La odisea para homenajear a la selección: cuatro años para crear una pieza única e invaluable
“Hay un silencio que todos conocemos. No es un silencio vacío. Al contrario, está lleno de todo: de plegarias, de promesas, de fantasmas de finales pasadas, y de la esperanza de 46 millones de ...
“Hay un silencio que todos conocemos. No es un silencio vacío. Al contrario, está lleno de todo: de plegarias, de promesas, de fantasmas de finales pasadas, y de la esperanza de 46 millones de almas. Es el silencio que precede a un penal que define un Mundial, el instante en el que el tiempo se detiene. Y en ese silencio, se oye un solo latido. Un pulso colectivo: el nuestro”. La frase pertenece a un hincha argentino-norteamericano y funciona como síntesis emocional de un proyecto que acompañó y obsesionó a este fanático, Mark Rawlins, durante cuatro años: convertir en un reloj —y no en cualquier reloj, sino en una pieza única de alta precisión, en una verdadera obra de arte— aquello que los argentinos sienten por su selección de fútbol, campeona del mundo en Qatar. ¿Cómo se puede atrapar ese sentimiento? ¿Cómo se materializa una emoción que te desborda, te hace llorar y abrazarte con un desconocido en la calle? Rawlins, un especialista en finanzas internacionales que vive en St. Louis desde 1992 y que pasó buena parte de su infancia en la Argentina, no quería comprar algo: quería crear algo. Un tributo a 50 años de emociones.
La historia, el sueño, comenzó con una hoja en blanco. Un boceto hecho a mano, sin técnicas digitales, con anotaciones superpuestas, flechas, correcciones y colores celestes aplicados como podía. Para entender por qué eligió un reloj, hay que volver a su infancia en Buenos Aires.
View this post on InstagramRawlins vivió en la Argentina 13 de sus primeros 17 años, donde estudió y terminó el secundario en un colegio privado de zona norte. Recuerda haber prestado mucha atención a los relojes que usaban todos los días su papá, un norteamericano graduado en Stanford que trabajó para General Motors en la Argentina, y sus tíos. Una de sus imágenes más nítidas tiene que ver con la Navidad. “Papá Noel vino a casa cuando vivíamos en la Argentina y me di cuenta de que tenía el mismo reloj que mi padre…”. Esa revelación marcó el fin de una creencia infantil, pero también el inicio de una conexión emocional entre relojes, memoria y vida cotidiana.
Ya adulto, con una afición consolidada, diseñó su primer reloj junto a un reconocido taller de Barcelona. Quiso fabricar cuatro piezas —una para cada hermano— idénticas salvo por el color del dial. Como segunda firma, debajo de la marca del reloj, pusieron “Rawlins Hnos- Bs. As”. Ese proyecto fue su primer entrenamiento real en trabajar con talleres artesanales, entender procesos largos y desarrollar un lenguaje visual propio.
La idea del reloj albiceleste surgió en un momento que Rawlins recuerda perfectamente, unos días antes del casamiento de su hija mayor, en el estado de New Mexico. En medio de los preparativos, apareció la pregunta que lo llevó a dibujar: “¿Cómo haría yo un reloj con temática argentina sin poner demasiados colores?”. Para entonces, ya conocía desde hacía años la obra del finlandés Kari Voutilainen, uno de los relojeros independientes más selectos del mundo, un “artista” considerado un “Stradivarius” de la relojería. Rawlins es un gran admirador de su trabajo, aunque admite: “A veces pone demasiados colores”.
Ese contraste guio el boceto inicial: el cielo arriba, el mar abajo, dos patrones distintos de guilloché (la técnica decorativa que emplea un torno accionado a mano para grabar patrones geométricos precisos y entrelazados sobre el metal), un sol esmaltado en una posición poco habitual y tres estrellas colocadas donde debía estar el número 10. Esa era la verdadera locura, la argentinidad en su máxima expresión. En ese índice no hay un número: hay tres estrellas de oro. Tres.
Una vez terminado el boceto, Rawlins lo escaneó y se lo envió a Voutilainen. La respuesta no tardó en llegar, al igual que la cotización para el trabajo, dato que Rawlins se guarda, aunque las obras de este artista han sido subastadas por un valor de hasta 400.000 dólares. Las primeras comunicaciones fueron relativamente rápidas, pero más tarde Rawlins advirtió que el proyecto no avanzaba al ritmo que había imaginado. “Pasaron dos meses… después un año, y vi que no había grandes progresos”, cuenta. Eso lo llevó a viajar al taller en Zurich para entender en qué etapa estaba el reloj. Ya allí, conversaron durante todo un día y analizaron el boceto en detalle. La cuestión más compleja era mover la subesfera del sol –que en la mayoría de los relojes va en la posición de las 6– hacia la 1.30. “Él tenía un experto que podía hacerlo”, dice Rawlins. Esa reunión fue la confirmación real de que el reloj iba camino a existir, que el sueño podría convertirse en realidad.
El dilema de las estrellasDespués del encuentro, Voutilainen estimó que el reloj estaría terminado ese mismo año. Eso obligó a Rawlins a tomar una decisión delicada: cuántas estrellas colocar en el índice del número 10. Argentina todavía no había jugado el Mundial: faltaban varios meses. Rawlins tenía dos opciones: dos estrellas (los Mundiales de la Argentina 78 y de México 86), o tres. Lo meditó durante una semana. “A veces pienso algo, lo dejo en el fondo de mi cabeza y sé que en algún momento me va a hacer un clic”, afirma. Ese clic fue poner la tercera estrella. No se lo contó a nadie, ni a sus hermanos. “Si lo decía, aumentaba el riesgo de mufa. Elegí creer”, agrega.
Su vínculo con la selección explica tanto la idea inicial como el riesgo que asumió con las tres estrellas. “Mi cabeza ahora es más estadounidense que argentina, pero mi corazón es argentino”, define. Ese apego viene de lejos y está asociado a una escena que, según él, no se borró más: “Vivíamos en Buenos Aires, en una casa sobre Libertador, en Olivos. Era el Mundial del 78, y empecé a ver todos los partidos. Me acuerdo de mi papá, que era muy calmado, introvertido, nada de espontaneidad”. La imagen que guarda es precisa: “Estábamos viendo la final y, con uno de los goles, agarra la mesita ratona y la empieza a levantar, y la golpea contra el piso”. Esa reacción inesperada fijó en Rawlins una conexión emocional con la selección que no se apagó más.
Esa misma constancia, la del hincha que espera, explica que haya seguido adelante incluso cuando el reloj no avanzaba. Hubo cambios de asistentes dentro del taller, períodos de silencio y nuevas fechas que se corrían una y otra vez. Rawlins llegó a pensar en pedir la devolución del depósito.
A comienzos de este año recibió por fin la confirmación de que la pieza estaba terminada: se cumplían ya cuatro años desde aquel boceto inicial, y lo único que faltaba era que el reloj llegara a sus manos. Entonces apareció un contratiempo ajeno al taller: trasladar el reloj terminado hasta Estados Unidos implicaba enfrentar costos de importación inusualmente altos debido a la decisión de Donald Trump de imponer tarifas de hasta 40% a los relojes hechos en Suiza, un escenario que no había previsto.
Un amigo suyo –alemán, habituado a manejar envíos internacionales de alta relojería– le explicó que Hong Kong es un punto de tránsito frecuente para piezas de este tipo, y que podía recibir allí el reloj de parte del fabricante directamente para luego llevarlo de regreso a Europa, donde residía.
“Era surreal”Mientras su amigo retiraba la pieza en Hong Kong y regresaba con ella a Europa, Rawlins tomó un vuelo hacia el aeropuerto de Suiza en el que el alemán lo esperaba con la caja: allí, por primera vez, tuvo el reloj terminado en sus manos. El impacto fue inmediato: “Era surreal”, resume Rawlins. Lo que se veía bien en imágenes, “en persona era mucho mejor”. El sol esmaltado a mano mostraba una profundidad imposible de captar por la cámara. Los distintos patrones de guilloché del cielo y del mar producían reflejos cambiantes según la luz. El celeste dominaba la esfera con variaciones mínimas de textura. Y las tres estrellas doradas –decididas en silencio, meses antes del Mundial de Qatar– estaban allí. Rawlins lo sintetizó con una frase que había reservado para ese momento: “De 10, salió 11”.
Rawlins volvió sobre algo que había pensado durante la interminable espera de cuatro años: cómo iba a contar la historia de la pieza una vez que la tuviera. Había decidido desde el principio que el reloj no estaba dirigido al circuito habitual de coleccionistas. “Mi audiencia eran los hinchas argentinos”, dice.
Su expectativa era que la comunicación llegara a quienes compartían el mismo vínculo emocional que lo llevó a diseñarlo. También sabía que muchos jugadores de la selección coleccionan relojes. No descarta que imágenes de la pieza puedan circular en ese mundo. No tiene planes de venderla ni de producirla en serie, pero sí estaría dispuesto a autorizar a Voutilainen a producir una segunda unidad si uno de los futbolistas la pidiera. Menciona a Javier Mascherano, uno de sus preferidos (hoy director técnico del Inter Miami, el equipo de Lionel Messi) pese a no haber ganado títulos mayores con la selección. Para él, esa lealtad sin recompensa resume mejor que cualquier trofeo el sentido del reloj: representar a la selección “de todos los tiempos”, no a una victoria puntual.
View this post on InstagramLa odisea del reloj incluyó bocetos, silencios, viajes, desafíos técnicos, decisiones difíciles, cambios de manos, rutas inesperadas y un trayecto físico improbable. Pero la pieza final refleja exactamente aquello que Rawlins imaginó al principio. Y el sentido de todo aparece en las líneas de presentación que escribió cuando el proyecto estaba terminado, pero todavía no era público: “Su tic-tac no marca los segundos; marca nuestros recuerdos”. También escribió algo que no habla de finales ni de goles, sino de identidad: “No importa dónde esté ni cuántos años pasen. Cuando juega la Argentina, yo vuelvo”.
Ese volver es lo que Rawlins intentó encapsular: un cielo celeste, un mar guilloché, un sol en esmalte que gira, tres estrellas tomadas como un acto de fe antes de que existiera certeza alguna. “Yo siempre hincho por la Argentina… No tengo mejor explicación que esa”, sintetiza. En su texto hay otra frase que permite dimensionar la profundidad de la idea: “Hay objetos que no cambian tu vida, pero te recuerdan quién sos. Me gusta pensar que este reloj va a seguir existiendo cuando yo ya no esté”.
El reloj albiceleste no es un recordatorio del pasado. Es, para Rawlins, la forma más precisa que encontró de guardar aquello que nunca cambió: que, sin importar las distancias ni los años, cuando juega la Argentina, él vuelve.