“No me maté, elegí vivir”
Valentina Sandgarten tenía 15 años cuando llegó del colegio con ganas de merendar. Abrió la heladera, se quedó mirando su interior durante unos segundos y se tiró al piso a llorar, porque tod...
Valentina Sandgarten tenía 15 años cuando llegó del colegio con ganas de merendar. Abrió la heladera, se quedó mirando su interior durante unos segundos y se tiró al piso a llorar, porque todo lo que había le daba miedo. “No me sentía cómoda comiendo nada”, recuerda.
Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que algo no estaba bien y que necesitaba ayuda. Tras consultar con una nutricionista, le diagnosticaron anorexia y, en enero de 2020, inició el tratamiento en un centro especializado, un proceso en el que se comprometió toda su familia. Aunque la primera etapa fue difícil y Valentina sigue teniendo sus luchas, para ella este es el primer año de su vida en el que se siente libre, estable y confiada.
Pero, ¿cómo empezó todo?
Cuando intenta entender el origen de su trastorno, Valentina nos dice: “No tengo ningún recuerdo de la niñez en el que no haya cargado con la obsesión por mi cuerpo e imagen. En mi familia, comer saludable, mirarse en el espejo y opinar sobre el cuerpo del otro eran actitudes muy normalizadas”.
Esa obsesión se intensificó en la adolescencia, con el acceso a redes sociales, donde encontraba cuentas de otras adolescentes que compartían consejos extremos para perder peso.
Según la psiquiatra Juana Poulisis, el aumento de los trastornos de la conducta alimentaria en niños y adolescentes “está muy relacionado con el ‘tsunami’ de las redes sociales”, donde la presión de los estereotipos de belleza y la exposición temprana a contenidos tóxicos alteraron el vínculo de las chicas y los chicos con la comida y con su imagen corporal.
Para prevenir este tipo de conductas, entre otras cosas, nos aconseja:
Informarse: si como adultos no entendemos ese lenguaje, no podemos acompañarlos.
Generar el diálogo: buscar el momento en que los chicos se sienten más cómodos para hablar.
Charlar desde la empatía: una empatía que “acompaña, valida, empuja, pero no presiona”.
Reforzar su autoestima: hacer foco en todo lo que los hace únicos, más allá de su apariencia física. “Ahí empiezan a brillar”, asegura Poulisis.
Para más información sobre señales de alerta, dónde pedir ayuda o cómo acompañar a una persona con esta problemática, podés consultar nuestra guía: “Hablemos de trastornos de la alimentación”.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/newsletters/periodismo-de-servicio/no-me-mate-elegi-vivir-nid05082025/