la icónica estancia El 29.
El joven inglés Edmund Barbury Perkins llegó al puerto de Buenos Aires en 1863. Y no lo hizo con una mano atrás y otra adelante, como tantos otros inmigrantes, sino con un pequeño capital que invirtió en tierras. El amor por el campo lo llevaba en la sangre, pues su padre era un “gentleman farmer” en Warwick. Para no equivocarse, recorría las distintas zonas y “con un método bastante adelantado para esos tiempos, regresaba a la capital con muestras del suelo que hacía analizar para conocer su grado de aptitud al cultivo”, contaría años después su nuera Carmen Peers en su libro Éramos jóvenes el siglo y yo.
Tras adquirir la estancia La Esperanza en Chacabuco, siguió avanzando por la pampa bonaerense, el sur de Santa Fe y Córdoba, hasta convertirse en un poderoso hacendado.
Los comienzos de la estancia“El 24 de diciembre de 1901, mi bisabuelo compró los establecimientos San Carlos y El 29 a la sociedad anónima belga Estancias Amberenses Sud-Americanas, representada por Albert Oostendorp”, cuenta Emiliano Tagle, gran estudioso de la historia familiar y rural. “Ubicados en Vedia, comprendían unas 35.000 hectáreas administradas por Gastón Peers de Nieuwburgh, un barón belga que luego se convertiría en su consuegro”, agrega.
El nombre El 29 rememora un triste 29 de julio de fines del siglo XIX, cuando unos albañiles italianos fueron atacados allí por los indios: “La Casa del Administrador o Casa Vieja, por el ancho de sus muros, es anterior al 1900. Quizás es la que estaban construyendo cuando ingresó el malón”, supone su bisnieta Ernestina Anchorena.
A comienzos de los años 20, don Edmundo transfirió este campo a su primogénito Carlos E. Perkins Diharce, viudo de Adela Estrugamou y vuelto a casar con Carmen Peers, a quien había conocido a bordo del Lutetia en 1923: “pasaba a cada rato frente a mi silla (…) un hombre joven y bien parecido (…) acabó por interesarme sobremanera (…) Sus primeras palabras fueron para decirme que había conocido, cuando niño, a mi padre (…) Al tocar el puerto de Buenos Aires, Carlos y yo ya éramos novios”.
El flamante matrimonio se instaló en la estancia El 29 y, entre mediados de los 20 y los 30, realizaron una gran transformación. Edificaron una sólida casa de tipología rural inglesa sobre una suave loma y varios edificios aledaños, como una cabaña y una herrería, que aún siguen en pie.
“Teníamos huerta, gallinero, elaborábamos manteca y crema con la leche que se ordeñaba y en el escritorio había una central telefónica porque cada puesto tenía su teléfono”, recuerda vívidamente Cynthia Perkins Peers, la menor de sus hijas.
También diseñaron, junto a un paisajista francés, un magnífico parque de unas 15 hectáreas y destinaron otras 125 para potreros rodeados de árboles o con grandes montes centrales donde ubicaron los planteles de toros y los caballos de carrera.
“Mi padre fue un gran plantador de árboles; hizo tres avenidas de plátanos, álamos y paraísos que marcaban larguísimos caminos. Pero luego vinieron los tornados, las tormentas, la sequía…”, continúa Cynthia.
Actualmente, revelan ese diseño tres imponentes líneas de plátanos que se extienden ininterrumpidamente a lo largo de cinco kilómetros, un par de cipreses y acacias, algún que otro banco de piedra y farol y una glorieta que alberga el busto de Ángela Oliveira Cézar de Costa “que estaba en nuestra casa de Libertador y San Martín de Tours y mi madre luego trasladó al campo”.
Tiempo de cambiosCarlos E. Perkins murió en 1952 y la estancia El 29 se dividió entre su mujer, que conservó el casco y un porcentaje de hectáreas, y sus 11 hijos (tanto Carlos F. Perkins Estrugamou como los diez Perkins Peers). Surgieron entonces: Don Carlos de Rosemary, La Suerte de Mercedes, El Indio de Gastón, El Carmen de Margarita, Pajonales de María Adela, La Providencia de May, Los Gateados de Juan Carlos, La Promesa de Inés, Los Corrales de Cynthia y La Bellaca de Martín. Carlos F. Perkins Estrugamou vendió su parte a Jorge Bustillo, quien estableció allí El Fortín.
Durante los años 60, varias de las casas de estos nuevos campos fueron diseñadas por este gran arquitecto y amigo de la familia. En 1984 falleció Carmen Peers de Perkins y nuevamente hubo una repartición. Por ejemplo, Margarita “Pussy” recibió las edificaciones más añosas del casco: la Casa del Administrador o Casa Vieja, el Comedor de Peones Solteros y la Carnicería.
Su hija y actual propietaria, la paisajista Ernestina Anchorena, devolvió a su sector del parque el espíritu primigenio: “Tomé decisiones que tenían que ver con la época de mis casas, como poner en valor los árboles originales: dos enormes Phoenix canariensis, macluras y magnolias que rodeé con canteros con buenas noches y junquillos. También conservo las únicas rosas que quedan del antiguo parque: ‘Indica Major’ y ‘Archiduc Joseph’. Y siguiendo esa línea, planté rosas de ese período alrededor de las casas, algunas sacadas de gajos de los que había plantado mi abuela en el sector de tenis”.
Rosemary heredó el lindísimo chalet principal que luego legó a su sobrino Santiago “Bebe” Ulloa, quien vive allí con la paisajista Ana Geoghegan: “Tratamos de respetar el esquema del parque de los años 30. Primero limpiamos lo que había crecido guacho: ligustros, moras, almeces y algunos laureles; ¡la acacia negra por suerte no llegó a invadirlo! Realzamos con buxus la formalidad y simetría del camino de entrada y colocamos rosales trepadores en la columna del farol del boulevard central."
“También arreglamos la antigua cancha de tenis de cemento, le pusimos pasto sintético y una bordura de estilo inglés con variedad de rosas trepadoras y arbustivas, salvias, nepetas y zinias. Cada decisión fue muy pensada”.
La parcelación de El 29 no significó su final sino un nuevo comienzo para esta numerosa familia, fiel defensora e impulsora de las tradiciones rurales: “Me considero el cuidador de este lugar tan querido y destinado al disfrute de todos los descendientes. Mantenerlo es honrar la memoria de quienes nos precedieron”, concluye Santiago.