“Silencio, cerdita.” “Fea por dentro y por fuera.” “Estúpida.” En apenas una semana, Donald Trump apeló a todo tipo de descalificaciones contra periodistas que le hicieron preguntas incómodas. Todas mujeres. No fueron exabruptos aislados: forman parte de su estrategia disciplinadora. Pero esta escalada de violencia verbal exhibe algo más profundo y más revelador: un presidente cada vez más impaciente, aislado e incómodo con las críticas.
La primera fue Catherine Lucey, de Bloomberg, que a bordo del Air Force One le preguntó por el caso Epstein. “Silencio, cerdita”, contraatacó Trump. Siguió Mary Bruce, de ABC News, que fue calificada de “persona terrible” cuando preguntó por el asesinato, en 2018, del periodista de The Washington Post Jamal Khashoggi, mientras Trump agasajaba al principal señalado por el crimen, el heredero saudita Mohammed ben Salman. El presidente fue más allá: amenazó públicamente con retirarle la licencia a la cadena ABC, una advertencia directa a los jefes de la periodista.
“Son cosas que pasan”. La frase de Trump cuando le preguntaron en esa conferencia de prensa en el Salón Oval por el crimen de Khashoggi pasará a engrosar la lista de sus definiciones inolvidables, desde “fake news” hasta “hechos alternativos”, que ya fueron adoptadas por líderes en todo el mundo. Un peligroso precedente. Al lado de Salman, el líder republicano parecía casi envidiar el blindaje ante la prensa que tenía su agasajado.
Luego vino el ataque a Katie Rogers, de The New York Times. En respuesta a un artículo que mencionaba el desgaste de salud que podría estar mostrando Trump en el poder a sus 79 años, fue calificada de “fea por dentro y por fuera”. Y Nancy Cordes, de CBS News, fue tildada de “estúpida” por preguntarle sobre el ingreso de refugiados afganos.
Pero la frutilla del postre vino el viernes pasado, cuando, casi por debajo del radar, apareció en la web de la Casa Blanca una página titulada “Media Bias / Media Offenders” (“Sesgo mediático/ Infractores mediáticos”). Se trata, nada más y nada menos, que de una lista negra de la prensa. Y con un agravante: la apropiación de un servicio público, como es la página de la Casa Blanca. Eumera al menos 20 medios y 50 periodistas, con nombre y apellido, y hasta links a artículos que califica de “tendenciosos” o simplemente “falsos”.
Todo queda expuesto en una página muy elaborada en el portal de la Casa Blanca, como una letra escarlata en el sitio institucional del gobierno. Un señalamiento “de Estado”, para envidia de Manuel Adorni, que apenas pudo aspirar a un canal de streaming para su propio “Fake,7,8”, inspirado a su vez en el kirchnerista 6,7,8. La última edición fue de hace poco más de un mes y algunos capítulos siguen estando en la web oficial del gobierno.
El sitio de la Casa Blanca permite navegar una base de datos con artículos y autores, clasificados bajo etiquetas como “tendencioso”, “negligente” y “locura izquierdista”. Incluso ofrece la suscripción a un newsletter que promete actualizaciones semanales sobre “la verdad”. Es decir, la verdad según la Casa Blanca. Y tiene una dirección a la que la gente puede enviar “tips” y denuncias contra medios o periodistas. Mucha inversión de tiempo, recursos y tecnología para alguien que cree que los medios tradicionales son irrelevantes o están en vías de extinción.
En esta primera tanda de “escrachados” están CBS News, The Boston Globe y The Independent, acusados de “distorsionar” la postura de Trump sobre los seis legisladores que alentaron a los militares a desobedecer órdenes ilegales de Trump. Incluso tiene un “Salón de la Vergüenza”, donde figuran artículos supuestamente engañosos publicados, entre otros, por CNN, MSNBC y The Washington Post. La lista de los “sospechosos de siempre” incluye los blancos de las demandas multimillonarias de Trump, como ABC, CBS, The Wall Street Journal, The New York Times y AP.
Las reaccionesLa indignación fue inmediata. Académicos, defensores de la libertad de prensa, exfuncionarios republicanos y demócratas alertaron que Trump cruzó un umbral peligroso, uno más. Ya no se trata de los arrebatos de un presidente temperamental (“Trump es así”), sino de un dispositivo estatal orientado a amedrentar a los medios.
“Es realmente alarmante. Los impuestos de los norteamericanos están siendo utilizados para reprimir la libertad de expresión, y no para promoverla. Es una suerte de ‘permiso’ para atacar a periodistas y socavar medios en todo el mundo”, afirmó a LA NACION Katherine Jacobsen, del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ). “Estas prácticas son propias de regímenes autoritarios. No tienen lugar en una democracia”, dijo.
La semana pasada, la agencia Reuters publicó una exhaustiva investigación que muestra la magnitud de las “venganzas” de Trump desde que llegó al poder por segunda vez. Nada menos que 470 personas, organizaciones e instituciones fueron objeto de represalias, un promedio de más de una por día. Y en 28 ocasiones sugirió retirar la licencia a cadenas completas de televisión, enojado por la cobertura.
La aprobación general de Trump se encuentra en el nivel más bajo desde su regreso a la presidencia: 38%, según una reciente encuesta de Reuters/Ipsos. Esta cifra ha caído en picada desde el arranque de su segundo mandato y ha perdido dos puntos porcentuales solo desde principios de noviembre. Incluso su férreo dominio sobre el Partido Republicano muestra fisuras.
Cada vez más, los analistas advierten que Trump se está refugiando en su palacio de cristal blindado, donde las críticas casi no llegan y, si lo hacen, provocan furia.
Susan Glasser, destacada columnista de The New Yorker, publicó el mes pasado una reveladora columna en la que considera que Trump está moldeando un entorno donde la Casa Blanca opera sin frenos ni contrapesos. “Solo quedan colaboradores dispuestos a la adulación, compitiendo para ver quién pronuncia el elogio más desmesurado”, tal como se puede ver en cualquiera de las conferencias de prensa transmitidas en vivo y en directo. Eso, acompañado por lo que muchos califican como la “kremlinización” de las salas de prensa de la Casa Blanca y del Pentágono, donde solo se aceptan periodistas que hagan preguntas amigables.
Jonathan Lemire, columnista de The Atlantic, considera que Trump se ha aislado cada vez más en las últimas semanas. “Su actividad en redes sociales se limita casi por completo a su plataforma propia –mal llamada Truth Social–, y sus viajes rara vez lo acercan a la gente”. En cambio, prefiere codearse con multimillonarios que buscan favores de su administración y no dudan en adularlo sin pudor.
“Nunca antes el presidente Trump había estado en una cámara de eco tan cerrada”, afirmó Lemire. Es en este contexto que cobra mayor relevancia, y peligro, el nuevo sitio de la Casa Blanca para señalar a los periodistas. Primero, se naturalizan los insultos. Después, se toleran las amenazas. Y finalmente vienen las listas negras, y las preguntas difíciles se vuelven cada vez más escasas. El sueño de los autoritarios en todo el mundo.