Buenos Aires, rompecabezas narrativo
“No queda tanto. Azar acecha. En todas partes y en la Ciudad un poco más: azar acecha”. Así, con mayúscula inicial, Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) nombra a la capital del país dond...
“No queda tanto. Azar acecha. En todas partes y en la Ciudad un poco más: azar acecha”. Así, con mayúscula inicial, Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) nombra a la capital del país donde nació. Y avanza sobre ella con su prosa de cronista intrínseco, viajero capaz de extrañamiento incluso –o más que nunca– ante esta ciudad suya de la que se ocupa en Bue: no en vano eligió titular esta novela con el código de vuelo que suele atarse al equipaje en aeropuertos. “No queda tanto. Azar acecha”: el karma se repite cual poema, rezo o conjuro a lo largo de un viaje laberíntico por épocas, lugares y personas.
Las primeras cien palabras narran una violación, la presencia de un testigo parcial –accidental, temeroso– que elude, prefiere no saber. Un cobarde que pierde. Esto podría ser un nudo, pero es apenas un comienzo “que tercamente se bifurca en otro”. Sobrevienen saltos a vivencias urbanas: banales, oscuras, dramáticas. Historias de hogar, de bar, de barrio, de padres, de hijos, de casas, de kioscos, de hoteles. Caparrós sacude el cubilete y tira sobre el papel los personajes-dados que van encontrando posición al caer: tres amigos en el café; un hombre con culpa por alegrarse de heredar; su encuentro con una desconocida con la que conversa sobre la muerte; un lustrabotas deleitado en mirar cuanto pueda solo para poder recordar algo durante la noche; un cincuentón con remera negra y panza en auto importado yendo a buscar sexo; un abogado joven, gay tapado de familia bien; un inmigrante de la Europa vieja y pobre que llega a la ciudad joven, a principios de siglo pasado, a fundar casa y familia.
De todas, es la historia de la casa la que expresa principio y permanencia en la ciudad de marras. La casa sobrevive, adquiere partes, suma habitantes, emerge aquí y allá cruzando, integrando personajes. De dentro y fuera. La casa ofrece su interior arterial para que ciudad y hombres fluyan por ella; la vida Bue transcurre en su vientre y en su entorno. En la casa que construyó con sus manos nudosas, el italiano Gualterio Giunti celebra a toda pompa el casamiento de su hija, que se instala con un criollo marido en “la pieza de arriba”, a usanza y necesidad de entonces. En la casa, que crece y decrece en el Abasto, resuenan las cosas que le pasan a la ciudad, orbitan víctimas y victimarios, ganadores y perdedores de la urbe a lo largo del siglo XX y un poco más.
La voz narradora sobrevuela, cenital, la ciudad sin nombre cuando refiere el laberinto desde arriba: “La Ciudad es una complicación de personas y lugares pero, además, cada persona lleva en sí tantos tiempos distintos”. Cuando la voz desciende, se vuelve otras: encarna en mozo, en su compañero pizzero, que suda junto al horno del local. O penetra en el hondo bajofondo del departamento donde un hombre copula con cierta mujer que no es la suya, mientras la suya está escuchando, pared de por medio, sus bufidos.
Varias historias se aglutinan en Bue: título que anuncia polisemia y destiempo, título que también puede ser lamento, si se le suma la h, la exhalación resignada. Lo que el autor-cronista, flaneur, atraviesa cuando baja a la transitoriedad urbana es el movimiento eterno sobreviviendo a la especie. Ese nomadismo en la escritura de Caparrós es su sello respecto de géneros, tonos, épocas. Del tiempo histórico rioplatense en particular ya se había ocupado en aguafuertes individuales –Echeverría, Sarmiento– o radiografías colectivas como La voluntad, apuesta de extensión titánica –que escribió junto a Eduardo Anguita– dedicada al repaso de las organizaciones revolucionarias argentinas.
En el ensayo, Caparrós es cazador. En narrativa, se camufla. Aprovecha el entorno con oído camaleónico, le saca lustre a las voces, y juega con las formas: “Una ciudad es un despilfarro de signos, un sinfín de signos sin un fin”. El propio desarrollo de esta novela es un mar de sonidos que se cruzan como animales en la ruta. Ruegos, insultos, juegos vocales (por ejemplo, silabeando a Quevedo, americanizándolo): “Lufu/ gitivo/ perma/ necey/ dura (…) Lofu / gití/ voper/ mané/ ceydura”. Combina esa habilidad sonora con un recurso narrativo: el cambiar de frente, de voz, de tiempo-espacio sin pausa ni aviso: “Tendría que haberla mandado al carajo con embrazo y todo y ella le diría que todavía estaba a tiempo, que una palabra y se iba, que dale, que te animes, cagón, una sola palabra y te librás de todo, ves que sos un cagón, cagón. La odiaba.
–Eso digo: ¿cuánto hace que paramos en este boliche?
–Yo qué sé, seis años, ocho años.
–No, loco, más de diez debe ser.”
Así de golpe afloran las voces que mueven los escenarios intercalados a la velocidad videoclip del director Guy Ritchie. En ese travelling fragmentario, brotan letras de canciones que van de Leonardo Favio a Manal, de Homero Espósito a Charly García. Ecos vivos de la ciudad.
Aun cuando pueda sorprender la comparación, hay en Bue un aroma a Rayuela, de Julio Cortázar. Por lo porteño y por lo mágico, sí, pero especialmente en su experimento de tiempos y espacios. Pero el puzzle no está solo; no es mero ardid de escribiente ingenioso que arma y desarma. La ciudad, en ambos casos, es un organismo, una biología que se sofistica y condiciona a cada una de sus partes.
En su novela La Historia (1999) Caparrós dedica más de mil páginas a una apócrifa sociedad que recibe el nombre de “La Ciudad y las Tierras”. Ese libro anticipa –suponemos que inconscientemente– una cosmogonía civilizatoria expresable en poemas, canciones peligros, mitos, estereotipos. En un tercio de ese aliento, con menos respaldos inventados, un poco de todo esto vuelve en Bue y consigue una resonancia nueva, ya no sólo como novela sino como texto, como exploración fugada entre literatura.
No llegó a Antes que nada (2024) –su autobiográfica mezcla de mémoires y consideraciones– sin nada antes. En ficción, recibió el premio Herralde por Los Living y el Planeta por Valfierno: dos novelas argentinísimas y universales; hizo todos los periodismos, convirtió viajes en visiones –Larga distancia (1992) ¡Dios mío! (1994) El interior (2006)– y la misma prosa hipnótica y filosa le valió por sus Crónicas de fin de siglo, el premio Rey de España. Según dice con justicia y desafío Daniel Guebel “Martín Caparrós es nuestro Balzac, nadie como él ha hecho tanto ni ha llegado tan lejos, tan cerca de lo que quiso ser”.
Bue
Por Martín Caparrós
Random House
302 páginas, $ 29.999
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/buenos-aires-rompecabezas-narrativo-nid22112025/