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Yuja Wang forjó una noche perfecta

Concierto de Yuja Wang, piano y dirección, con la Mahler Chamber Orchestra. Programa: Beethoven: Obertura Coriolano, op.62; Chopin: Concierto para piano y orquesta Nº2, op.21; Stravinsky: Concier...

Yuja Wang forjó una noche perfecta

Concierto de Yuja Wang, piano y dirección, con la Mahler Chamber Orchestra. Programa: Beethoven: Obertura Coriolano, op.62; Chopin: Concierto para piano y orquesta Nº2, op.21; Stravinsky: Concier...

Concierto de Yuja Wang, piano y dirección, con la Mahler Chamber Orchestra. Programa: Beethoven: Obertura Coriolano, op.62; Chopin: Concierto para piano y orquesta Nº2, op.21; Stravinsky: Concierto “Dumbarton Oaks”; Chaikovsky: Concierto para piano y orquesta Nº1, op.23. Ciclo: Grandes Intérpretes. Sala: Teatro Colón. Nuestra opinión: excelente.

Sabido es que la eximia pianista china Yuja Wang viene desarrollando una carrera insuperable y única tanto por sus interpretaciones extraordinarias como por su desenfado y por sus ya consabidos atuendos, en los que se suman el brillo, el lujo y la sensualidad, que se contraponen drásticamente con la formalidad y los arcaicos cánones que rodean a los eventos de música clásica. Pero ésta, su tercera visita al Teatro Colón, superó lo previsible o lo esperable.

Si Wim Wenders hubiera filmado el concierto de este sábado de Yuja Wang y la Mahler Chamber Orchestra hubiera podido apelar a un título propio y sólo habría debido cambiar el momento del día y dejar el plural de lado. La película hubiera sido Una noche perfecta. Tal vez el adjetivo “perfecto”, reducido a alguna de sus acepciones, pudiera ser vinculado a estrictas cuestiones de técnica o pulcritud o a la definitiva ausencia de defectos. Pues no. En el arte y, específicamente, en la música clásica, la perfección existe y es la concreta sumatoria de la excelencia, la máxima calidad interpretativa, la aproximación exacta al estilo de cada obra, la aplicación de infinitos recursos expresivos y sí, por supuesto, el deslumbramiento de una técnica depuradísima e impactante puesta íntegramente al servicio de destacar y resaltar un modo de decir y de expresar todos y cada uno de los detalles de una partitura. Y que quede claro que la perfección de este concierto fue lograda tanto por Yuja Wang, una artista superior e impar, como por la inmejorable Mahler Chamber Orchestra.

El primer mojón de la noche fue la contundente, expresiva y acertadísima presentación que la Orquesta Mahler, apenas guiada por su concertino, José María Blumenschein, hizo de la Obertura Coriolano, de Beethoven. La orquesta, fundada por Claudio Abbado, en los años 90, está integrada por músicos provenientes de veinticinco países diferentes que funcionan de una manera homogénea y unificada y que sólo se reúnen para eventos o giras puntuales. En la presentación de la obra beethoveniana afloraron, invictos, la exactitud, la precisión, los silencios, los ataques coordinados, la energía y la plenitud clásica y volcánica del Beethoven de los primeros años del siglo XIX. Para los creyentes de milagros bien podría afirmarse que, desde algún hipotético paraíso, el inolvidable Claudio Abbado sigue manejando los hilos invisibles de este orquesta prodigiosa.

Para cerrar la primera parte, en reemplazo del anunciado cuarto concierto para piano y orquesta de Nikolai Kapustin, apareció Yuja Wang, envuelta en negro y plateado, para hacer el segundo concierto para piano y orquesta de Chopin, en esta ocasión, en calidad de directora y solista.

De pie y de espaldas al público, al lado de su banqueta, Yuja condujo la primera exposición con movimientos mínimos y una gestualidad más expresiva que propia de una dirección orquestal. Después de Coriolano, a todos quedaba claro que esta orquesta es largamente autosuficiente. La dirección de Yuja fue apenas decorativa. Pero cuando se sentó y comenzó a pasear sus dedos por el teclado, afloraron la poesía, la delicadeza, la furia huracanada y una perfección técnica consumada para desarrollar una lectura e interpretación sublimes.

Con una naturalidad asombrosas emergieron sus pianísimos ultradelicados y tenues, sus decires expresivos y una convicción tan íntima como segura para darle (la mejor) vida a los mil recovecos de esta obra de Chopin. Algunos mínimos desajustes entre la solista y la orquesta no hicieron más que confirmar que quienes estaban sobre el escenario eran músicos humanos y sensibles. Una larguísima y comprensible ovación coronó la interpretación. Pocos, o tal vez nadie, podrían imaginar, en ese momento, que era posible aplaudir y vociferar más fuerte. Lo que vendría más adelante desmentiría, rotundamente, ese parecer.

Para demostrar su capacidad y su eclecticismo, la Orquesta de Cámara Mahler abrió la segunda parte con una versión insuperable del complejo y misterioso Concierto “Dumbarton Oaks”, de Stravinsky, una obra neobarroca de Stravinsky para un ensamble de quince instrumentos de cuerdas y de vientos que son, sucesivamente, “meros” integrantes del ensamble pero también solistas. Los músicos, sin inconvenientes, no sólo que superaron con soltura las “irregularidades” rítmicas, los extraños planteos texturales, los distintos planos de intensidad y las inusuales combinaciones tímbricas sino que también le pusieron alma y arte.

Y en lo que, en definitiva, no sería el final, retornó Yuja Wang, ahora de rojo y con una larga y rectilínea ancha cinta trasera que colgaba desde su cuello, una especie de capa reducida para esta superhéroe femenina. Después de todo, sólo una supergirl puede interpretar, en una misma noche, dos conciertos para piano y orquesta tan arduos como son el segundo de Chopin y el primero de Chaikovsky. Para no redundar en adjetivaciones, elogios o admiraciones, alcanza con resumir que su interpretación del concierto de Chaikovsky fue excelsa, maravillosa, impactante y profundamente personal. Yuja Wang toca como sólo ella lo hace y es diferente a todos o todas. Hubo una explosión inaudita por lo extensa al concluir el primer movimiento. Pero en el final de la obra, el Colón se transformó en estadio con fanáticos que, de pie y sin ningún recato, aplaudían, gritaban y agitaban sus brazos sin límites. Y la fiera sólo se calmó cuando Yuja volvió a sentarse frente al piano. En ese instante, comenzó la no anunciada tercera parte del concierto.

Con partitura y como compensación al cambio de programa implementado, Yuja y los mahlerianos, con la adición de un baterista, a lo largo de casi diez minutos, interpretaron el final del Concierto Nº4, de Nikolai Kapustin, a partir de la cadencia que anticipa al último movimiento. La obra, de tremendas dificultades técnicas para el solista y para la orquesta, está atravesada por armonías, ritmos, giros melódicos y el swing propios del jazz que caracterizan a toda la creación de aquel admirable pianista y compositor ruso fallecido hace cinco años. La ovación, medida en decibeles, superó a la anterior. Pero todavía faltaba algo más.

Con la colaboración del baterista, ahora, esencialmente, munido de claves (o toc-toc, en la jerga cotidiana) y de uno de los contrabajistas de la orquesta, devenido en músico popular, a puro pizzicato, Yuja Wang ofreció una deslumbrante transcripción para piano del célebre Danzón Nº2 de Arturo Márquez. Al final, estalló una última e imponente aclamación colectiva, similar a la que siguió al penal de Gonzalo Montiel y la conquista del Mundial. Pero no, los causantes de esas emociones intensas habían sido el arte completo e insuperable de Yuja Wang y la Mahler Chamber Orchestra. Sencillamente, habían forjado una noche perfecta.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/musica/yuja-wang-forjo-una-noche-perfecta-nid15062025/

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