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Un campo en Brandsen y David Lynch

Semanas atrás, en mi recorrido cotidiano por las noticias, me topé en el diario español El Mundo con una interesante columna del colega Nacho Vigalondo acerca de David Lynch.Como el direc...

Un campo en Brandsen y David Lynch

Semanas atrás, en mi recorrido cotidiano por las noticias, me topé en el diario español El Mundo con una interesante columna del colega Nacho Vigalondo acerca de David Lynch.Como el direc...

Semanas atrás, en mi recorrido cotidiano por las noticias, me topé en el diario español El Mundo con una interesante columna del colega Nacho Vigalondo acerca de David Lynch.

Como el director no solo es uno de mis realizadores y artistas preferidos sino también ha sido (seguirá siendo…) un faro en mi vida, me detuve particularmente en el texto, que con muy buen tino se lamenta de la “Lynchmanía” desatada tras la muerte del creador, en enero de este año. Lo que el autor destaca especialmente es la triste ironía de que ahora todo el mundo pareciera ser fan y reconocer la genialidad de Lynch , cuando en vida el director debió luchar siempre contra el escasísimo poder que tenía frente a la industria del cine y resignar una gran cantidad de proyectos que nunca le permitieron hacer en sus términos.

Mi primer, fantástico, encuentro con David Lynch ocurrió un domingo a la madrugada, en la perdida inmensidad de un campo oscuro -no podía ser de otro modo-, a través de la pantalla lluviosa de un televisor arrumbado en el living de La Chacrita, una finca en Brandsen que, sin ser propia, se convirtió en uno de esos lugares favoritos del mundo para mí, para Walter, mi hermano de la vida, y para dos de nuestros mejores amigos, Flor y Leo.

En La Chacrita no había mucho para hacer. La usábamos -gracias a la gentileza de unos vecinos- siendo todos muy, muy jóvenes, como refugio para evadirnos de la “abrumadora” cotidianeidad de cuatro aún adolescentes de entre 19 y 17 años, que ya desde entonces deseaban escapar juntos de sus obligaciones universitarias o escolares, y que en ese paraje verde y perdido se sentían adultos, cocinaban, limpiaban, planeaban el futuro, se contaban sus secretos, escuchaban toda la música del mundo, soñaban.

Ese domingo, en la silenciosa noche del campo, después de atrancar puertas y persianas para sentirnos a salvo de vaya uno a saber qué fantasmas, terminamos de lavar ollas y platos y encendimos la vieja TV, que solo captaba, milagrosamente, la señal de Canal 9.

Y quiso el destino que en ese año, 1993, lejos aún de la turbadora realidad de chismes y realities que hoy tenemos en la televisión por aire, algún iluminado programador de ese canal, tan popular por entonces, considerara buena idea poner al aire -aunque fuese los domingos, pasada la medianoche- una serie en la que su protagonista adolescente muere en el primer episodio y todo un pueblo se pregunta qué ocurrió con ella, la chica en apariencia perfecta, Laura Palmer.

Esa madrugada, cuando el reloj ya había cruzado las cero horas y nosotros nos sentíamos tan solos pero poderosos en el abismal silencio del campo, apareció en la TV el personaje que me resulta más temible hasta hoy, el mismísimo Bob, la encarnación del Mal, con su cabellera larga y su sonrisa endemoniada, y nuestra inocente mirada sobre la vida cambió para siempre. Fue difícil dormir esa noche sabiendo que la oscuridad era parte del todo.

Un año después, el joven docente más brillante que tuve durante mi formación en Periodismo, Guillermo Méndez -que partió, tristemente, mucho antes de su tiempo- dictó un seminario especial acerca de la obra de David Lynch. No tuve más opción que rendirme ante esa genialidad, sabiendo que ese artista me acompañaría, como otros, hasta el final de mis días.

Pasaron décadas. Sigo pensando que Lynch fue, es, un profeta; alguien con la extraordinaria misión de hacernos ver el futuro. Gracias a él, muchos de nosotros ampliamos nuestros mapas mentales, nos permitimos dudar, comprendimos el eterno juego: por cada Bob hay un Agente Cooper, trabajando desde el Bien, sumando claridad.

“Adoro ver salir a gente de las tinieblas”, decía a menudo Lynch. Qué claridad tenía. El realizador más emparentado con la oscuridad y las pesadillas, nunca fue separable de la Luz. Y sus viejos fans lo sabemos.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/un-campo-en-brandsen-y-david-lynch-nid19112025/

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