Los aromas, los recuerdos y el consejo de Sabina
¡Mamá, tengo hambre! El fresco del anochecer en Mar de Ajó despertaba el deseo de los niños en el clásico paseo por “el centro” (si cabe el término) del pueblo. Pero éramos muchos y mi m...
¡Mamá, tengo hambre! El fresco del anochecer en Mar de Ajó despertaba el deseo de los niños en el clásico paseo por “el centro” (si cabe el término) del pueblo. Pero éramos muchos y mi madre trataba de retrasar el cumplimiento de esa demanda para que el gasto familiar no escalara demasiado.
Mi capacidad de insistir ya se parecía mucho a la que desarrollaría años después en mi trabajo periodístico, así que decidí cambiar de objetivo: ¡papá, tengo hambre!, probé, a ver si tenía más suerte. Luego de tres intentos (podrían haber sido más, disculpen la falta de precisión por el tiempo transcurrido) y de varios tirones en el borde de su campera, mi padre giró su cabeza hacia nosotros y con evidente picardía soltó: “A ver, Andrés, vete hasta casa y le traes un bollo de pan a tu hermano, que tiene hambre”. Mi cara, mezcla de sonrisa y temida desilusión, fue en simultáneo con mi reclamo: “¡Pero yo tengo hambre de alfajor!”.
Puedo recordar las risas de mis padres y de mis hermanos ante la ocurrencia del más pequeño como si fuera hoy, igual que el aroma del chocolate que surgía de El Cafetal, un viejo local mezcla de expedición de café, bombones y, por supuesto, los alfajores más ricos del pueblo, atendido por un adorable matrimonio vasco (como mi padre) que ya se habían hecho amigos de la familia, después de tantos años de veraneos en el mismo sitio. Mientras su mujer atendía el local, don Peña se ocupaba de crear mediomundos tejiendo el alambre con sus manos de cuatro dedos, lo que agregaba misterio a mi asombro infantil. Eso, y el infaltable puro, que parecía no terminarse nunca entre sus labios.
No sé si les pasa, pero muchas veces mi olfato reacciona ante el estímulo de algún olor que me transporta directamente a lugares y tiempos más o menos lejanos, y me hace sentir exactamente allí. Especialmente, claro, cuando se trata de sensaciones o recuerdos placenteros. El chocolate, o más precisamente el alfajor de ese gusto, es uno de ellos. Fíjense cómo será que el día que me diagnosticaron diabetes (no pregunten cuánto hace), después de salir de la crisis, lo primero que pensé, sufriente, ¡fue que ya no podría comer más alfajores!
Cada vez que voy a alguna playa de Buenos Aires cuando el clima se pone más cálido hay un perfume en los pastos que crecen en la arena, mezclado con el calor, que me lleva de vuelta a esos lugares, esos años. Y el mar, claro. ¿Será el salitre, el iodo, rastros de las presas de algún pescador? No lo sé, pero volví a sentir lo mismo el fin de semana largo en Mar Azul.
No es lo único. Hace cinco meses nos mudamos a la Capital, después de casi 30 años en Martínez. Después de la agitación propia de esos movimientos sísmicos, el aroma de unos árboles me llevó de regreso al barrio. También en Belgrano los tilos nos alegran la vida en primavera.
Pensaba en esas sensaciones vagas que nos provocan nostalgia, deseos de volver a vivir esos momentos y al mismo tiempo frustración por lo imposible, cuando me sacudió la noticia
Pensaba en esas sensaciones vagas que nos provocan nostalgia, deseos de volver a vivir esos momentos y al mismo tiempo frustración por lo imposible, cuando me sacudió la noticia: Joaquín Sabina, el eterno rebelde, el más madrileño de los andaluces, sintió que le llegó la hora del retiro de los escenarios. El que dejó Úbeda, Jaén, muy joven para instalarse en la capital y escribió, primero, que si lo visitara la muerte no lo despierten porque en Madrid “no queda sitio para nadie”, y luego se corrigió y exclamó, en los mismos versos, que ”aquí he vivido, aquí quiero quedarme”.
Y el que asegura que en Comala, el pueblo irreal adonde el protagonista de “Pedro Páramo”, la genial novela de Juan Rulfo, regresa en busca de su padre y encuentra un pueblo de fantasmas, comprendió que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Señal inequívoca de que es mejor quedarse con la ilusión y no intentar regresar a un lugar que ya no existe. Porque nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/los-aromas-los-recuerdos-y-el-consejo-de-sabina-nid02122025/