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“Yo planifiqué el 3 de diciembre de 1990″. Los detalles de la última y más sangrienta rebelión carapintada, por su ideólogo

Dos factores condicionaban el éxito de la Operación Virgen de Luján: no debía producirse derramamiento de sangre y el pueblo no podía caer en “la trampa del Golpe de Estado”. Hugo Reinaldo...

“Yo planifiqué el 3 de diciembre de 1990″. Los detalles de la última y más sangrienta rebelión carapintada, por su ideólogo

Dos factores condicionaban el éxito de la Operación Virgen de Luján: no debía producirse derramamiento de sangre y el pueblo no podía caer en “la trampa del Golpe de Estado”. Hugo Reinaldo...

Dos factores condicionaban el éxito de la Operación Virgen de Luján: no debía producirse derramamiento de sangre y el pueblo no podía caer en “la trampa del Golpe de Estado”. Hugo Reinaldo Abete lo repite como un mantra. Su plan fracasó minutos después de comenzar tras una serie de errores operativos, accidentes, traiciones y un inesperado baño de sangre.

La rebelión del 3 de diciembre de 1990 fue la última, la más breve y la más sangrienta de las cuatro sublevaciones “carapintadas”. Dejó un saldo de 14 muertos, entre leales, rebeldes y civiles, y más de un centenar de heridos.

El entonces mayor Abete era Jefe de Operaciones en el Estado Mayor carapintada conducido por el entonces coronel Mohamed Alí Seineldín. Por esta operación, los dos fueron dados de baja y despojados de sus jerarquías militares. Aunque él dirá más adelante, en tiempo presente, “soy un soldado de Dios y de la patria”. Abete fue condenado a 18 años de prisión como coautor del delito de “motín agravado por el derramamiento de sangre en concurso ideal” y de “rebelión agravada por su condición de militares”. Pasó, efectivamente, 12 años tras las rejas.

Abete hoy tiene 76 años. A veces se presenta como exmayor, un título que formalmente no existe pero que rescata sus años en el Ejército. La gran frustración de su vida es no haber participado de la gesta de Malvinas. Dedicó sus últimos 38 años a lo que llama “la causa carapintada” y rinde culto a la figura de Seineldín, a quien define como “el último patriota argentino”.

-¿Cómo se gestó el 3 de diciembre de 1990?

-El 3 de diciembre es el cuarto efecto de una misma causa que no se solucionó nunca. Es la consecuencia de lo ocurrido en la guerra contra la subversión en la década del 70. Nosotros derrotamos militarmente a la subversión. El problema comenzó cuando, como consecuencia de esa guerra, empezaron a llamar a declarar a los cuadros intermedios. Citaban a un teniente y el general dejaba que vaya, no reaccionaba. Pero si el general es el que impartió las órdenes, ¿cómo no está respaldando al teniente como un padre respalda a su hijo? Nosotros, los carapintadas, nacimos de eso. Fuimos una resistencia que se generó ante tanta injusticia.

-¿Cuál era su rol el 3 de diciembre?

-Yo era el Jefe de Operaciones del Estado Mayor. Tenía que coordinar todo. Estaba en un puesto de comando que instalamos en un departamento que nos habían prestado frente al regimiento de Patricios, detrás de las vías. Ahí, en este departamento, tenía que recibir la contraseña de todos los las unidades del país que estaban de acuerdo con hacer el pronunciamiento.

-¿Cuál era esa contraseña?

-“Dios y patria”.

-Entiendo que la primera acción del Operativo Virgen de Luján debía ser el rescate del coronel Seineldín.

-Exactamente. La operación se tenía que iniciar a las 2 de la mañana, que era la Hora H. El coronel estaba detenido en San Martín de los Andes, en una unidad donde el jefe de regimiento -elegido por el poder político- estaba en contra nuestro. Pero la gente que estaba dentro del regimiento nos apoyaba. La idea era trasladarlo a Neuquén, porque el comandante de la brigada que estaba en Neuquén había tomado contacto con nosotros en la etapa de planeamiento y se había mostrado, digamos, partícipe del pronunciamiento. Entonces venía ideal que el coronel se pronunciase en Neuquén, así abríamos otro foco.

-Sin embargo, el coronel jamás llegó a destino. ¿Dónde falló su liberación?

-A las 2 de la mañana debía iniciarse la operación en todo el país. A esa hora, un jefe enviado por nosotros tenía que ver al comandante de Neuquén para decirle que ya estaba ejecutándose el movimiento, que el coronel iba a ir hacia allá. ¿Qué pasó? Esa persona se adelantó: en vez de ir a las 2 de la mañana, lo hizo a las a las 10 de la noche. Y se encontró con la sorpresa de que el comandante, que creíamos que iba a estar de nuestro lado, le dijo que no pensaba participar e inmediatamente alertó a los mandos superiores. Todavía faltaban 4 horas para lanzar la operación. Fue un momento extremadamente crítico. De todas maneras, Seineldín salió del regimiento de San Martín de los Andes con un grupo de suboficiales.

-¿Es cierto que tiró sábanas anudadas por la ventana para fingir una fuga y no comprometer a sus carceleros?

-Es verdad. Los oficiales llevaron al coronel hasta un punto donde lo esperaba un vehículo con personal nuestro. Cuando estaban llegando al lugar, escucharon por la radio que la operación se abortaba. Nunca supimos cómo llegó esa comunicación, quién dio esa orden. Es un misterio. ¿Quién fue el infiltrado que nos traicionó? Tuvimos sospechas, pero no lo pudimos comprobar. El coronel, ¿qué hace? Vuelve y se mete en su habitación.

-Una confusión absoluta.

-Son esas cosas que uno ve en las películas pero ocurren en la realidad. Detalles que terminan echando por tierra toda una planificación de mucho tiempo.

-Las muertes de Pita y Pedernera marcaron el punto de inflexión del 3 de diciembre.

-Ahí se acabó el 3 de diciembre.

-Fue de madrugada, justo cuando empezaba.

-Justo cuando empezaba. Pero volvamos al inicio de la operación. Yo estaba conduciendo, manejando todo desde el departamento. Teníamos gente en el Distrito Militar, pegado al Regimiento de Patricios, con el coronel Baraldini. Había una puertita que conectaba los dos predios. Los nuestros iban a cruzar y les iban a entregar la unidad. Pero quince minutos antes de la Hora H, me llaman al puesto de comando y me cuentan lo siguiente. El teniente coronel Tévere, que era el jefe del Estado Mayor del coronel Seineldín, se prepara para entrar al regimiento de Patricios junto a dos suboficiales y a un teniente primero que era nuestro referente en Patricios, el hombre que había hablado con otros oficiales del regimiento e iba a quedar a cargo de Patricios hasta que llegase un teniente coronel que habíamos asignado. ¿Me siguen? Cuando están por entrar, por abrir la puerta, uno de los suboficiales se agacha y de su chaleco, donde tiene los portagranadas y demás, se le cae la pistola, con la mala suerte que la pistola pega contra el cemento, se percuta, dispara un tiro y le pega al teniente primero. Le pega en la ingle. ¡A nuestro referente en Patricios!

-Si no fuera una tragedia, diría que se trata de una película donde todo empieza a salir mal.

-Exactamente. Llega un momento en que me voy del puesto de comando para dar una mano allá. Iba caminando hacia Patricios y decía, “¿Por qué, Dios mío? ¿Por qué si estamos saliendo a hacer algo noble, algo justo, por qué está saliendo todo tan mal?“. Llego y me cuenta Tévere lo que estaba pasando en Boulogne con el teniente coronel Romero Mundani, un santo y una eminencia, que no había podido tomar la unidad de al lado de la fábrica TAMSE y tenía problemas para sacar uno de los vehículos blindados. Bueno, me voy desde Palermo hasta un punto intermedio entre Boulogne y Campo de Mayo, el Shopping Soleil, en la Panamericana. Serían las 3 de la mañana. Doy algunas algunas directivas tratando de readecuar el plan, y salgo volando de vuelta para Patricios. Cuando llego a Patricios, me entero que el teniente coronel que se tenía que hacer cargo del regimiento nunca llegó. Llamo por teléfono, me atiende la hija. Le digo: “Tu papá, ¿a qué hora salió de tu casa?”. “No, mi papá está durmiendo”, me contesta. ¡Se quedó durmiendo! “¿Lo despierto?“, me pregunta. ”No, no, dejalo”, le dije.

-¿Los traicionó?

-¡Claro que es una traición! Después fue general...

-Usted ve su ascenso como una recompensa a esta traición.

-Fue general, pero estuvo durante todo el planeamiento.

-¿No nos va a decir el nombre?

-No. Aparte, ¿sabe qué? Murió: tuvo un cáncer fulminante y se murió. Ni él ni el coronel que tenía que estar en el Estado Mayor para relevar al capitán Breide aparecieron. Y los dos estuvieron todo el planeamiento con nosotros, en todas las reuniones.

-Siempre se dijo que los carapintadas estuvieron infiltrados.

-Sí. Poco antes del 3 de diciembre descubrimos que estábamos infiltrados. No sabíamos exactamente por quién, pero cosas de nuestro Estado Mayor tomaban estado público. Entonces, a último momento, faltando 24 horas, tuve que cambiar todas las claves de comunicaciones.

-¿En ningún momento pensó en suspender la operación?

-No, ya estaba encaminado. Teníamos una carga emocional enorme. Yo no vivía con mi familia ni con mis hijos, no tenía vida. Estábamos todo el tiempo enfrascados en este tema. Yo le había dicho a Tévere: “Así nos estén esperando y haya un soldado a un metro del otro esperándonos con armas, tenemos que dar el testimonio”.

-¿Por qué eligieron el 3 de diciembre?

-Fue difícil. A través de un emisario, el coronel autorizó la operación. Entonces nos juntamos para definir el día. Analizamos varias cosas. Pensamos en dejar algo a la familia por si no volvíamos, que por lo menos cobraran el sueldo, para eso era mejor que terminase el mes. Además era inminente la visita de George Bush, el 5 de diciembre. Con la llegada del presidente de los Estados Unidos el pronunciamiento podría tener una doble lectura, porque nosotros nos oponíamos a las políticas del Nuevo Orden Mundial que había establecido para Iberoamérica el desarme de todas las fuerzas armadas, que era lo que se estaba cumpliendo en todos los gobiernos.

Enfrentamiento en la Plaza de Armas

Nunca se supo con precisión quién mató al teniente coronel Hernán Pita y al mayor Federico Pedernera (Segundo Jefe del Regimiento y Jefe de Operaciones del Regimiento, respectivamente). No lo pudo determinar la Justicia. Recuerda Abete: “Como a las 5:30 de la mañana, el segundo jefe del regimiento de San Martín de los Andes golpea la puerta de Seineldín para comprobar que estuviese adentro de la habitación. El coronel abre la puerta y este oficial le dice que el mayor Abete con una ametralladora cortó en dos al teniente coronel Pita y al mayor Pedernera en Patricios. Eso fue una acción psicológica para destrozar al coronel, que pensó: ‘Abete se volvió loco. ¿Qué es este espanto que me está diciendo este tipo?’“.

-¿Hay un pacto de silencio entre los sublevados para no decir quién mató a Pita y Pedernera?

-Pita o Pedernera mataron al cabo Rolando Morales, que estaba de nuestro lado. Y Morales y los que estaban con él mataron a Pita y Pedernera en un combate de encuentro. Pita y Pedernera eran jefes de estos suboficiales con los que se enfrentaron.

-¿Es posible que no haya un autor material, con nombre propio?

-En el juicio que se hizo en la Cámara Federal se llamaron a todos los testigos. Lo que está en la sentencia es que se produjo un típico combate de encuentro en medio de la noche, donde dos grupos que venían corriendo en sentido contrario de repente se encuentran y se tirotean.

-Las crónicas de la época dicen que Pita y Pedernera tenían un tiro de gracia en la cabeza.

-No, eso es una mentira de aquí a la China. No hay ningún documento oficial, ninguna prueba. Eso es mala intención, es acción psicológica para mostrarnos como asesinos.

-En estos 35 años, ¿alguna vez habló con las familias de Pita y Pedernera?

-Durante todo el tiempo que estuvimos presos, rezamos el rosario diariamente por todos los muertos del 3 de diciembre. No solo ellos, sino también por los que murieron en un accidente con un blindado, que todo el mundo nos achacó a nosotros pero el blindado no era nuestro. Nosotros estábamos indefensos absoluta y totalmente y todo venía a nosotros, todo lo peor: el tiro de gracia, la tragedia del colectivo 60...

-¿Adónde estaba usted cuando mueren Pita y Pedernera?

-En el cuarto piso, con los oficiales del regimiento de Patricios. Al no tener a su teniente primero, el referente que los había nucleado, el que recibió el disparo por accidente en la ingle, me aparezco yo en medio de la madrugada. ¿Y quién es este mayor?, habrán pensado. Me presento y les digo lo que estábamos haciendo, les dije que era algo voluntario y los que quisieran podían sumarse al pronunciamiento. A los que preferían no sumarse, les dije que debían aguardar en el cuarto piso hasta que se clarifique la situación, que yo personalmente los iba a sacar del regimiento como hice como después.

-¿Sumó muchos adeptos ahí?

-Ninguno. Estaba charlando con ellos y se siente una balacera tremenda. Automáticamente salgo disparado por la galería gritando como un energúmeno “¡Alto el fuego, alto el fuego, alto el fuego!”. Veo que desde el terraplén del ferrocarril están tirando, veo los fogonazos, y me tiro cuerpo a tierra. Me quedo 20 minutos, hasta que se empieza a ver este un poco. “Esto es como en Villa Martelli, es la izquierda que está aprovechando la situación para generar confusión y crear el enfrentamiento”, pensé. Nunca imaginé, qué locura, que eran camaradas nuestros. Nunca. Cesó la balacera y siento que entra una ambulancia. Después me entero, no me acuerdo cómo, si fue por la radio, porque yo quedé aislado en ese edificio, que en la balacera habían muerto Pita, Pedernera y Morales.

-¿Cómo impactaron las muertes, las primeras en una rebelión carapintada, en la tropa rebelde?

-Cuando voy a recorrer las tropas para ver en qué estado estaban, para levantar el ánimo, para decirles cómo seguíamos... es la primera vez en mi vida militar que me pasaba, yo sentía que mis palabras, mi motivación, no llegaba. Yo los miraba a los ojos, a todos los subalternos, y sentía: “Mi mayor, ya está, se acabó”. Porque nosotros no fuimos a buscar eso. Bajo ningún concepto. Esas muertes jamás debieron haber ocurrido.

-¿Cómo siguió la acción dentro de Patricios?

-Saqué a los soldados que estaban dentro, salieron cantando “El Uno Grande”, la marcha del regimiento. No tenían que estar ahí, este era un problema entre los cuadros del ejército.

-¿Cuándo decide rendirse?

-Después de las muertes de Pita y Pedera lo único que hicimos fue resistir porque había otras unidades del interior del país que estaban empeñadas y nosotros queríamos acompañar de alguna manera. Todavía había gente nuestra en el Edificio Libertador, en el interior... Palomar y Boulogne ya habían caído. Tratamos de mantener el testimonio.

-Alberto Kohan, secretario privado del presidente Menem, fue al Edificio Libertador a entrevistarse con el capitán Obeid durante la toma. ¿Llegaron a negociar condiciones de rendición?

-No, no hubo negociación. Yo estaba todo rodeado. Hablamos los que estábamos ahí y decidimos entregarnos a las tropas del regimiento 3 de infantería. Mientras estábamos caminando hacia las rejas, veo que Baraldini saca la pistola y se la pone en la boca. Se quería suicidar. Un suboficial y yo nos tiramos sobre él. Le digo “mi coronel, tenemos una oportunidad más, hablar ante los jueces de la patria y decir lo que vinimos a hacer nosotros este día, que nos escuchen, que suene el sonido de la otra campana esa que hasta ahora no se escuchó. Tenemos esta oportunidad de llegar al juicio”. Cuando nos acercamos a la verja, un oficial leal me dice: “Mi mayor, no van a salir por aquella puerta porque están hostigando mucho con el fuego desde los edificios. Le propongo que salten por acá que yo los recibo acá de este lugar”. Saltamos la verja, nos recibe un capitán leal y nos lleva a la terminal del colectivo que está ahí enfrente.

-¿Se arrepiente de algo que hizo aquél 3 de diciembre de 1990?

-No, todas mis intenciones fueron siempre buscando lo mejor para mi ejército, para mi institución, para mis fuerzas armadas y para mi patria. No tengo ninguna intención mala por la cual arrepentirme. No pesa sobre mi conciencia ningún acto desleal, traidor, alguna bajeza o algo de lo cual yo me tenga que arrepentir.

-Aunque su accionar y el de sus camaradas carapintadas haya causado la muerte de otras personas.

-Yo no las causé. Las provocaron otros las muertes. Me va a decir: “Pero ustedes se insubordinaron...”. Pero nosotros no generamos eso, nosotros buscamos evitar bajo todo concepto el derramamiento de sangre.

-En la planificación, ¿usted nunca evaluó la posibilidad de que los podían reprimir?

-Era irracional. ¿Cómo se van a enfrentar los miembros de una misma institución a los tiros? A mí no me entra en la cabeza.

-Pero se enfrentaron.

-Era irracional que Pita y Pedernera entrasen como entraron, de noche, disparando, vestidos de civil. Lo irracional vos no lo podés prever, vos podés prever lo que tiene una un lógico desarrollo. Nunca llegamos a la confrontación de que iban a poner eh francotiradores para provocar el derramamiento. Ahora, viendo el partido del lunes, vos sos Gardel y me decís: “Bueno, lo tenían que haber previsto”. Previmos un montón de cosas, pero una conducta para nosotros irracional fue descartada como supuesto. No puede ser un supuesto porque no es racional, hermano.

-En las rebeliones anteriores el poder político ordenó reprimir y las órdenes nunca fueron obedecidas. Pero las órdenes existieron.

-Sí, sí, las órdenes estuvieron. Para nosotros resultaba ilógico e irracional. Como perdimos, nosotros fuimos los responsables de todo. Las muertes, la tragedia del colectivo 60, todo. Mire, mi primera etapa en el calabozo de Granaderos fue terrible por el remordimiento de conciencia que yo tenía. “Salimos a buscar un bien y provocamos un infierno”, decía. Yo desconocía cómo habían ocurrido las cosas, desconocía que había habido provocación para el derramamiento de sangre, desconocía los francotiradores...

-Usted fue condenado a 18 años de prisión y luego indultado.

-Me indultaron habiendo cumplido toda la condena. Me indultó Duhalde el 23 de mayo del año 2003. Yo estaba en libertad condicional y ya finalizaba. Empecé a salir en el 2000 con el régimen laboral. Tuve 12 años de prisión efectiva.

-¿Qué le provocó haber sido indultado junto con Gorriarán Merlo?

-El motivo real del indulto es Gorriarán y todos los los subversivos. Nosotros fuimos el furgón de cola porque, si le damos el el indulto a los subversivos, ¿cómo no se lo vamos a dar estos tipos? Toda la propaganda fue el indulto para los carapintadas.

-¿Nunca pensó rechazarlo o manifestarse en contra?

-Por supuesto. Está escrito en una Carta de Lectores que lo rechacé. Sí, señor. Y lo rechacé antes de que saliera, no como un vendehumo.

-Y sin embargo...

-Sí, sin embargo, nos nos indultaron.

-El 3 de diciembre de 1990, militarmente fue un fracaso. Tuvieron problemas en la ejecución de la operación, estaban infiltrados, tuvieron desertores, algunos de sus oficiales no cumplieron las órdenes impartidas...

-No vayas a tomar a mal lo que voy a decir ni la comparación, pero hay derrotas que son triunfos. La Vuelta de Obligado fue una derrota para el gobierno nacional, pero es la batalla más trascendente para la soberanía argentina. Hay derrotas que son victorias. 35 años después, aunque a vos no te parezca, mucha gente piensa “los carapintadas tenían razón”.

-¿Con qué logro se hubiese podido considerar exitosa a la Operación Virgen de Luján?

-Nosotros queríamos generar algo similar a lo que había ocurrido en Semana Santa de 1987. Es decir, acuartelarnos en varios lugares, en todo el país, y mostrar nuestra discrepancia con el poder político, con la persecución que había sobre el sector carapintada y pedir el cese de la persecución de la guerra contra la subversión. Nosotros apreciábamos que el poder político, teniendo en cuenta la personalidad de Menen, que si nosotros hacíamos una movilización muy grande y demostrábamos que triunfamos, él se iba a volcar hacia nosotros y iba a apoyar el movimiento. Es decir, vislumbrábamos eso, pero las muertes echan por tierra absolutamente todo.

-Usted rechaza la figura de “golpe de Estado” pero, si bien no marcharon hacia la Casa Rosada, rompieron la cadena de mando, desconocieron la autoridad del presidente como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y sólo se subordinaron al coronel Seineldín. Además, dispararon contra la Casa Rosada.

-No debía ser así. Obviamente si los comandantes hubiesen ocupado el lugar que les correspondía y hubiesen defendido a sus hijos, no hubiese existido necesidad. Obviamente, sí, rompimos la cadena de mando. San Martín y Belgrano también desobedecieron al poder centralista y corrupto, gracias a Dios.

-La comparación no es acertada.

-No estoy comparándome con ellos. Le digo que la disciplina no es un fin en sí mismo, porque una banda de ladrones puede tener disciplina. La disciplina tiene que estar orientada a valores superiores y el hombre tiene la obligación de obedecer siempre, por lo menos desde mi concepción cristiana de la vida, siempre primero a Dios antes que a los hombres. Es decir, hay hombres que están equivocados, totalmente equivocados, ejercen cargos donde pueden producir un peligro tremendo con sus acciones. Y entonces es lícito rebelarse contra eso. Desde ese punto de vista, tenemos la conciencia tranquila.

-El presidente Menem los llamó también “forajidos”.

-“Fascinerosos”, “forajidos”, “golpistas”, “asesinos”... El coronel Seineldín es un héroe de Malvinas reconocido por los subalternos, un hombre intachable, íntegro. Menem le prometía absolutamente de todo, “quiero que seas mi jefe de Estado Mayor”. Y Seineldín respondía: “No, señor presidente, porque yo me insubordiné, yo he cometido una falta y no puedo asumir ningún cargo”. ¿Y quién se hace responsable de algo en este país? ¿Qué político? Nosotros nos hicimos cargo de todo lo que hicimos. El otro día me preguntaron: “¿Qué recuerdos tenés del 3 de diciembre?”. Y yo tengo sentimientos encontrados sobre el 3 de diciembre: por un lado fue un acontecimiento importantísimo dentro de la historia política militar argentina, estamos hablando de ello 35 años después; pero por otro lado tengo un sabor amargo y un dejo de tristeza grande porque nos enfrentamos miembros de un mismo ejército, hombres que vestíamos el mismo uniforme de la patria, la familia y porque ocurrieron muertes que jamás, jamás debieron haber ocurrido. Aparentemente fuimos derrotados. ¿Por qué aparentemente? Por que éramos lo peor que uno se pudiera imaginar. Pero hay una frase que repetía el coronel y después la hicimos nuestra siempre: “Para la verdad, el tiempo”.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/yo-planifique-el-3-de-diciembre-de-1990-los-detalles-de-la-ultima-y-mas-sangrienta-rebelion-nid03122025/

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