Los cambios de humor del electorado
Tal como dice en los manuales, el domingo por la noche la gran mayoría de los políticos empezó a pensar en las elecciones presidenciales de 2027.A mucha gente de a pie le molesta que los ...
Tal como dice en los manuales, el domingo por la noche la gran mayoría de los políticos empezó a pensar en las elecciones presidenciales de 2027.
A mucha gente de a pie le molesta que los políticos vivan de campaña en campaña, que no terminen de concentrarse en cómo desarrollar el país, cómo acabar con la pobreza, sobre todo los que están gobernando. Entonces se despotrica contra la obligatoriedad de celebrar elecciones cada dos años. Hay quienes piden que sean cada cuatro.
Pocos recuerdan que hubo una época, breve y turbulenta, en la cual las elecciones debían ser, debido a la Enmienda Lanusse, cada cuatro años. Se habían suprimido las legislativas de medio término. Por eso en 1975, el año anterior al último golpe de estado, el gobierno de Isabel Perón no convocó a elecciones. Esto no quiere decir que el golpe haya estado facilitado por falta de expresión popular en las urnas (a Perón lo destituyeron un año después de ganar las elecciones nacionales de 1954), pero el recuerdo no colabora con quienes sostienen que a las elecciones intermedias habría que erradicarlas.
Si es por el funcionamiento del sistema de representación hay un tema que por estas horas tiene más vigencia. Está directamente referido a la traducción instantánea de la voluntad popular en bancas. Es el de la forma escalonada, retardataria, en la que se eligen legisladores en la Argentina. Por estas horas casi todo el mundo lo tiene presente: en las elecciones legislativas no se renueva el Congreso. Se renueva sólo una parte de él, un tercio del Senado y la mitad de la Cámara de Diputados (que es casi cuatro veces más grande que el Senado). Pues bien, muy pocos países utilizan un método así. Y entre esos pocos, la Argentina es el de mayor intensidad, es decir, es el caso más extremo del mundo, porque sigue un complejo calendario de renovaciones cada dos años para diputados que tienen mandatos de cuatro años y para senadores que duran seis, calendario que obliga a turnar las renovaciones, intercalarlas e incluso a dividir el país en tercios. Esto amortigua los cambios de humor del electorado y, entre otras cosas, está visto que ayuda a que el Senado conserve al peronismo como primera fuerza inamovible.
Se supone que con horizontes temporales distintos se favorecen los comportamientos largoplacistas de los legisladores, pero cuesta bastante distinguir a la mitad de diputados que en teoría desarrolla su tarea despreocupada por las campañas, de aquellos a quienes se les vence el mandato en menos de dos años y ponen su talento al servicio de la causa de conservar la banca.
En Estados Unidos, país en el que siempre se dice que se inspiraron nuestros constituyentes para diseñar el sistema institucional, la Cámara de Representantes se renueva completa cada dos años. Bolivia, Paraguay y Uruguay renuevan cada cinco años en forma total ambas cámaras.
Si el domingo se hubiera renovado la Cámara de Diputados entera el oficialismo habría conquistado el quorum propio. Ahora, en cambio, el pelotón de Milei, si suma al Pro, estará merodeando el centenar de bancas, de modo que quedará apenas por encima del peronismo, al que hace tres días derrotó en las urnas con inesperado estruendo.
El Senado, formado por tres representantes de cada provincia en varias de las cuales juntan telarañas los clásicos feudalismos peronistas, tiene como primera fuerza al peronismo desde que el peronismo existe, sólo exceptuados los 17 años en que estuvo proscripto. Y así seguirá, como primera minoría, después del 10 de diciembre. Más aún, Cristina Kirchner, quien sumó diez años como senadora en tres períodos por dos provincias distintas y presidió el Senado otros cuatro años como vicepresidenta de Alberto Fernández, es aún hoy el líder político con más ascendiente sobre el Senado de toda la era moderna. Actualmente ella controla más o menos a la mitad de los 34 senadores peronistas (próximamente 28) sin que la condición de presa hubiera hecho mella en esa influencia, que en algunos temas se extiende a casi todo el interbloque.
Es cierto que el gobierno de Milei resultó encumbrado hace dos años por el astronómico 56 por ciento que obtuvo en el balotaje, pero la parte legislativa se había resuelto veinte días antes en la primera vuelta, cuando el mileísmo sacó 30 por ciento y quedó segundo. Consiguió entonces 37 diputados (venía de apenas 3), lo que originó la dotación parlamentaria más magra de la historia para un oficialismo, un 14 por ciento de la cámara que encima se encogió un poco más por deserciones y peleas. En el Senado fue peor: el mileísmo debutó con siete, pero uno desertó y le quedaron seis, el 8,3 por ciento del total. Esta fragilidad explica el festival de vetos e insistencias que vimos este año, otra anomalía de la época, no por no ser constitucional sino por amenazar con convertirse en un hábito capaz de desfigurar el sistema mediante un Congreso opositor que cogobierna.
Como es inédita la combinación de presidente fuerte con oficialismo parlamentario raquítico nunca antes se había hablado tanto de un actor llamado “el tercio”. Es el antídoto, el gajo de cada cámara imprescindible para vencer a los dos tercios que necesitan las insistencias opositoras para ser aprobadas. También dos tercios es lo que hace falta, según la Constitución, para iniciarle juicio político al presidente, pero eso nunca sucedió de Rivadavia en adelante debido, probablemente, a que los oficialismos siempre tuvieron suficientes espaldas (mucho más que un tercio) para evitarlo. Milei se ve que tampoco teme ser atacado seriamente por ese flanco porque conserva al frente de la comisión de juicio político a la revoltosa diputada Marcela Pagano, quien tiene un pie adentro del gobierno y otro afuera.
Lo de no disponer de “el tercio” era un verdadero escollo y quedó superado el domingo. Camino expedito. La causa principal de Milei pasó a ser ahora el conjunto de reformas profundas -laboral, fiscal y más tarde previsional- que requiere del beneplácito del Congreso. Si el sistema político no fuera tan retardatario Milei ya habría obtenido la llave para hacer esas reformas. Pero consiguió sólo media llave.
Un argumento a favor de amortiguar los cambios de humor del electorado se refiere a la necesidad de ponerle límites al Poder Ejecutivo para que ningún presidente pueda envalentonarse con un fuerte apoyo popular circunstancial del tipo del que acaba de ocurrir. Es como si la Constitución le exigiera ir de a poco. O como si les dijera a los electores “¿ustedes quieren sostener a este presidente disruptivo que dice que va a dar vuelta el país? Bueno, piénsenlo bien, dentro de dos años tienen otra oportunidad para sumarle más diputados y más senadores, ahora que se arregle con los que sumó”. Mientras tanto se le pasa el mandato. Pero, claro, le queda (constitucionalmente) la chance de buscar un segundo período.
A la luz de la ligereza con la que muchas veces los gobernantes adaptan las reglas de juego a sus necesidades políticas hay que festejar que asuntos como la manera en la que se eligen senadores y diputados esté regulada por la Constitución, a la que no es tan fácil meterle la mano. Hacen falta consensos políticos de mayor envergadura y una ley que declare la necesidad de la reforma, para la cual se requieren, de nuevo, los dos tercios de cada cámara.
Es interesante observar que el peronismo está en estos momentos entregado a una discusión postelectoral fogosa que se enfoca en un asunto regulatorio: si hizo bien o hizo mal Axel Kicillof en alterar la costumbre histórica de celebrar las elecciones bonaerenses con las nacionales al mismo tiempo. La especulación con el corrimiento de la fecha de elecciones provinciales parece ser el eje del intercambio de facturas entre cristinistas y kicillofistas por la derrota sufrida. No se discute si la oferta electoral fue deficitaria o si el slogan de acabar con Milei no habrá resultado incompleto dado que nada se decía de los mecanismos de sustitución ni de las políticas que seguirían al reemplazo.
Las elecciones del domingo probablemente serán muy recordadas en el futuro. Y no por un motivo sino por cuatro: la proeza de haber triunfado en ellas un gobierno no peronista que venía de su peor semestre, la sorpresa que el resultado les causó tanto al gobierno como a la oposición y la advertencia previa del presidente de Estados Unidos de que si Milei perdía no habría ayuda alguna (frase que Milei sintió en el momento como un puñal en su estómago y que luego terminó empujando a miles de indecisos a votar por el gobierno).
La cuarta, claramente, es el estreno nacional de la boleta única de papel, un éxito rotundo. La queja solitaria y extemporánea del ciudadano Axel Kicillof por la larga espera que según él padeció, porque la boleta única es más cara que la partidaria y porque la gente se equivoca al votar sólo sirvió para entender mejor el grado de desacople con la gente de quienes el domingo perdieron. A lo mejor Kicillof se ilusione con dar batalla para reponer en 2027 la vieja y querida boleta partidaria.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/los-cambios-de-humor-del-electorado-nid29102025/