Narcotráfico en la Argentina: trayectoria de un problema regional mutante y en expansión
Dos procesos confluyeron en el ingreso del país en el circuito del narcotráfico internacional: uno interno y otro externo. El primero fue la fractura económica, política y cultural, agravada po...
Dos procesos confluyeron en el ingreso del país en el circuito del narcotráfico internacional: uno interno y otro externo. El primero fue la fractura económica, política y cultural, agravada por la crisis de 2001. El segundo, la detonación de los grandes carteles mexicanos y colombianos abastecedores de la insaciable demanda norteamericana. Sus sucesores, minimalizados y horizontalizados en red, descubrieron la gema de la recomposición de sus negocios en Sudamérica: descender la cocaína, su especialidad regional, a escala planetaria por los Andes, despachándola a través de la fluida logística ofrecida por la Argentina hacia los mercados europeos vía África y el Extremo Oriente. Cada organización trazó su propia senda negociando y evitando los roces entre sí. Recordemos algunas estaciones de su asentamiento local.
En el caso de los mexicanos, fue la importación de la efedrina, insumo esencial para la producción de la metanfetamina, prohibida por sus autoridades. El triple crimen de los dueños de droguerías en 2008 fue el primer indicio. Luego, también ese año, la detención de Mario Segovia, delegado del Chapo Guzmán y “rey de la efedrina”, en una “megacocina” dentro de un country de Ing. Maschwitz. México no produce cocaína, pero sus carteles oficiaban como intermediarios de los colombianos para su introducción en los EE.UU. Hoy, los controla. La traza colombiana comenzó con la radicación en el país de la familia de Pablo Escobar en 2012. A continuación, el descubrimiento de la red de blanqueo de los financistas Álvarez Meyendorff. Luego, la caída de Henry López Londoño, Mi Sangre, capo paramilitar de la banda de Los Urabeños. Por último, el doble crimen desde una moto –emblema narco de Medellín– contra miembros del grupo paramilitar Cordillera en la playa de estacionamiento de Unicenter a manos del Loco Barrera, enemigo, a su vez, de Mi Sangre.
Cabe señalar los vasos comunicantes de ambos circuitos con otros países de la región. Ambos aportan el grueso del capital, pero por debajo se sitúan los grandes productores sudamericanos: Perú y Bolivia. Antiguos proveedores de Colombia, no poseen carteles, sino organizaciones tipo clan más modestas. La mayor parte de la “pasta base” procede de Perú e ingresa por Jujuy (Salvador Mazza). Bolivia se especializa en la producción del clorhidrato en las plantas elaboradoras de “pichicateros” de Santa Cruz de la Sierra y en el trazado de los canales logísticos de la cocaína en sus dos variantes –clorhidrato y “pasta base”– por Salta (Aguas Blancas). Paraguay, a su vez, aporta la marihuana de mejor calidad procedente de Pedro Juan Caballero, que desciende por el río Paraná. Desde el último lustro se sumaron los carteles brasileños –particularmente, el Primer Comando Capital y sus franquicias en Paraguay y Uruguay, que les arriendan a los bolivianos las rutas aéreas desde Santa Cruz hasta Santos o San Pablo, aunque también por los ríos argentinos que desaguan en el Río de la Plata.
Veamos, a continuación, el circuito geográfico desde sus orígenes en el corazón andino de Sudamérica hasta sus destinos transoceánicos o los centros consumidores locales. Entre estos últimos, el más importante es el AMBA por sus 17.000.000 de habitantes. La cocaína que se exporta, de máxima pureza, se trafica desde Santa Cruz de la Sierra en aviones conducidos por pilotos bolivianos, arrojada en pistas clandestinas diseminadas en todo el NOA y el NEA. Allí es recogida por camionetas que luego la trasladan camufladas por diversas rutas –sobre todo la 34– en utilitarios de productos legales hasta veintidós puertos privados entre el centro de Santa Fe y el norte de la PBA. El de Rosario sobresale por los volúmenes; pero los demás lo superan en cantidad y flujo. Ya embarcados desde lanchas deportivas o barcazas, los buques emprenden el camino de la Hidrovía. Buenos Aires hace también su aporte, porque un gran cargamento no sale en bloque, sino preventivamente fraccionado en diversas cuotas.
En el mercado interno se procesa la “pasta base”, que recorre un largo camino desde la Amazonia peruana; en parte por avionetas o más discretamente sobre las espaldas y cabezas de los “cargachos”, que pueden llevar hasta 80 kilos. Se trata de una antigua ruta desde los tiempos incaicos y coloniales desde la frontera con Colombia que hilvana los valles de Huallaga, Palcazu y el Vraem en la confluencia de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro en Ayacucho, antiguo epicentro de la organización guerrillera maoísta Sendero Luminoso. Por esa vía descienden además artículos de contrabando y personas para distintos tipos de trata con destino a la Argentina y Chile, y ascienden precursores de nuestras industrias químicas.
El producto cruza en chatas, coches viejos o a pie en las espaldas de los “bagayeros” la frontera entre Bermejo (Bolivia) y Aguas Blancas sin inconvenientes. Pero para llegar al primer megacentro de acopio en Orán, es trasladado a grandes camionetas que recorren ríos de montaña sorteando los controles de la Gendarmería hasta su destino. Allí aguardan el cargamento los regentes colombianos, mexicanos, peruanos y bolivianos que habilitan su despacho desde sus portentosos galpones hacia el gran centro distribuidor de Santiago del Estero. Y desde allí, a Santa Fe, Córdoba, Mendoza, la Patagonia y el AMBA. Cada emisario registra una densa red de contactos locales con políticos, barrabravas, empresarios, funcionarios judiciales, servicios de inteligencia y profesionales dedicados a las rentabilísimas operaciones de blanqueo.
Ya en la zona metropolitana, vuelve a registrarse una división jurisdiccional. Los distribuidores bolivianos son fuertes en Liniers, La Plata y los barrios “del Olimpo” en Lomas de Zamora en torno a La Salada. En esta última zona del sur del GBA confluyen tensamente con los peruanos, cuyo bastión se ubica en las villas capitalinas 1-11-14 en el Bajo Flores y 21-24 (Zavaleta) entre Pompeya y Barracas, bordeando el Riachuelo. Una vez allí, o en sucursales diseminadas en todo el resto del AMBA, la “pasta” se procesa hasta obtener la “merca”, luego fraccionada y mezclada con distintas sustancias según la capacidad adquisitiva del cliente.
Desde allí, se redistribuye en distintas y mutantes bocas de expendio más densamente concentradas en distritos del GBA, como San Martín, en el norte; Merlo, Morón y Moreno, en el oeste, el “triángulo de San Justo”, en La Matanza, y Lomas de Zamora y Florencio Varela, en el sur. No hay carteles en el país –no producimos la materia prima–, sino redes intermediarias cuyo último eslabón son bandas de diversas y mutantes morfologías con sus respectivas terminales territoriales. Por último, el narco se conjuga con otros eslabones de la economía ilegal como la prostitución, el juego, el tráfico de armas, el robo de vehículos, la trata, la pornografía y, por arriba, con las finanzas encargadas de “lavar” sus lucros y con el financiamiento de la política.
Como sociedad nos cuesta calibrar el calado de este circuito que no ha hecho más que profundizar su huella hasta convertirnos en el tercer consumidor de la región y uno de los mayores del mundo. Miopía alimentada por la discontinuidad de las políticas gubernamentales, las disonancias entre la Justicia Federal y las provinciales, y la corrupción. Cada tragedia, como la de las adolescentes descuartizadas en Florencio Varela, exhibe la cara de un poliedro fuera de control cuya memoria no tarda en apagarse hasta el siguiente capítulo de horror.
Miembro del Club Político Argentino y de Profesores Republicanos