Neige Sinno, sobre el abuso sexual: “No quería hablar como una especialista. Quise mantenerme en un lugar de vulnerabilidad”
Es escritora de novelas y libros de cuentos. Son suyos, también, dos ensayos sobre autores y lectura. Para esta escritora francesa que nació en los Altos Alpes (1977), su reciente libro fue el qu...
Es escritora de novelas y libros de cuentos. Son suyos, también, dos ensayos sobre autores y lectura. Para esta escritora francesa que nació en los Altos Alpes (1977), su reciente libro fue el que más le costó. Triste tigre (Anagrama) es sobre un abuso infantil: el suyo. Empezó cuando ella tenía 7 años y terminó a los 14. En su casa, su padrastro. Neige Sinno lo cuenta en primera persona. Por primera vez en el país, habla de su libro en un perfecto castellano, pero con tonada mexicana ya que vivió varios años ahí.
“Un perfil”, dice refiriéndose al género con el que contó al victimario, que entró en su hogar cuando ella y su hermana eran unas niñas; con el que su madre tuvo también a sus hermanos. Por este trabajo recibió premios (el Prix Littéraire Le Monde, el Pri Les Inrockuptibles, el Goncourt des Lycéens) y reconocimientos, además de convertirse “en el fenómeno editorial del año”.
Sobre lo que significó la llegada de este libro, la escritora también francesa y Premio Nobel en 2022 Annie Ernaux señaló: “Leer Triste tigre es como descender a un abismo con los ojos abiertos. Te obliga a ver, a ver de verdad, lo que significa ser un niño abusado por un adulto durante años. Todo el mundo debería leerlo. Sobre todo los adolescentes”.
Entonces, ¿cómo narrar algo así? “Retrato de un violador” se llama el primer capítulo, que apenas empieza dice: “Entender a las víctimas es fácil, todo podemos ponernos en su lugar”, pero con el victimario “es otra cosa”. A esa afirmación, le sigue la descripción de una escena de abuso. El punto de vista de la adulta asegura: “Incluso yo, que he vivido eso muy de cerca, lo más de cerca que se puede vivir, y que he pasado años interrogándome sobre ello, sigo sin entenderlo”.
–¿Cuándo sentiste que había que empezar a contarlo?
–Cuando entendí que no podía confiar en la palabra de mi padrastro, empecé a dudar, a pensar que él era un peligro para mis otros hermanos. Todo el proceso de hablar fue llevado a través de esa necesidad. No puedo identificar bien en qué momento apareció la necesidad mía de contar. La necesidad de proteger a otros te abre un camino. Te puedes convencer a ti misma de que si no lo cuentas, no pasa nada. Que tú eras la única víctima en ese lugar en el que te pusieron desde un principio. Siempre es lo mismo: si no lo cuento, no existe. Y si soy capaz de no contarlo, mejor para todos.
–¿Está contado desde el punto de vista de la víctima que se pregunta cómo se llegó a eso?
–No creo que haya tomado la decisión de escribir todo el libro desde ese lugar. Lo empecé por ahí, porque para mí es una constante; para mí y para otras personas, por lo que he escuchado. Es algo que define el tipo de trauma. Sale mucho en las preguntas que se hacen las víctimas: ¿por qué yo, por qué eso? ¿Cómo es posible que alguien haga eso? ¿Cómo hubiera sido mi vida si no me hubiera pasado? Creo que pongo al principio esta pregunta porque me define y, también, para deshacerme de ella. Empiezo por el verdugo: es una manera de construirlo. Una constante, por eso parto de ahí. Ha sido una constante en mi vida: siempre haciéndome esa pregunta. Yo sé que no lo puedo resolver, pero aún así tengo la necesidad absoluta de enfrentarlo. Y todo el libro está construido en esa dinámica: luchar contra algo que es más grande que yo. Lo que decía Bolaño: un escritor como un samurái que pelea contra un monstruo. Y el monstruo es el espesor de todo lo que no puedo entender, de lo que me ha pasado.
–El libro abre hacia personajes y escritores que escribieron sobre el abuso: Lolita, Virginia Woolf, Annie Ernaux, ¿cómo surgió ese mapa?
–Es un ensayo sobre los temas que parecen imposibles de narrar. El perfil es un fracaso, ¿no? ¿Intento desde un punto de vista?, no me funciona tampoco. Nada me satisface. Quería compartir esa situación con el lector de que nada es satisfactorio y que lo único que vamos a poder hacer es una aproximación. Los periodistas saben que no se puede contar lo real. Pero para mí, como vengo de la novela, enfrento esa dificultad por primera vez. Es una obviedad que no se puede contar cómo fue. No estoy inventando nada, estoy trabajando por primera vez y el entusiasmo se siente en el libro. Que, a pesar de lo doloroso, me tiene que producir cierta ligereza como para compensar todo el dolor que me va a provocar. Y va a provocar al lector, también. Supongo que también por eso, tanto tiempo experimentando formas.
-Ernaux señaló que deberían leerlo todos los adolescentes.
-Sí. Lo dice, y es la cosa más bella que me pasó con ella. Antes de que se publicara el libro, les mandaron ejemplares a todas las personas francesas que son citadas. La primera carta de una lectora que recibí en mi vida fue de Annie Ernaux. Decía que para ella es una experiencia extraordinaria estar en ese lugar infernal, de oscuridad. Y luego hace un comentario sobre la literatura que está en el libro. Dice algo así como que ella tampoco sabe qué es la literatura, pero como que la literatura es algo que vas descubriendo al momento de lo que algo te pasa en la lectura. Si eso no es literatura, ¿qué va a ser literatura?
Libros que dan origen a otrosPor estos días, publicará otro título, La realidad. Esa escritura “abrió la puerta a lo autobiográfico”, y esa habilitación fue la génesis de Triste tigre. De un viaje a Chiapas a los 25 años y de un encuentro con mujeres zapatistas, nació una historia que tiene un guiño significativo a lo real.
-¿Trabajás ahora en otro libro?
-Van a publicar ahora La realidad, que tiene mucho que ver con mi cocina literaria. Es la historia de una mujer que llega a Chiapas a los 25 y regresa a los cuarenta y pico. Fue una experiencia determinante para mí. La realidad intenta contar la experiencia de una mujer europea, blanca y privilegiada que decide vivir en un país como México y es atraída por las comunidades indígenas y este mundo que representa para mí la alteridad. Me abrió la puerta a la escritura autobiográfica. Y cuando lo terminé, empecé el otro (Triste tigre), sin darme cuenta de lo que estaba haciendo y dije: estoy escribiendo esto en clave autobiográfico, ¿quiero o no quiero? Hubo una decisión muy firme de que sí, lo hago.
–En el libro decís que el 74% de las denuncias por abuso son desestimadas, ¿investigaste?
–Poco. Quería apoyarme en datos ciertos, pero me intenté mantener en un lugar de equilibro. No quería hablar como una especialista. Me quise mantener en un lugar de vulnerabilidad. Alguien que sabe un poco, pero no demasiado. Quise escribirlo con la singularidad de que soy una persona pensante, que es también una postura política: no necesitas nada para pensar. Intento que se perciba esto en el libro. Desde donde estés, tienes que tomar la responsabilidad de pensar.
–Hay mucho de autorización en el libro.
–Creo que sí. Hay un componente de la voz que habla. Y lo hace desde un lugar muy humano: de alguien que no sabe todo. Ni especialista ni de alguien que haya resuelto cosas más que otra persona. De que no voy a pedir perdón ni a pedir permiso. Debería tener derecho de contar esta historia sin que nadie me cuestione. Yo, y otros, ¿no?
–¿Qué le podrías decir a alguien que pasó o pasa por un abuso?
–Es complicado porque se ha vuelto un mandato social hablar, denunciar. Me parece intolerable que creamos que hay un único camino: es algo muy peligroso. Hay personas para quienes no es el momento de hablar. Que necesitan, por alguna razón, que se mantenga la familia como está. Que no quieren perder todo en ese momento. No somos capaces de juzgar esas situaciones sin estar ahí. “Hay que hablar” es algo que circula mucho. Como si fuera una solución: es complicado hablar.
–¿Qué significó contarlo?
–A mí me ha servido. No tengo consejos. Lo único que intento hacer con el libro es reivindicar esta experiencia como algo que es parte de las cosas que nos pasan como humanidad y que tenemos que saber que existe. Porque es una experiencia que no es reconocida como algo que puede pasar. El tabú es como una doble condena. Con el cambio que está ocurriendo en la sociedad, no te va a salvar, no te va a curar, pero por lo menos reconoce que esta experiencia existe y no te hace menos humano por haberla vivido.