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“Una segunda casa para los chicos”: empezó con un voluntariado y hoy enseña ópera en barrios populares de la ciudad

Mailén Ubiedo Myskow era estudiante de Artes y Ciencias Musicales en la Universidad Católica Argentina (UCA) cuando en 2010 empezó un voluntariado, organizado por esa institución, en dos barrio...

“Una segunda casa para los chicos”: empezó con un voluntariado y hoy enseña ópera en barrios populares de la ciudad

Mailén Ubiedo Myskow era estudiante de Artes y Ciencias Musicales en la Universidad Católica Argentina (UCA) cuando en 2010 empezó un voluntariado, organizado por esa institución, en dos barrio...

Mailén Ubiedo Myskow era estudiante de Artes y Ciencias Musicales en la Universidad Católica Argentina (UCA) cuando en 2010 empezó un voluntariado, organizado por esa institución, en dos barrios populares de la ciudad, el Bajo Flores y Villa Soldati.

Arrancó con cuatro o cinco compañeros, autoconvocados por Gustavo Carrara, que entonces era párroco de Madre del Pueblo, en la Villa 1-11-14. La idea era organizar un “espacio de encuentro: tocar un poco la guitarra, cantar”. Querían llevar actividades artísticas a los jóvenes y niños de esas localidades.

Se fue enganchando con el trabajo e identificando las necesidades. Así, decidió conformar una asociación civil, el Centro Artístico Solidario Argentino (CASA), que ahora cumple cinco años como tal y, al igual que cualquier otro plan, sigue creciendo acorde a sus ideales, a sus sueños. El nombre no es azaroso: “La idea es que sea una segunda casa para los chicos”, asegura.

Una montaña rusa

Esos espacios se transformaron en escuelas donde dictan talleres de ópera: música, dramaturgia, vestuario y caracterización. ¿Cómo fue el proceso? “Yo venía de lo académico y quería armar algo más parecido a un conservatorio, poder enseñar todo, que aprendan a leer una partitura, que puedan tocar en una orquesta, hacer conciertos, ciclos”, cuenta.

La del Bajo Flores, en la parroquia Madre del Pueblo, recibe a todos los chicos que quieran ir. En Soldati, se ubica en el instituto Nuestra Señora de Fátima, “una escuela enorme”, pero como tiene muchos alumnos, no pueden abrirlo al barrio. Actualmente, asisten 150 alumnos en total.

De esos cuatro o cinco voluntarios pasaron a ser más de veinte. El primer problema que surgió fue monetario: “Empezamos a necesitar más dinero, pero como era un proyecto de compromiso social de un departamento de la UCA, no podíamos salir a pedirlo. Entonces planteamos armar una asociación civil y abrirnos del proyecto original”.

Tardó un par de años en conseguir la personería, que ahora les permite solicitar ayuda económica. Antes formaban parte del programa cultural de la ciudad, Arte en Barrios. Este ofrecía formaciones gratuitas en distintos centros culturales y les pagaba a los profesores. Así pudo armar una planta permanente mientras continuaba con el voluntariado. Pero desde 2024 el mismo gobierno hizo recortes presupuestarios a partir de la reducción de horas docentes y contratos más cortos: “Nos sacaron todo lo que teníamos que nos ayudaba a movernos, nos lo sacaron”.

Un género de elite

En el Bajo Flores, al principio se encontró con una “realidad muy diferente” a la suya. “Salís impactada, sobre todo las primeras veces. El lugar no era como hoy. Esa parroquia en la 1-11-14 estaba, pero tenía otra estructura, un par de galpones con chapas y piso de tierra. Pero era como el refugio que teníamos. De hecho, había un pequeño lugar, parte de la misma parroquia, que era el comedor, y se llamaba El Rescate. Ahora ya tiene un formato tipo escuela, hay aulas, hay buenos baños”, recuerda.

Existe, en torno a ellos, un prejuicio que Myskow considera “absolutamente común”: hacer ópera, un género típicamente de élite, en barrios populares. Para esto, cuentan con los talleres, en donde brindan formación orquestal –canto e instrumentos–, y con el Festival de Ópera Villera, donde los chicos “se meten más de lleno con la música académica, clásica y la ópera puntualmente”.

Sobre ese prejuicio opina: “En general se la asocia a otro tipo de espacios, pero como yo me dedico a eso, a componer ópera, y tengo una compañía, y conozco mucho a los chicos del barrio, dije, bueno, esto seguramente pueda interesar”.

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–¿Cómo hiciste ese acercamiento?

–No lo presentábamos como “vení a hacer ópera”, sino como: tenemos talleres para diseñar, van a ser escenográficos, los vas a poder armar y lo vamos a hacer en un teatro. Vení a conocer un grupo de amigos, tomar algo rico a la tarde, aprender a dibujar con perspectiva y a utilizar otros materiales, todo gratis. Vení a diseñar un nuevo vestuario para actores y actrices para una obra teatral a la que le vamos a poner música. Y los que están más experimentados, sí, vengan a componer una ópera.

Mecenazgo

Para conseguir los instrumentos se sostienen de la ayuda a través de las redes sociales. Mucha gente dona los más económicos, como teclados, guitarras y violines. Otros, miembros de orquestas con las que Myskow tiene contactos, les dan los más caros, como chelos y trompetas. Los más “originales” los consiguen gracias al Programa Mecenazgo, que impulsa el gobierno porteño para desarrollar proyectos artísticos a través de financiación privada de quienes estén inscriptos en el Impuesto sobre los Ingresos Brutos.

Las empresas o personas eligen con qué proyecto contribuir. “Nosotros redactamos que con eso se puedan comprar instrumentos más complejos, como un clarinete, cornos, trombones. Ahora vamos a comprar timbales y algunas placas, algo parecido a un xilofón, pero más chico, que se llaman Glockenspiel”, continúa.

Son 17 voluntarios hoy, que se suman a los profesores de planta estable, pero todo es a pulmón.

Que la vida sea un poco más amable

Para Myskow, el suyo es un trabajo que va más allá de las horas que le dedica. En pandemia, por ejemplo, tuvo en guarda a una chica. “Uno quiere dejar las cosas ahí, decir, ‘bueno, este es mi trabajo’, pero no pasa, no pasa nunca. Porque es algo más. Y cuando uno conoce a las personas, el otro ser humano te atraviesa. Cuando uno ve la vulnerabilidad del otro y sabe que puede, o cree que puede evitar algún tipo de sufrimiento, lo hace”.

–¿Hubo alguna situación que te haya marcado?

–Todo el tiempo. Uno se conmueve frente a las historias. Algunas de logros académicos. Por ejemplo, una chica que ganó un contrato discográfico por un reality de Netflix . Y otro tipo de logros: chicos con mutismo selectivo que, por venir a la orquesta, empiezan a hablar; chicos que no podían tener un buen vínculo con sus pares o intrafamiliares, que de golpe, gracias a la intervención nuestra como docentes y a las charlas con las familias, se logran resolver y hacer que la vida de ese chico sea un poco más amable. Eso también a uno lo conmueve.

–¿Qué impacto creés, entonces, que tiene la música para los chicos?

–En general, tiene que ver con vincular desde otro lado. La tarea musical, orquestal o de ensamble grupal, hace que uno no pueda funcionar sin el otro. Siempre necesitás un poco del otro. Y a veces ocurre que estos chicos encuentran, a través de la música, una forma de hablar diferente o de decir algo, y también de ser reconocidos. Se arma algo del equipo que para mí hace que ellos adquieran una idea de autoestima y de valor. Por eso es tan valiosa la educación musical, porque despierta otro tipo de inteligencia que a veces no es la misma que se enseña en el cole, y ellos descubren que tienen ese valor.

Festival Ópera Villera

El festival surgió de forma paralela a CASA. Lo suelen organizar a fin de año para conmemorar el cierre de los talleres en distintos barrios. Hacen repertorios tradicionales, escenas de ópera y más.

Al denominarlo “ópera villera”, Myskow buscó romper un poco y valerse, a la vez, de ese prejuicio del que habló antes. “¿Por qué le dicen así si la ópera se puede hacer en cualquier lugar?”, preguntaba la gente.

“Eso es solo una parte del festival, la otra es que la ópera surja en los mismos barrios. Los chicos están componiendo nueva ópera, que es algo interesante, porque en el Colón no se hace. Entonces, que de golpe un grupo de adolescentes lo haga… No sé, es interesante, ¿no? De hecho, así hemos tenido alumnos que ingresaron a institutos superiores después del primer festival. Hicieron los primeros talleres y dijeron, ‘yo me quiero dedicar a esto’”.

Este año tuvieron que suspenderlo porque, entre otros planes, giras y presentaciones, iban a viajar al Vaticano para tocar en la Plaza de San Pedro. Fue un arreglo que consiguieron cuando todavía estaba Bergoglio al mando de la Iglesia, y que se cayó tras su fallecimiento.

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Fue una oportunidad que se dio después de que grabaron un documental sobre el primer festival para YouTube. La misma gente con la que filmaron les dijo que, si conseguían la entrevista con Bergoglio, podían hacer una miniserie que culminara en el Vaticano. “Como yo trabajo con curas villeros, me consiguieron eso en 15 días, con una invitación de puño y letra de Bergoglio que decía que fuéramos a verlo y que tocáramos en la plaza cuando le hablara al público", detalla.

El papa León XIV sostuvo esa invitación. Myskow empezó a hacer los trámites para que los menores de edad pudieran viajar, pero un mes antes la misma producción del documental se retractó. “Los chicos estaban ilusionadísimos. Pero bueno, hicimos muchos contactos, conocimos un lugar donde alojarnos, estamos hablando con los embajadores allá. Está casi todo, faltan los pasajes”, se lamenta. Así nació la campaña Una empresa, un pasaje, que busca atraer a empresas o grupos autoconvocados que puedan aportar para la compra de esos boletos.

“Lo hacemos por puro placer”

–¿Qué considerás que es lo más gratificante en este proyecto?

–Lo lindo es que la gente que trabaja conmigo lo hace realmente de corazón. Es muy raro encontrar a alguien que no quiera estar. Lo mismo pasa con los chicos que vienen, nadie viene obligado. Entonces, hay un funcionamiento bastante aceitado y placentero a la hora de que todos tiremos para adelante. Acá todo el mundo agradece mucho la gestión que hacemos por y para los chicos, porque es un espacio gratuito, y uno recibe mucho cariño.

–¿Y lo más difícil?

—Obviamente, cuando aparecen situaciones de vulneración de derechos, chicos que vienen de situaciones que no están buenas. Es preocupante y a veces hasta da miedo. Pero queda compensado con el cariño que uno recibe, y es muy gratificante. Lo hacemos por puro placer, porque nos divertimos, porque lo pasamos bien con ellos.

También destaca que, entre esas dificultades, están las burocracias estatales y la quita de ayuda para sostener a los profesores. Hoy se sustentan gracias a un programa que ellos mismos armaron, en la plataforma Mi Pago, a través de la cual la gente puede suscribirse y donar. “Con eso podemos recuperar la planta de profes. Hoy la tenemos garantizada gracias al aporte de la comunidad, de la gente”, aclara.

–¿Qué esperás o soñás para el futuro de CASA?

–Tenemos el sueño de comprar un depósito, hay muchos a la venta, el metro cuadrado es muy barato justo enfrente del barrio, pero bueno, es un número, de US$200.000 para arriba. Queremos un espacio que sea seguro para poder trabajar, que tenga buenas aulas. Donde estamos son pocas, hasta ahí es nuestro tope. No puedo sumar más chicos. Me gustaría tener un lugar con aulas acustizadas, con un espacio de ensayo grande para la orquesta, un piano para ciclos de conciertos. Y que sea una sala que el barrio haga propia, que se pueda utilizar para un montón de cosas: que tenga comedor, que tenga residencia universitaria, que se puedan abrir espacios de trabajo para personas con discapacidad y, bueno, que sea un polo cultural solidario. Ese es nuestro sueño.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/una-segunda-casa-para-los-chicos-empezo-con-un-voluntariado-y-hoy-ensena-opera-en-barrios-populares-nid01122025/

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