La pianista descalza de Adís Abeba
Mujer de sociedad y monja descalza. Pionera y tradicionalista. A lo largo de casi todo el siglo pasado -y parte del presente-, la vida de la pianista Emahoy Tsegué-Maryam Guèbrou logró conciliar...
Mujer de sociedad y monja descalza. Pionera y tradicionalista. A lo largo de casi todo el siglo pasado -y parte del presente-, la vida de la pianista Emahoy Tsegué-Maryam Guèbrou logró conciliar extremos que para muchos resultaban irreconciliables.
Su verdadero nombre era Yewubdar Gebru (“la más hermosa”, en amárico). Nació el 12 de diciembre de 1923 en Adís Abeba, Etiopía, hija de Kassaye Yelemtu y de Gebru Desta, un destacado diplomático e intelectual que llegó a gobernar Gondar, la antigua capital imperial del país.
En 1929, con apenas seis años, se convirtió en la primera niña etíope enviada a estudiar a un internado suizo. Allí, sus profesores de piano y violín descubrieron un talento poco común. Para ella, las clases de música se volvieron una necesidad apremiante, el único remedio capaz de combatir la nostalgia de su hogar. “La soledad era como una amiga de la infancia”, contaría más tarde a su hermano.
Regresó a su país a los once años, pero en 1935, cuando aún cursaba la escuela secundaria, las tropas de Benito Mussolini invadieron Etiopía. Debido al alto perfil de su padre, ella y su familia fueron apresados y enviados a campos de prisioneros en Italia: primero en la isla de Asinara y luego en el municipio de Mercogliano.
La ocupación italiana terminó en 1941 y Yewubdar volvió a su patria. Poco después ingresó en un conservatorio de El Cairo para estudiar con el violinista polaco Alexander Kontorowicz. Sin embargo, no toleró el intenso calor egipcio, por lo que regresó a casa y comenzó a componer sus propias melodías. Con la etiqueta de “prodigio” a cuestas, ofreció varios recitales de piano ante Haile Selassie, el último emperador etíope. Entonces, llegó la gran oportunidad: una beca para estudiar en la prestigiosa Real Academia de Música de Londres.
Para sorpresa de todos, Yewubdar no recibió la autorización gubernamental para asistir al prestigioso conservatorio, una decisión atribuida a los celos que algunos altos funcionarios del imperio sentían por la atención que le dedicaba el emperador.
Aquella negativa inesperada truncó lo que prometía ser una brillante carrera internacional. Afligida, abandonó el piano y se volcó a la vida religiosa. “Fue la voluntad de Dios”, le diría a la periodista Kate Molleson en 2017.
En 1944 fue ordenada monja en un convento de la Iglesia Ortodoxa Etíope en Adís Abeba. Allí adoptó el nombre religioso Emahoy Tsegué-Maryam (que podría traducirse como “Hermana Rosa de María”) y la vestimenta con la que aparece en casi todas las fotografías: un velo blanco que cubre la frente y una túnica negra que tapa todo lo demás. Como sus compañeras, dejó de usar zapatos. Permaneció diez años descalza, dedicada a la oración y al servicio. Y, a pesar de todo, siguió tocando el piano.
¿Cómo suena la música de Emahoy Tsegué-Maryam? Es difícil de explicar. Algo de jazz melancólico y un toque de blues, piezas minimalistas filtradas por su formación europea y la música religiosa que escuchó en el convento.
En “The Homeless Wanderer” (“El vagabundo errante”), la melodía cae como las primeras gotas de lluvia sobre el techo en que el oyente busca refugio. En “Homesickness” (“Añoranza”), casi puede imaginarse a Yewubdar niña, lejos de casa, intentando aplacar la melancolía con las escalas del piano.
En la década de los sesenta regresó a su hogar tras un problema de salud y, por primera vez, grabó sus composiciones. Destinó todas las ganancias a obras de caridad para huérfanos y personas sin techo. Aunque gozó de una modesta popularidad en Etiopía, su música no se difundió en Occidente hasta 1996, cuando fue rescatada para la aclamada colección Éthiopiques.
Murió a los 99 años en la Iglesia Kidane Mehret de Jerusalén, donde pasó sus últimas cuatro décadas de vida. En las imágenes que se conservan de ella, su expresión no es rigurosa ni risueña: más bien luce contenida. Podría estar al borde de la risa o del llanto.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/la-pianista-descalza-de-adis-abeba-nid03122025/