“La comparo con Hitler”: el hijo de la primera asesina serial argentina cuenta su verdad
Acepta la entrevista rápido, llega con buena predisposición. Se sienta, pero antes de empezar tiene un pedido: “Pregunten lo que quieran, pero no se refieran a Yiya como mi madre”. Más tarde...
Acepta la entrevista rápido, llega con buena predisposición. Se sienta, pero antes de empezar tiene un pedido: “Pregunten lo que quieran, pero no se refieran a Yiya como mi madre”. Más tarde, dirá que a él también lo quiso envenenar y la comparará con Hitler.
Martín Murano se define como actor, director, conductor de radio, doble de riesgo y escritor. Además, es el hijo de “la envenenadora de Montserrat” y vivía con ella cuando cometió los asesinatos que le dieron ese apodo. “No es de los mejores recuerdos de mi infancia”, lanza irónico al recapitular los hechos.
María Bernardina de las Mercedes Bolla Aponte de Murano, más conocida como Yiya Murano, fue la primera asesina serial condenada de la historia argentina: envenenó con masitas que contenían cianuro a tres mujeres de su círculo íntimo, luego de estafarlas. La miniserie Yiya, recién estrenada en Flow, se basa en su historia.
El juego de té y una revelaciónEn 2023, el actor puso a la venta el “tristemente famoso” juego de té con el que, según asegura, Yiya “se cargó” a su primera víctima, su vecina y amiga Nilda Gamba de Lardone. En ese momento, conversó con LA NACION para esta entrevista, que salió originalmente en video.
“Con una de esas tazas yo experimenté lo que es perder un ser querido por primera vez. Era muy chico, tenía 10 años”, recuerda en aquel reportaje. La vajilla todavía no encontró un comprador; la subasta comienza en 4000 dólares y el objetivo es destinar el dinero a un refugio de perros y gatos.
Las siguientes víctimas fueron, en un lapso de poco más de un mes, Lelia Formisano Ayala, amiga de la madre de Yiya, y Carmen Sulema Del Giorgio de Venturini, su prima. A todas ellas les debía plata que, según les había prometido, iba a devolverles con grandes ganancias.
“Cuando le comunican que había muerto Lelia Formisano Ayala, Yiya, al mejor estilo suburbio parisino, como en esas obras de teatro donde gesticulan mucho, dijo: ‘No puedo creer que cada vez que me llaman es para avisarme que a una amiga mía le pasó algo o falleció’”, cuenta Murano.
En ese instante, según su relato, descubrió que ella era culpable, aunque aclara que la relación entre ambos jamás fue buena. De hecho, para él su madre es Ignacia, la empleada doméstica que trabajaba en su casa de la infancia. No sabe quién es su padre biológico, pero lo crio Antonio Murano, quien le dio el apellido, al igual que a Yiya, y con quien compartió algunos de sus mejores recuerdos de la niñez.
“A gran escala, si la tengo que comparar con un personaje, la comparo con Hitler”, sentencia Murano y explica: “Yiya había nacido en Goya y despreciaba a la gente del interior. Uno de los amantes de ella era judío y ella decía: ‘Por Dios, los judíos, la raza que nuestro Señor Jesucristo despreció’”.
Incluso asegura que él mismo, su propio hijo, podría haber sido una de sus víctimas. Así revive la escena que todavía no logra explicar: “Yiya compró una torta y la dejó sobre la mesada de la cocina. Yo tomé un pedazo y cuando me lo iba a llevar a la boca, ella pegó un grito, me sacó la porción de la mano y tiró la torta por el incinerador”.
Y agrega: “Años después me entero que uno de los incontables amantes de Yiya le dijo que era mejor que yo no estuviera. Había otra manera mucho más sencilla y más barata de evitarlo: directamente no haberme concebido”.
A “la envenenadora de Montserrat” le bastó poco más de un mes para conseguir ese título: entre febrero y marzo de 1979 cometió tres asesinatos con el mismo modus operandi. El 27 de abril de ese año, la policía tocó la puerta de la casa de los Murano. “Dijeron que tenían que requisar, me acuerdo que yo no sabía lo que quería decir”, recuerda Martín.
“Yo escuchaba a cada rato las palabras ‘bonex’ y ‘mesa de dinero’ y pregunté si la detención tenía que ver con eso”, agrega. En ese momento, tenía 12 años. Mientras se iba al dormitorio por orden de un oficial y de su padre, alcanzó a escuchar: “La señora nos va a acompañar”.
De adolescente, Murano sufrió bullying y se volvió violento. Fue adicto a la cocaína durante muchos años y cuenta que la dejó de un momento para el otro. Debió encontrar nuevos amigos y superar siete ACV isquémicos.
Entre las idas y vueltas de la Justicia y beneficiada por el “2x1”, Yiya cumplió solo 13 años de prisión efectiva. En 1995, a sus 65, salió en libertad condicional. Casi dos décadas después, en 2014, murió sola en un geriátrico del barrio porteño de Belgrano. Su hijo supo la noticia por los medios.