¿Qué es lo peor que puede pasar? Historias distópicas para la economía y para el planeta
Con casi cinco millones de seguidores en “X”, la cuenta “Science Girl” es una de las más influyentes en la comunidad científica. El 12 de noviembre posteó una pregunta que tuvo, literalm...
Con casi cinco millones de seguidores en “X”, la cuenta “Science Girl” es una de las más influyentes en la comunidad científica. El 12 de noviembre posteó una pregunta que tuvo, literalmente, millones de interacciones: ¿Cuál es, en tu opinión, la mayor amenaza que enfrenta hoy el planeta? Entre las múltiples respuestas: cambio climático, IA desbocada, progresiva falta de empatía, guerras, riesgo nuclear, tormentas solares, impacto de asteroides, China, el Islam, Israel, Rusia, la “cultura Woke”; de todo. Parece ser un momento de intensidad para las narrativas distópicas sobre el devenir de la humanidad.
Más allá de las opiniones sueltas en redes, hay académicos que se dedican seriamente a medir el tamaño de estos riesgos existenciales. Uno de los más conocidos es Toby Ord, un filósofo australiano de la Universidad de Oxford especializado en riesgos existenciales, famoso por su trabajo en el Future of Humanity Institute junto a Nick Bostrom. Ord ganó relevancia en esta agenda con su libro “El Precipicio”, donde evaluó con detalle las amenazas que podrían comprometer el futuro a largo plazo de la Humanidad —como pandemias, biotecnología descontrolada, inteligencia artificial autónoma y guerras nucleares—, y propone estrategias para reducirlas. El autor combina análisis filosófico y datos empíricos (cuenta por ejemplo que el equipo de un pacto internacional para el control de armas biotecnológicas tiene cuatro integrantes y un presupuesto menor al de una franquicia chica de McDonald’s), y sostiene que vivimos en un “siglo decisivo” en el que lo que hagamos puede determinar si la civilización prospera durante milenios o desaparece prematuramente.
Ord plantea en su libro que la humanidad atraviesa un “siglo bisagra”: una instancia en la que nuestra capacidad tecnológica crece más rápido que nuestra madurez institucional, y esa brecha abre ventanas de vulnerabilidad inéditas. Y va a lo concreto: en su libro le pone números a las amenazas que podrían arruinar el potencial de nuestra especie.
Su conclusión es contra-intuitiva: los peligros naturales casi no mueven la aguja, a pesar de que generan más películas de cine catástrofe. El impacto de un gran asteroide tiene una probabilidad de uno en un millón por siglo; un supervolcán, uno en diez mil; incluso las pandemias naturales juegan ligas menores. El verdadero riesgo —dice Ord— viene de nuestra propia ingeniería: 10% de probabilidad de que la IA avanzada salga de cauce, 3% para bioataques diseñados, 1% para una guerra nuclear que dispare un invierno permanente (si vieron la serie “Una casa llena de dinamita” en Netflix están a tono con esta idea). Es decir, lo que más podría dañar el “proyecto humano” no es la naturaleza, sino nuestras propias capacidades sin freno. El académico estima que ‘las guerras entre grandes potencias” representan más de un punto porcentual de riesgo existencial durante el próximo siglo. Esto la convierte en un contribuyente mucho mayor al riesgo existencial total que todos los riesgos naturales, como los asteroides y los volcanes, combinados.
La gran paradoja es que nunca tuvimos tanta posibilidad de prosperar durante milenios y, al mismo tiempo, tantos mecanismos para cancelar esa historia antes de que empiece. Ord propone tomarse en serio este equilibrio: gobernanza global para tecnologías exponenciales, instituciones que piensen en siglos y no en ciclos electorales, y una ética que incorpore a las generaciones futuras como actores del presente.
En economía también existe una constelación de “profetas del precipicio”, versiones financieras de Toby Ord pero con menos filosofía y más planillas de Excel y papers con ecuaciones.
Uno de los de mayor exposición es el multimillonario Ray Dalio, fundador y líder del fondo Bridgewater, que este año – más que nada luego de la guerra de tarifas de Trump- hizo varios pronósticos apocalípticos sobre el riesgo de “algo peor que una recesión”. Su lectura de los grandes ciclos imperiales —y la idea de que Estados Unidos atraviesa una fase tardía marcada por deuda crónica, polarización y ascenso chino— funciona como un mapa de riesgos sistémicos. Dalio no anuncia un colapso puntual: advierte sobre la deriva lenta hacia una reconfiguración de poder, con tensiones que pueden desbordarse.
Michael Burry, el inversor-leyenda que anticipó la crisis de 2008, identifica burbujas micro y macro, y se posiciona siempre a contramano del consenso. Desde The Big Short vive en modo “lobo solitario”: alertó sobre exuberancia post-pandemia, la sobrevaluación tecnológica y las fragilidades del empleo, para luego cerrar su fondo días atrás y retirarse del ruido público. En la misma familia está Nouriel Roubini, el “Doctor Doom” que desde hace dos décadas enumera megarriesgos —deuda, geopolítica, clima, estanflación— como si fueran piezas de un dominó global a punto de desmoronarse.
Y en el trasfondo flotan los herederos de Hyman Minsky, recordando que los sistemas financieros no son estables por naturaleza: pasan de prudentes a especulativos y finalmente a ponzi, siempre con la misma coreografía.
Y no se puede dejar de mencionar a Nassim Taleb, quien a todo esto suma la capa de distribución de “leyes de potencia” (con colas más altas que las de una distribución normal): la idea de que los modelos subestiman lo improbable, justo cuando lo improbable define el destino de los mercados. Todos, desde distintos ángulos, apuntan a lo mismo: no hay una única catástrofe en el horizonte, sino un ecosistema de vulnerabilidades que se retroalimentan en un sistema complejo. Con un problema adicional: la narrativa de la complejidad es muy difícil de vender a audiencias, electorados y líderes.
Y hablando de narrativas, en el terreno de lo que se conoce como “diseño de futuros”, Jim Dator es el fundador del programa de esa especialidad de la universidad de Hawaii. Su marco teórico vendría a ser como “El Camino del héroe” de la construcción de escenarios por venir.
Creado en 1979, el modelo observa que todas nuestras narrativas (historias, escenarios) acerca de cambios sociales pueden ser clasificadas en cuatro grupos recurrentes de imágenes, historias o políticas de acuerdo a los efectos de los cambios: de “continuación” (todo sigue más o menos igual, con crecimiento del statu quo), de “límites y disciplina” (los comportamientos se van adaptando a límites como el deterioro ambiental o la falta de agua), de “declinación y colapso” o de “transformación”, donde emergen nuevas tecnologías o factores sociales que lo cambian todo.
En todos los escenarios a futuro existe una tensión permanente entre la utopía y la distopía. La segunda (Black Mirror, Terminator) parece tener más rating porque conlleva el ADN de cualquier narrativa masificable: un conflicto.
Una “tercera posición” en este aspecto podría ser lo que el autor Redfern Jon Barrett llama “ambitopía”: un lugar donde se exponen las cosas que necesitamos cambiar vía la distopía mientras se demuestra que se puede construir un mundo mejor. Usar esos emergentes negativos en “modo antena” para corregir el timón hacia buen puerto, algo más fácil de decir (o escribir) que de hacer.