La civilización maya fue una de las más complejas y sofisticadas del mundo. Se desarrolló durante miles de años en Mesoamérica y ocupó amplias regiones del actual sureste de México, como Yucatán, Campeche, Quintana Roo, Chiapas y Tabasco, y gran parte de América Central. Allí construyó ciudades monumentales, desarrolló un sistema de escritura avanzado, realizó cálculos astronómicos precisos, creó calendarios complejos y sostuvo una economía agrícola basada principalmente en el maíz.
Sin embargo, entre los siglos VIII y IX, muchas de sus principales ciudades fueron abandonadas. Centros urbanos como Tikal, Calakmul o Copán pasaron, en apenas un siglo, de ser núcleos políticos y comerciales a convertirse en ruinas devoradas por la selva. Durante mucho tiempo esta secuencia llamó la atención de arqueólogos e historiadores que no encontraban una causa factible.
Algunas de las hipótesis que fueron esbozadas hablaban de guerras internas entre ciudades, otras de epidemias, invasiones o crisis políticas. Incluso surgieron teorías más extremas, vinculadas a fenómenos sobrenaturales o extraterrestres que raptaron a los habitantes. Pero con el avance de la investigación científica, una de las conclusiones más acertadas a las que se llegó fue que la retirada no fue repentina, sino producto de un deterioro ambiental progresivo, agravado por las propias prácticas de la civilización.
En el libro Collapse (2005), el geógrafo e historiador estadounidense Jared Diamond planteó que una sequía prolongada, combinada con una deforestación masiva, fue el detonante del derrumbe maya. Lejos de ser una catástrofe natural aislada, se trató de un proceso amplificado por la acción humana. Investigaciones arqueológicas y estudios ambientales posteriores respaldaron esta teoría.
En 2012, diversos trabajos confirmaron que la tala extensiva de bosques para ampliar tierras agrícolas, obtener leña y combustible alteró de forma significativa el equilibrio climático regional. Al reducir la cobertura forestal el suelo perdió capacidad para regular la temperatura y retener humedad, lo que intensificó los períodos de sequía.
Simulaciones climáticas realizadas por investigadores de la Universidad de Columbia, basadas en datos de población y extensión de tierras deforestadas, mostraron cómo ese proceso habría provocado cosechas fallidas, escasez de alimentos y el colapso de las redes comerciales. Ante la imposibilidad de sostener a grandes concentraciones urbanas, muchas comunidades se vieron forzadas a abandonar las tierras bajas y migrar en busca de nuevos recursos.
¿Por qué los mayas siguieron adelante con una práctica que dañaba su ecosistema?Uno de los aspectos más inquietantes de esta teoría es que los mayas poseían un profundo conocimiento de su entorno. “El pueblo maya sabía cómo sobrevivir en su ecosistema”, sostuvo B. L. Turner, autor principal de uno de los estudios clave. Sin embargo, la presión demográfica y la necesidad de sostener grandes ciudades los llevó a continuar con prácticas que a largo plazo resultaron insostenibles.
El colapso no implicó la desaparición total del pueblo maya. Sus descendientes viven hoy en distintas regiones de México y América Central. Lo que se perdió fue el modelo urbano y político que habían creado. Aunque pareciera que este estudio solo permite entender el pasado, también ayudaría a prevenir problemáticas del futuro.
Robert Oglesby, modelador climático de la Universidad de Nebraska, señaló que procesos similares siguen ocurriendo hoy. En Guatemala, por ejemplo, la deforestación avanza de manera acelerada. Datos compartidos por Global Forest Watch registraron más de 26.000 alertas de pérdida de bosque en apenas dos meses de 2025. Según Oglesby, esta degradación ambiental vuelve a la región “mucho más vulnerable a sequías severas”, y replica las condiciones similares a las que precedieron al colapso maya.