Qué ven los chicos en Youtube. Contenidos sin pausa ni final, disponibles todo el tiempo, con idioma propio
En una versión digital y casera de Inception, mientras se redacta esta nota la voz de un caballerito de nueve años desliza desde el living “¿Puedo ver YouTube?”. Padre y periodista -la era n...
En una versión digital y casera de Inception, mientras se redacta esta nota la voz de un caballerito de nueve años desliza desde el living “¿Puedo ver YouTube?”. Padre y periodista -la era nos volvió multitasking- toma una decisión y el muchachito mencionado deberá ver una serie o una película. El criterio (personal) es que preste atención a una sola cosa. Ahí arranca pues el enésimo visionado de El Señor de los Anillos-El Retorno del Rey (en su versión extendida) que otorga al redactor de cuatro horas para decirle al lector que abandone todo desconcierto cuando ingrese a esta nota. Si tiene niños en edad escolar, sabrá que hablan de temas y mencionan personajes que están muy alejados de nuestras preocupaciones diarias. Deberá admitir, con un ejercicio de memoria, que lo mismo les sucedió a sus padres respecto de las propias obsesiones de la lejana -o cercana- infancia propia. Sin embargo, lo que sucede con los niños de hoy es mucho más revolucionario que el paso de los ídolos de la radio a los de la tele entre los años cuarenta y los años ochenta del siglo pasado. Es otra cosa y, al mismo tiempo, la misma. Esta nota tiene nombres, números y apreciación crítica: quiere pintar un paisaje y calmar ansiedades. Vamos de a poco.
Primero: existe Internet. Lo que hace treinta años era el futuro ya es tan inevitable como el oxígeno o las alergias de media estación. En la Argentina, su penetración era al comenzar este año del 90,1%, mientras que hay 64,7 millones de líneas de celular. Dicho en criollo, estamos todos conectados. Aunque existimos aún los vejestorios que recordamos la tele con antena de papa y agujas de tejer, la mayor parte de la población del país no siente la más mínima sorpresa ante el entorno digital. Los chicos, mucho menos.
Los servicios OTT (Over The Top, es decir que pasan “por encima” de lo que fue el sistema de medios hasta la explosión digital) son comunes para casi todos: una plataforma de SVOD (como Netflix o Disney+), una red social, mirar televisión a través de un servicio de streaming como YouTube es común. El OTT nos ha liberado de las grillas y la tiranía de la publicidad cada 8 minutos de visionado (bueno, siempre y cuando tengamos cuentas premium en los servicios o no utilicemos canales FAST, básicamente la vieja tele pero en Internet). Pero esto al mismo tiempo ha generado una nueva manera de relacionarnos con los contenidos y entre nosotros.
En el principio, existía el canal de cable de 24 horas. Primero para las noticias (CNN), luego, para entretenimientos varios (MTV, TNT, Cartoon Network) y esto estalló con el crecimiento inflacionario de señales al abrirse el espectro digital en los 2000. Cualquiera podía tener una provisión del contenido que quisiera, aunque no podía manejar los tiempos u horarios de visionado. Los chicos tenían 24 horas de dibujos animados o programación diseñada para ellos (o, al menos, asequible a los menores de edad), cuando hasta los años 90 esto implicaba un par de horas por la mañana y por la tarde en medio de las programaciones lineales de los canales de aire. Que tenían como corolario que la familia entera, a la hora de la cena o del almuerzo, viera la misma cosa, ya no infantil.
La caja no era tan boba y delimitaba fronteras para adultos y para niños, mientras que establecía al mismo tiempo territorios de convivencia. Ordenaba y estaba ordenada de acuerdo a una rutina que ya no existe, la del trabajo fuera del hogar, la del ama de casa y sus quehaceres (aunque esta imagen comenzaba a diluirse en los años setenta).
Ya tenemos tres generaciones de personas acostumbrados a acceder sin restricciones al contenido que desean.
Con la explosión de Internet, la banda ancha y los smartphones y smartv cada vez más versátiles, que es el universo que les tocó a los más chicos de hoy, esto se exacerba. Desaparecida la grilla, con sitios de navegación intuitiva, tienen todo a mano.
Es la edad del cerebro acelerado y curioso: nos pasó también a nosotros. El hecho de que un chico de cuatro años maneje el celular con una velocidad enorme no debería sorprendernos. Y se sabe: es la época de la tozudez para cumplir con el deseo. Y con tanto aparato con acceso a redes, tampoco es sorpresa que busquen ver aquello que les interesa.
Por variedad y cantidad, es lógico que YouTube se haya vuelto el campo de búsqueda y hallazgo más grande para estas generaciones. Veamos cuáles son los diez canales de YouTube con más suscriptores y visionado de la Argentina.
Alejo Igoa. Entretenimiento, Desafíos y Vlogs. 94.1 millonesEl Reino infantil. Música y Animación Infantil. 70.4 millonesLa Granja de Zenón. Música y Animación Infantil (sub-canal de El Reino Infantil). 44.7 millonesIan Lucas. Música Urbana, Vlogs y Retos. 37.4 millonesEl Payaso Plim Plim. Contenido Educativo Infantil. 31.7 millonesBigChungus. Humor y Entretenimiento. 29 millonesPaulo Londra. Música. 23.4 millonesLyna. Gaming y Vlogs. 22.9 millonesBizarrap. Productor Musical, Sesiones. 22.7 millonesBenja Calero. Deportes y Humor. 22.6 millones(Nota del editor: la cantidad de seguidores de cada canal es “al cierre de esta nota”, sin dudas se incrementó con el paso de los días)
Dejamos de lado aquí los canales extranjeros que ven los chicos. Valga como ejemplo que el youtuber uruguayo Fede Vigevani hizo este año diez presentaciones en el estadio Movistar Arena, siempre con lleno completo (cien mil entradas), y sus contenidos están en la misma línea de los de varios en este cuadro, aunque los tres primeros son efectivamente infantiles.
Alejo Igoa es el número uno, como vemos, con 94,1 millones de suscriptores a su canal hasta mediados de octubre. Dato: cada 1000 visualizaciones (esto es muy variable, pero sirve como dato), un creador de contenidos recauda u$ 0,77 por la publicidad que aparece en el sitio. Igoa hace “retos” (24 horas viviendo en un baño, 24 horas en una isla desierta, un día comiendo sólo snacks, etcétera), desarrolla algunas historias (el hilo sobre una muñeca maldita, que juega con el terror), hace videos de viajes (siempre con una troupe variable de amigos, algunos de los cuales tienen ya su propio canal de YouTube, por lo general a locaciones exóticas como Japón o parques temáticos) y ofrece recompensas vía sorteos (casi siempre tecnología: celulares, consolas de juegos, etcétera). El lenguaje es muy coloquial y a veces expletivo -aunque no escandaloso- y muy en sintonía con lo que los chicos buscan. Un detalle importante: se actualiza constantemente de acuerdo con modas y tendencias. Es decir, hay una sintonía constante con “lo que pasa” sobre todo en las redes. Y dado que los seguidores interactúan en comentarios, es fácil ver tendencias.
En la lista es claro por ejemplo que El reino infantil y La granja de Zenón, que en realidad son seguidos por los más chicos de los chicos, por lo general son seleccionados por padres y por eso tales números. Figuran sólo dos artistas conocidos fuera de Internet (Paulo Londra y Bizarrap) y no en los primeros puestos. Del resto, todos rodean más o menos los mismos temas (videojuegos de moda, retos, incluso la promesa de premios si se llega a X cantidad de “likes” en cada video) y algunos apuestan más por el humor.
Si desean una apreciación crítica, aunque es mucho más adolescente que para niños (en cuanto a temas, alusiones a veces oscuras y tratamiento), Benja Calero se recorta un poco del resto por tener un timing natural como comediante notable. Para entender esta distribución, hay que entender que el 20,3% de los argentinos en Internet están entre los 5 y los 17 años, y que en total la edad promedio en nuestro país es de 32,9 años (son datos del portal Datareport, que monitorea en todo el mundo el comportamiento de la red). Salvo por cuestiones estrictamente económicas, todo ese 20,3% (casi 10 millones de usuarios) accede a YouTube.
Cabe aclarar varias cosas respecto de estos contenidos. La mayoría de los sketches, retos o juegos que vemos no son muy diferentes de aquellos que ponían en circulación los programas infantiles de los años setenta y ochenta. Cambia quizás el tema; en todo caso, están mucho más cerca del lenguaje infantil de lo que estaban aquellos envíos realizados en general por adultos. Aquí los productores son espontáneos y están mucho más cerca de su público. La gran clave es la interactividad y la apelación constante. El usuario puede dar like, dejar un comentario, sentir que interactúa en tiempo real (aunque el video que está viendo tenga unos cuantos años) con alguien que le habla en su misma lengua.
No es extraño que estos personajes no suelan responder a entrevistas o a requerimientos de medios tradicionales: están en una plataforma global, se expanden por la propia dinámica de las redes sociales, no requieren de sponsors (saquen cuentas entre seguidores y lo que Google paga por visionado) y sólo avisan si van a presentarse en tal o cual lugar en público.
Cada video publicita el resto. No solo es “over the top” en cuanto a la tecnología: lo es en cuanto al propio sistema de medios y marketing que la TV tradicional o el cable construyeron en seis décadas, diseñado para espectadores (pasivos), no para estos usuarios (activos).
Hay algo más: a diferencia de “aquella” TV, donde algo debía verse en el horario en que pasaba, lo que gustó y se comenta a otros está inmediatamente disponible. No existe el “me lo perdí” o “te lo perdiste”. El ecosistema es absolutamente distinto.
Es un mundo nuevo: la mayoría de estos usuarios no sólo no usan la TV tal como lo hacíamos nosotros, sino que ni siquiera saben que existe. Saben buscar lo que desean, y la disponibilidad es infinita. Y este es el problema básico para los padres y no el contenido en sí: la vieja TV, como se dijo, ordenaba y se ordenaba respecto de la actividad familiar, YouTube permite a un chico -y a un adulto- ver todo el tiempo que quiera lo que quiera sin ningún corte. Revisado mucho de lo que figura en la tabla de más arriba, hay poco o nada “problemático” para un niño (no más que, para un chico de siete años en 1975, ver un sketch de El Chupete o Porcelandia, para dejárselo claro a la criatura antediluviana que es uno). El problema es que no tiene pausa ni fin, y que el propio chico dispone de seguir viendo.
Las quejas por los contenidos, por lo tanto, son mucho menos procedentes que el llamado a la responsabilidad de los padres, que deberían monitorear qué se ve. La cuestión es que, en esta circunstancia de disponibilidad permanente, es extremadamente difícil.
Este paisaje, que se combina con otros (la “cultura Brainrot”, por ejemplo, o cómo es posible que se viralice un inodoro con cabeza humana y, más tarde, un tiburón con tres zapatillas llamado “tralalero-tralalá”), permite, por un lado, reírse de las quejas de hace medio siglo sobre la “caja boba” y la “desconexión familiar causada por la TV”, dado que esa TV era motivo de diálogo constante y común en el núcleo de un hogar y fuera de él. Y por otro, ver que ese mundo se ha extinguido y mucho de lo que aún vemos es, un poco, reliquia arqueológica para un público que no va a renovarse. Y que viene con su propia cultura, sus propios nombres y, como es más que obvio, con sus propios, y nuevos, problemas.