La instalación que condensa la investigación de una artista sobre la exfábrica de jabones El Federal
La artista visual Elián Pittaro desbloqueó sus propios niveles de ansiedad exploratoria poniéndole el cuerpo a lo que hoy se transformó en una obra de arte. ...
La artista visual Elián Pittaro desbloqueó sus propios niveles de ansiedad exploratoria poniéndole el cuerpo a lo que hoy se transformó en una obra de arte. La promesa no es solo una muestra, es una instalación que desde sus miniaturas condensa el resultado de una búsqueda incansable sobre una fábrica abandonada al borde del colapso. Experta en el desarrollo de maquetas, a Elián le fascinó desde siempre la estética del conurbano.
Vivió en Muñiz, partido de San Miguel, en una casa familiar que, como miles de otras, atesoraba objetos de la vida cotidiana. Como la tapa del motor de la bomba de agua, que replicó para un trabajo requerido por la Universidad Nacional de las Artes. Y que la mayoría de sus compañeros desconocía en absoluto.
Esa fue la primera pista: la arquitectura de lo provisorio, de la inventiva, de resolver con lo que hay configuraron su universo creativo. Pero fue por más: trepó escombros, acomodó una silla de plástico, hizo equilibrio y logró entrar al edificio que la fascinó desde que conoció su historia: el esqueleto de la ex jabonera Solmar S.A. Una historia de (posible) derrumbe conceptual que también habla del devenir económico y social de un país que no fue.
“No me daba el aire, la adrenalina era arrolladora. Descubrí que esas ruinas tenían muchísimo para contar. Y la recorrí de punta a punta, sorteando boquetes, esquivando autopartes, soportando el olor a pis de animales… No lo podía creer”, recuerda Pittaro hoy, frente a la maqueta de la ex fábrica de jabones Solmar S.A., donde se producían las marcas subsidiarias de la firma El Federal. Entre ellas, Heno de Pravia, Avon y Palmolive.
Su obra produce fascinación y nostalgia a la vez. Es tan precisa, sus detalles son tan reales, que dispusieron linternas para que el público aprecie grafitis, autos abandonados, ventanas, botellas vacías y demás elementos reproducidos a escala 1 en 1,25 de lo poco que quedó en pie.
En 1929 a la altura de Av. Gral. Paz y Crovara, en La Matanza, se levantó una de las industrias emblemáticas del país. El Federal, de los hermanos Emilio y Alfredo Delbene, innovó con el pan de jabón de 500 gramos y bordes festoneados. Su derrotero no es ni más ni menos que lo que pasó con muchísimas empresas: del éxito a la debacle y posterior venta a grupos extranjeros. Y en este caso, se sumó la demolición del edificio madre, delante de la cáscara de Solmar que aún queda en pie, donde ahora se montó la carpa del circo Rodas.
De producir hasta 40 toneladas de jabones por día en 1933, al camión-cine que recorría barrios y el concurso de la “llave de la felicidad”, a la nada. La fábrica se vendió y, ante la imposibilidad de levantar un hipermercado por problemas estructurales del terreno, el descampado aloja al circo.
La popularidad de El Federal fue enorme. Si dentro de algún jabón aparecía una llave de oro, el consumidor consagrado accedía a una vivienda amueblada. “Se las conocía como las casas Manuelitas, porque uno de los socios, Vito Donato Savia, era fanático de Rosas (así se llamaba su hija). Me obsesioné tanto con la historia que encontré en Mercado Libre un pan de jabón de la marca Manuelita a $40 mil pesos, pero me pareció demasiado…”, dice Pittaro. En cambio, compró una plancha de acciones de El Federal que encontró en un anticuario de Mar del Plata y ahora forma parte de la instalación de la vidriera, en el corazón de Paternal.
Radiografía de la destrucción, en miniaturaLa muestra se llama La promesa y se puede ver en la galería El Local, Juan B. Justo 4328, los miércoles y sábados, de 17 a 20, hasta el 16 de agosto. Vale la pena sumergirse en esta réplica a escala que encierra mucho más que desidia urbana.
La historia que atrapó la artista fue la decadencia y, a la vez, la humanidad de ese edificio monumental al borde del colapso. Tal es su estado de abandono que los vecinos del barrio Ciudad Madero se agruparon para pedir su demolición por peligro de derrumbe. “Un colapso físico y a la vez simbólico”, explica la experta en realización que actualmente trabaja en el estudio de animación Can Can Club.
Sobre este monumento al abandono, entonces, planificó durante más de cinco años la construcción de la maqueta de la subsidiaria Solmar S.A. Investigó documentos catastrales, relevó datos, entrevistó historiadores y buscó, sin éxito, los planos. Como no aparecían, se compró un medidor láser y se dispuso a relevar el perímetro de la carcasa devastada.
“De día no funcionaba el dispositivo. Entonces armé mi propio módulo con la medida de mis dos pies juntos. Medí lo medible porque no hay una ventana igual a otra. Me sentía como una hormiga frente a esa mole destruida”, dice Elián, que calcula la altura de Solmar en 35 metros, sin contar el tanque.
Con la guía de cartoneros que pasaban por el lugar y el dato concreto de un excustodio de la zona, logró entrar. “Esas imágenes las tengo grabadas. Y las reproduje en la maqueta. Desde el camión mosquito lleno de basura, las cubiertas apiladas y un grafiti espectacular. En el fondo me querés aceptame soy pobre es uno de los tantos que repliqué con la misma tipografía”, señala la autora, que convocó a expertos en arte urbano. Mariano Andrés Vergara, Grito (Hernán Bruno), Cof y Gonzalo Duro adaptaron grafitis en formato reducido.
“Reconstruir el espacio me llevó mucho tiempo. Nunca más pude volver”, confiesa Pittaro, que trabajó con precisión quirúrgica las vigas, los ladrillos, las máquinas desguazadas, el tanque de agua y los cimientos. También buscó en YouTube registros del movimiento Urbex, exploradores urbanos que documentan lugares abandonados y de difícil acceso para grabar videos.
La versión modular de la maqueta, diseñada con estrategias de traslado y montaje, apenas sobrepasa los 195 centímetros, con base incluida. El efecto interpela, como una caja de resonancia. Si se agudiza el oído la experiencia pasa a otro nivel, cuando se completa con el audio que surge del interior de la maqueta. Se trata de un episodio del Noticiario Panamericano. Actualidades Argentinas, del 4 de junio de 1943. En el capítulo 263, y con la inconfundible impronta de la locución de la época, se repasa la nacionalización del servicio de gas, la creación del Banco de Crédito Industrial Argentino, la inauguración de la fábrica nacional de algodón en el Chaco, el impulso de la Secretaría de Aeronáutica, el lanzamiento de las líneas aéreas del Estado y la creación del Instituto Nacional de Previsión Social, entre otras noticias.
Recuperar estos sonidos contribuyó a poner en contexto la situación política, económica y social del país, donde “todo es genial, se vive un momento pujante, hay grandes avances en la industria y la educación”, apunta la artista que confiesa: “Quería reproducir ese espíritu. Se jugó una ficha autobiográfica en el camino, a nivel generacional. Siempre nombré al edificio como el monumento al proyecto de país que no fue, un concepto que atravesó a mi generación, nacidos y criados con valores que fracasaron o colapsaron”, dice la artista de 37 años.
La socióloga Daniela Tregierman sostiene que “la obra es preciosa, pone en valor un elemento del patrimonio urbano que es a la vez de borde y de costura, un monumento con una representación precisa que, de manera literal, invita a iluminar y espiar con lupa cada detalle, cada expresión”, señala la titular de la cátedra Sociología Urbana de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
“Hay una particularidad sensible, además, en el registro auditivo, poco frecuente en la reconstrucción de la historia urbana edilicia. El episodio al estilo Sucesos Argentinos es apenas audible, maravillosamente solapado por el sonido actual de la ciudad sobre la Av. Juan B. Justo, eje de vinculación Norte-Oeste, un andarivel histórico de la productividad de la región. Si cabe el adjetivo, la obra es útil porque sintetiza la vinculación en el espacio de la emocionalidad política de una época, la geografía productiva y la apropiación popular del patrimonio edilicio”, destaca Tregierman, docente de la FADU UBA.
Para Pittaro, la avenida que va desde Av. Santa Fe hasta la Av. Gral. Paz tiene su propio peso: “El colectivo 166, uno de los que pasan por Juan B. Justo, llega a la Matanza, donde está la fábrica abandonada”.
Coleccionista de restos fabrilesRecolectora serial de objetos, Elián destrabó otro nivel cuando decidió qué material debía usar para componer el polvo y la suciedad que bordean el perímetro de la maqueta. Otro detalle oculto que, si no lo cuenta, nadie repara en la magnitud de su obsesión artística. “Junté kilos de restos de pintadas típicas de campañas que bordean la autopista que va a San Miguel. Es un material especial porque cuando el ferrite se seca surge una estructura cristalina que se parte, y cae al piso. Esas piedritas están por toda la obra, son los escombros del interior y exterior”.
Así, La promesa se puede leer a partir de sus capas superpuestas de memoria emotiva. Las visibles, y también las que no se ven, pero influyeron en su armado. Como textos de los filósofos Gilbert Simondon y Martin Heidegger, entre otros autores que investigó para armar su propio mapa conceptual de las ciudades y sus periferias.
La narrativa de la destrucción, en tanto, se completa con el texto de sala que desarrolló la arquitecta Mariana Quiroga, a cargo de la curaduría de la muestra. “La arquitectura industrial condensa una paradoja: fue motor del progreso y de la identidad urbana de las ciudades, pero hoy sobrevive en estado de abandono. Estos monumentos no consagrados no solo alojaron máquinas y obreros: fundaron barrios, modelaron formas de vida y proyectaron una idea de país. Al detenerse la producción, se vaciaron de sentido y quedaron fuera del relato oficial del desarrollo, arrastrando consigo el deterioro del entorno, que para los vecinos representa la experiencia misma del abandono social, económico y urbano que vivieron”.
El análisis de Quiroga, directora de la Diplomatura de Conservación y Patrimonio de la Universidad de Morón, subraya que “las maquinarias en desuso, junto con muros, techos y cañerías oxidadas, no son ruinas románticas; son marcas materiales que testimonian el colapso simbólico de una era”.
La maqueta está llena de estos microsimbolismos para descubrir a nivel sensorial, donde la vista, el tacto y el oído son clave. “En un primer momento la basura que ubiqué en el interior tenía olor a pis… pero ya no se siente tanto”, avisa Pittaro.
A Alejo Arcushin, al frente de la galería El Local, también le intrigaba desde chico el tema de los objetos a escala. “Hay algo físico que se impone frente a este tipo de objetos: el cuerpo se adapta para verlos. Se cierra un ojo, por ejemplo, se adapta la cámara visual. Es fascinante”, comenta sobre la operación de enfocar. “El contenido de la maqueta de Elián Pittaro es muy potente. Los espacios continúan como esqueletos a punto de desaparecer, pero persisten. Pongo el foco en la maqueta como obra de arte, no solo como elemento proyectual. La pregunta que tensiona esta exposición es, entonces, si la maqueta es una escultura”, cuestiona el galerista.
En este sentido, la reconstrucción hiperrealista de la ex jabonera, según comenta la curadora, funciona como un escenario escenográfico de lo que ya no está: “No es solo una representación a escala, es una pregunta sobre nuestra capacidad colectiva de mirar el patrimonio como una oportunidad de actuación sobre las preexistencias, habilitando la reflexión sobre criterios de restauración, conservación y reuso”, invita a pensar Mariana Quiroga.
Arqueóloga de un pasado que parecía prometedor, la artista construye memoria a partir de retazos de la historia, materializada en restos, en gestos mínimos que encierran mensajes profundos. En cada boquete, en cada grieta, Elián Pittaro perfora la belleza del abandono, como un llamado a imaginar un futuro más amable. “Investigué el edificio abandonado de La Matanza, pero en su historia me encontré con la historia de todos”, cierra Pittaro frente a esta promesa, la de un monumento al país que no fue.