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“Cuando estás tan cerca de la muerte...”. La entrañable amistad de dos sobrevivientes: los une la cordillera y el amor por la vida

Hace días, Eduardo Strauch Urioste (76), uno de los 16 sobrevivientes del accidente aéreo en los Andes, pasó por Buenos Aires. Su estadía fue breve pero intensa: dio una charla sobre su increí...

Hace días, Eduardo Strauch Urioste (76), uno de los 16 sobrevivientes del accidente aéreo en los Andes, pasó por Buenos Aires. Su estadía fue breve pero intensa: dio una charla sobre su increíble historia de supervivencia en la montaña y, de paso, aprovechó para ver el show de Tom Jones, su cantante favorito, y conocer el histórico Palacio Barolo. Durante su estancia estuvo acompañado por su amigo Miguel Justo Mariano Paz (50), médico traumatólogo, que va camino a convertirse en “una eminencia”, al que la vida le dio un cachetazo hace ocho años: fue diagnosticado de cáncer. Lejos de paralizarlo, el diagnóstico lo impulsó a perseguir sueños postergados.

Si bien Eduardo y Miguel se conocieron hace menos de un año, sienten que su vinculo es especial. “Enseguida noté que estábamos en la misma frecuencia. Sentí que era igual que un amigo de toda la vida”, dice Eduardo a LA NACION. Y Miguel, que está sentado a su lado, sonríe y asiente. ¿Qué une a estos dos hombres de generaciones distintas y con historias de vida diferentes? ¿Es la cercanía con la muerte? Los dos se reconocen “sobrevivientes”... Dirán más adelante que los hermana, por sobre todas las cosas, la montaña.

El encuentro: el Valle de las Lágrimas

-¿Cómo nació esta amistad?

Miguel: -A un amigo en común, Pablo, se le ocurrió presentarnos. Él sabe de mi enfermedad y de mi búsqueda constante de desafíos, por eso me propuso “hacer” el Valle de las Lágrimas, el lugar donde cayó el avión de la tragedia de los Andes. La idea me encantó. Era muy representativa de mi causa porque si vos sobrevivís, tenés que dedicarte a vivir. “Sobrevivir para vivir”, es mi bandera. Fuimos en diciembre pasado y ahí nos conocimos. Eduardo fue muy generoso conmigo.

En 2016, Miguel (Jefe de Servicio de Ortopedia y Traumatología Infantil del Hospital Universitario Austral y Presidente en Sociedad Argentina de Ortopedia y Traumatología Infantil) fue diagnosticado de mieloma múltiple, un cáncer que afecta la médula, el riñón y los huesos. De pronto, el médico se convirtió en paciente. Se propuso continuar con su vida “normalmente”, aunque luego comprendió que no estaba -ni lo está hoy- dispuesto a desaprovechar el tiempo que le quedaba por delante.

En diciembre 2021, junto a seis amigos y dos semanas después de haber recibido quimioterapia, emprendió la aventura de hacer cumbre en el volcán Lanín, en la provincia de Neuquén. Lo lograron y allí, en la cima, 3776 metros sobre el nivel del mar, desplegaron una bandera con un mensaje contundente: “Sobrevivir para luego vivir”.

En diciembre 2023 le siguió la aventura del Valle de las Lágrimas. Continúa Eduardo: “Allí coincidimos. Yo voy todos los años, es como un retiro espiritual para mí. Justo bajaba cuando me enteré que Miguel y Pablo estaban por subir. Así que decidí quedarme un día más en Mendoza, antes de volver a Uruguay, para compartir ese tiempo con ellos”.

-¿Qué recuerdan de aquél encuentro?

Miguel: -Hicimos un día de bodega, se sumaron familiares y conocidos. Se dio un encuentro muy lindo. Ahí comenzó esta amistad.

“Nunca tuve una pesadilla por eso”

La vida de Eduardo encierra una increíble historia de supervivencia que conmocionó al mundo. Él fue uno de los 16 sobrevivientes del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya que el 13 de octubre de 1972 se estrelló en los Andes con 45 pasajeros a bordo. Eduardo era uno de “los grandes”, tenía 25 años, mientras que la mayoría tenía 19 años. Estuvieron 72 días atrapados en la montaña, “en la mitad de la cordillera, en la parte más alta”, y para sobrevivir hicieron hasta lo inimaginable.

Eduardo viajaba acompañado de tres primos: Daniel Gonzalo Shaw Urioste, que murió en el accidente, cuando el avión golpeó contra la montaña y se partió al medio; Adolfo Luis “Fito” Strauch Urioste y Daniel Fernández Strauch, quienes sobrevivieron. “Con nosotros sucedió algo que, por ley de probabilidades, era poco factible”, dice.

En la montaña, para sobrevivir, en el grupo se asignaron roles y funciones. Elm papel de los primos Strauch fue clave: eran los encargados de diseccionar los cadáveres para alimentar al grupo. “Hice lo que tenía que hacer para vivir. No me lo cuestioné demasiado ni en ese momento ni después. Había que hacerlo si queríamos vivir”, explica.

-¿Después de 52 años vuelven recuerdos de aquel momento a su mente?

Eduardo: -Sí, pero filtrados. Todo el sufrimiento y el proceso de los horrores, ya los dejé atrás, hace rato. Ahora me queda todo lo bueno, que es lo que he seleccionado en mi cabeza.

-¿Qué hizo para superar “el horror”?

Eduardo: -Nunca sentí que tuviera problemas. Al regreso, pretendieron que tuviéramos ayuda de psicólogos y psiquiatras, pero fuimos para hacerle caso a nuestros viejos, tres o cuatro veces, pero nada más. Nunca tuve una pesadilla, ni pensamiento malo por eso, jamás.

-Por mucho menos de lo que usted vivió, hay gente que hace terapia toda su vida.

Eduardo: -Ya lo creo, pero yo agradezco haberlo procesado de esta manera y hasta el día de hoy sigo sacando provecho para mi vida. Creo que mi vida es mucho mejor ahora que lo hubiera sido, seguramente, sin la odisea.

-En los Andes hubo momentos límites, como cuando estuvo sepultado por una avalancha bajo la nieve, ¿cómo logró recuperarse?

Eduardo: -Hubo momentos en los que estuve convencido de que estaba muerto. Estuve asfixiado como tres minutos y tuve muchos pensamientos de horror, de miedo, de nostalgia de dejar la vida, de tristeza por hacer sufrir a mis viejos... veía imágenes de toda mi vida y pensé: “Bueno, ahora ya estoy muerto”. Lo físico quedó ahí y seguí en la parte espiritual y sentí un placer infinito. Pero después me volvió el oxígeno... ¡y de vuelta a la vida y el horror!

-Después de tantos años, ¿le incomoda contar la misma historia una y otra vez?

Eduardo: -Muchas veces me preguntan si no me aburro de hablar de lo mismo durante 52 años y la respuesta es no. No me aburro nada. Cada vez que hablo me conecto y me transformo en Eduardo Strauch de 25 años. Voy al lugar y me emociono y rescato todo lo bueno que saqué y que sigo sacando de esa experiencia.

“El momento donde más vivo te sentís, cuando estás casi muerto”

-Sus vidas iban por carriles distintos, pero la cordillera, en el sentido literal y simbólico, terminó uniéndolos.

Miguel: -Las situaciones extremas llevan a emociones extremas. Con Eduardo enseguida hubo empatía porque compartimos un tipo de sociedad. La experiencia de tener la muerte acompañándote en tu casa, al lado de tu cama... ése es el momento donde más vivo te sentís, cuando estás casi muerto. Son esas vivencias las que hacen que haya una empatía, que compartamos una sociedad y poder contarla es lo que nos une.

Eduardo: -Aunque existen personas que sin tener la vivencia de él o la mía llegan a percibir lo mismo, lo cierto es que cuando estás tan cerca de la muerte y regresás, valorás tanto más la vida. Te conectás con personas que han vivido lo mismo, con los que están en la misma sintonía, la de esos valores que son los más importantes. En esas situaciones ves las cosas muy claras: las cosas que importan y las que no.

-Dicen que tomar consciencia del final hace que uno valore cada minuto y evite las preocupaciones superfluas. Sin embargo, la rutina siempre aparece y también los problemas menores. ¿Cómo se hace para mantener ese pensamiento superador en el tiempo?

Eduardo: -Es un ejercicio. No es automático, ni me quedó para siempre. En algún momento, cuando yo solo me empecé a perder, me di cuenta que me estaba alejando. Por eso empecé a tratar de incorporarlo nuevamente. y al final, los últimos 20 años, lo tengo adentro. Cada día valoro estar vivo y disfruto de estarlo. Tengo problemas como todo el mundo y disfruto porque estoy vivo y sé que los problemas los voy a superar. Pero esto fue un trabajo de mucho tiempo, por eso vuelvo todos los años a la cordillera, para conectarme con todo lo que aprendí ahí, lo que sentí y lo que reflexioné. Para no quedar tapado por el polvillo de la civilización y los ruidos insanos de esta vida.

Miguel: -En mi caso tengo una gran suerte: todavía me sigo haciendo quimioterapia, así que si mis pensamientos están muy “boludos” enseguida la quimio me recuerda lo importante.

-Por lo que cuentan, tomar consciencia de la finitud de la vida es movilizador, cambia el carácter y el espíritu.

Miguel: -Siempre fui así. Mis amigos que me conocen desde antes y los que trabajan conmigo me dicen: “¡Menos mal que estás enfermo!” No me soportaban... Sí, creo que la posibilidad inminente de muerte es lo que me da un placer por la vida. Entonces eso es lo que me empuja todos los días.

Eduardo: -Te impulsa a aprovechar al máximo cada minuto, a salir de la zona de confort.

-Eduardo mencionó que iba seguido a la cordillera como un retiro espiritual, ¿Miguel piensa tomar el mismo hábito?

Miguel: -Tengo que ver porque también me gustaría buscar un objetivo superador en cuanto al esfuerzo físico, tal vez algo con más altura. ¿Los médicos qué opinan? Hay un oncólogo que me dijo que no y otro que sí. Lo cierto es que siempre me gustó la montaña, me fascina pero tengo vértigo. La cornisa me mata, me destruye. Puedo hacer 10 metros de cornisa y para mí fueron 300 kilómetros. Además haberlo realizado 10 días después de la quimioterapia fue un doble desafío. Pensé que era ideal. Espero no caerme nunca porque mi familia me mata. Mis amigos me dicen “¡Vos sos un enfermo! Tanto para llegar hasta acá y vas allá y te caés...”.

Eduardo: - Pero eso es lo que te va a permitir vivir otros 20 años más.

La pasión de Eduardo por la montaña lo hizo viajar a África. Hace un año y medio, logró ascender al Kilimanjaro, el pico más alto del continente. “Son siete días de caminata. Te vas aclimatando de a poco porque son casi 6000 metros de altura. Mi objetivo era llegar al último campamento que está a 4.800 metros de altura. Hubo muchos momentos que pensé que no podía seguir, pero finalmente llegué a la cima. Fue espectacular, el paisaje es increíble”, cuenta. Como parámetro cuenta que el Valle de las Lágrimas, el lugar donde cayó el avión de la tragedia de los Andes, está ubicado del lado argentino de la cordillera, a unos 4.000 metros de altura.

-¿Qué hay en el Valle de las Lágrimas?

Eduardo: -Hay rocas, nieve prácticamente no queda. Hay una cruz con una cantidad de cosas que la gente fue llevando, el año pasado fueron 2000 personas y este año calculan que van a ir 5000. También están todos los restos que juntaron, una especie de tumba con todos los restos del avión que aparecen y desaparecen con la nieve y el hielo. Ahora con el cambio climático aparecen cosas, un pedazo de valija, de ropa, de cuerpo... pedazos de todo porque glaciar en vez de llevar todo para abajo, arrastrarlo hacia el río, lo está apretando para la morrena, para el costado... Es increíble las cosas que siguen apareciendo...

-¿Todos los sobrevivientes regresaron al valle?

Eduardo: -No. Daniel Fernández, mi primo, y Roberto “Bobby” François Álvarez no quisieron volver. Daniel dice que no quiere que le cambie la imagen de eso que vivió tan fuerte, que fueron los momentos más horribles y más maravillosos de nuestras vidas, de euforia y alegría. Y Bobby es muy indolente, nunca más pisó un avión... ¿Si quedó mal? No, él siempre fue así. Toda su vida trabajó en el campo y no quieras sacarlo de ahí.

-¿Usted y los sobrevivientes se siguen juntando?

Eduardo: -Sí, todos los 22 de diciembre que es la fecha del rescate. El año pasado murió José Luis ‘Coche’ Inciarte y en 2015 Javier Alfredo Methol Abal. Los demás estamos vivitos y coleando aunque hay varios que están moribundos.

-¿Son creyentes?

Eduardo: -No. No creo en el Dios que me enseñaron en la escuela, pero sí creo en el ser humano y me siento totalmente vinculado a la naturaleza. Vivo en el campo, rodeado de naturaleza, animales, llevo una vida muy espiritual, creo en el ser humano, pero no en Dios.

Miguel: -Yo sí. No soy un cristiano modelo pero soy creyente y siempre me acuerdo cuando estoy peor.

-Sin embargo, Eduardo, tu madre rezaba mucho

Eduardo: -Mamá gastaba los rosarios. Papá después de un tiempo pensó que habíamos muerto, pero mamá no se resignaba: “¡Está vivo!”, decía y se indignaba si alguien le quería dar el pésame. La gente pensaba que estaba perdiendo el juicio. Nosotros desde allá nos pasamos horas tratando de enviar un mensaje telepático a nuestra madres para que sintieran que estábamos vivos. Cada uno en su cabeza. Y el mensaje les llegó, porque hubo madres que pensaron que estábamos vivos. Lástima los que murieron en el camino.

-¿Cómo hicieron para encontrarle un sentido a lo que les pasó?

Eduardo: -Jamás me lo pregunté porque sabía que no iba a tener respuesta. De hecho cuando salimos, mi mamá y otras madres nos empujaban a salir como si fuésemos unos apóstoles a difundir la experiencia que habíamos vivido y nosotros acabábamos de llegar, de hecho, recién ahora, después de 50 años, estoy haciendo lo que me pedía mi vieja y ayudé a mucha gente.

-¿Qué buscan ahora con lo que hacen?

Miguel: -Hay muchos grupos de pacientes de cáncer que van al Valle de las Lágrimas o al Lanín cuando se curan. Pero a mí me interesaba mostrar un mensaje esperanzador durante el tratamiento porque es quizás ahí donde uno está más golpeado, donde parece que se acaba la vida. Por eso me hago quimioterapia 10 días antes de subir a la montaña para que cueste más...

-¿Cómo les gustaría que los recuerden?

Eduardo: -Me gustaría que me recuerden como alguien que vivió la vida intensamente, que no desperdició un minuto, que viví la vida lo más larga posible, en el mejor estado físico y mental posible... “¡Qué bien! ¡vivió al máximo! ¡No desaprovechó! Salió de su zona de confort. Conoció tanta gente, se hizo tantos amigos, lo quisieron tantas personas”. Todo eso. Va a ser un poco largo el epitafio

Miguel: -”Vivió intensamente y era buena persona”, nada más que eso.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/te-sentis-mas-vivo-cuando-estas-casi-muerto-vivieron-situaciones-extremas-y-hoy-se-unen-por-su-amor-nid19042024/

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