David Masajnik: de Tango feroz y Campanella al “viejito gruñón” que le da el papel de su vida en Rocky
Existe una premisa en la historia contemporánea que reza que “detrás de todo gran hombre, siempre hay una gran mujer”. Dentro del espectáculo nacional actual, podría reversionarse y decirse...
Existe una premisa en la historia contemporánea que reza que “detrás de todo gran hombre, siempre hay una gran mujer”. Dentro del espectáculo nacional actual, podría reversionarse y decirse que “detrás de todo gran éxito, siempre hay un David Masajnik”. Esa persona que no opaca al protagonista, pasa de los flashes, acompaña, apuntala, suma en todo momento, nunca decepciona y se autorregula en talento para no desentonar. Sus últimos papeles así lo confirman. Acompañó a Susana Giménez en sus dos etapas teatrales con Piel de Judas, se entrometió en ese andamiaje perfecto que fue El marginal con su personaje de Tubito entre Claudio Rissi y Gerardo Romano, cuidó de Nicolás Vázquez en las dos exitosas temporadas de Tootsie, “salvó los trapos” en Esperando la carroza al reemplazar a uno de los protagonistas con solo un ensayo completo y ahora le llega uno de los desafíos más arriesgados de su carrera, el de personificar al eterno Mickey, en esta ambición teatral que representa Rocky, la obra que trae a la Calle Corrientes al icónico boxeador que inmortalizó Sylvester Stallone en cine. Otra vez junto a su amigo Nico Vázquez, en un proyecto que promete escribir un nuevo capítulo en el libro de la historia grande del teatro en Buenos Aires.
La entrevista con LA NACION transcurre en el bar que está justo enfrente del Teatro Lola Membrives, en una tranquilidad inusual y libre de miradas cómplices, como si entre los comensales, no estuviera un actor que supo filmar con Juan José Campanella, que trabajó en decena de telenovelas y que es desde hace muchos años, un abonado a la cartelera teatral porteña. La charla inicia con Rocky y se irá ramificando por su historia y presente.
-Casualmente es tu tercera película seguida que representás en teatro.
-Exacto. Hice Tootsie también con Nico (Vázquez), película que me voló la cabeza en su momento y es una de mis favoritas de toda la vida. En mi adolescencia estuve totalmente enamorado de Jessica Lange. Y si hoy la veo en la tele, me la quedo mirando. Después hice un reemplazo en Esperando la carroza, otra película icónica en mi vida. Y ahora Rocky. Rara vez pasan estas cosas.
-Esta misma obra ya se realizó en otros países, con un éxito probado.
-Sí, sé que en Estados Unidos la hicieron en 2014, pero como comedia musical. La nuestra es una versión inédita que costó conseguirla porque, al no ser musical, Nico los tuvo que convencer mostrándoles lo que había hecho con Tootsie. Nuestra Rocky no tiene ni una canción. Es una adaptación literal de la primera película. Justamente hoy hablaba de eso con mi hijo, que vino a verla ayer. Le encantó, pero él no vio la película. Así que nos sentamos y empezamos a ver escenas, una por una, y es tal cual. Es increíble lo fiel que es. Todo lo que el público verá, está avalado por Stallone y por su productora.
Figura paterna-Tu personaje es el de Mickey, el tercer pilar de la historia.
-Un personaje hermoso. Un viejo gruñón pero con un corazón enorme. Para mí, más allá de la epopeya que implica la historia, la película trata sobre la resiliencia, sobre caerse y levantarse. Y eso se sostiene en dos historias de amor: la de Rocky con Adrian, y la de Rocky con Mickey. Es un vínculo de padre e hijo. Mickey es el padre que Rocky no tiene y Rocky es el hijo que Mickey nunca tuvo.
-¿Volviste a ver la película? ¿Descubriste algo nuevo?
-No sé si descubrí algo nuevo, pero la revisité muchas veces. La habré visto entera unas siete veces, y después me puse a mirar escenas específicas. Al principio, lo vi para reconectar con la historia. Después, como trabajo de observación. Porque cuando me ofrecieron el proyecto, al ser un personaje tan icónico, no quería caer en la imitación. Observé cómo era, cómo hablaba y cómo se movía ese viejito cabrón, para después hacerlo con mi cuerpo, mi voz y mis emociones. Lo más lindo que me dijeron fue eso: “Sos Mickey”. Que el espíritu del personaje nunca se vaya.
-Es tu segunda obra junto a Nicolás Vázquez, hoy, una de las máximas figuras de la calle Corrientes.
-Lo de Nico es impresionante. Es el dueño de la idea, consiguió los derechos después seis meses de negociación, codirige, protagoniza y está en todo. Termina de actuar y ya está hablando con la técnica, solucionando cosas. Tiene una gran capacidad de liderazgo. Nos contiene a todos, nos cuida, está siempre atento a todos los detalles. Entonces, aunque hay presión y nervios, porque este es un proyecto inmenso en serio, igual él genera un ambiente de contención hermoso.
-¿Cuándo te llegó la propuesta?
-Mitad del año pasado. Me acuerdo que estábamos haciendo Tootsie y un día entro al escenario por el pasillo, entre las butacas, Nico me mira y dice: “Es igual”. Le pregunto: “¿A quién?, ¿qué pasó?”. Y me responde: “No te voy a decir”. Pero ya lo tenía en mente. Y de ahí en más, cada tanto me decía: “Estoy con algo que, si sale, vos vas a estar”. Yo, le decía: “Basta, no me digas más”, porque me daba ansiedad. Nuestra vida es así, hoy actúo en Rocky y mañana estoy en mi huerta cultivando tomates esperando qué hacer.
Ser el personaje-De unos años a esta parte, te llaman para componer personajes muy concretos. Es casi un don dentro de la actuación.
-Me gusta la composición, los papeles más elaborados. Y por suerte me pasa seguido. En Piel de Judas hacía de un veterinario borracho, que si bien no tiene una gran composición, generábamos una escena muy tierna con Susana, que hacía que el personaje se vuelva especial. Y después me pasó con Tubito en El marginal y en Esperando la carroza que hice del personaje de Julio de Grazia. Ciro Zorzoli, su director, tomó una decisión sabia, todos con pelucas. Porque la peluca es la máscara, la herramienta de trabajo primordial que te habilita a componer lo que desees. Yo estudié máscara balinesa, trabajé comedia del arte y son disparadores que te permiten no esconderte, dejar de pensar en vos y ser el personaje.
-¿Los personajes te modifican la vida real?
-No. Son personajes, no soy yo. Aunque recurra a cosas mías, lo entiendo como un trabajo. Me pasó en El marginal, cuando tuve que hacer la escena de Tubito y masacrar a la que era mi mujer, que en la vida real era la madre de mis hijos, y salió perfecto y yo estaba feliz, no porque sea un psicópata, sino porque sé separar. No me pongo oscuro en la vida, ni cascarrabias ahora con Mickey. Sí es cierto que el personaje me acompaña todo el tiempo. Me estoy bañando y pienso en Mickey. Manejo y pienso. Me acuesto y pienso. Lo armo y lo sostengo así, mientras vivo.
-Tu trayectoria es muy versátil. Nunca te encasillaron.
-Por suerte no. Pero porque siempre fui de decir a todo que sí. Lo que me proponían, lo hacía. Mi primer trabajo en televisión fue en Estado civil, en el 91, donde hacía de hijo de Rodolfo Ranni junto a Fabián Vena. Estuve en Tango feroz, trabajé mucho con Cris Morena en Chiquititas y Casi ángeles y después filmé con Campanella, El mismo amor, la misma lluvia y El hijo de la novia.
-Trabajaste con Campanella, el sueño de muchos.
-Lo conocí de una manera muy particular. Él vino a la Argentina desde Estados Unidos a hacer su primera película, El mismo amor, la misma lluvia. Acá no era muy conocido. De hecho yo fui al casting sin saber quién era. Entro a la castinera y veo a un tipo tomando café y le pregunto por Walter, que era el castinero. Me dice: “Sí, ahí está”. Entro, hago una escena, después otra de improvisación, y ese mismo tipo que me había indicado la puerta del casting, se asoma, se ríe y empieza a observarme. ¡Era Campanella! Me estaba probando sin que yo lo supiera. Esa fue mi primera impresión de él, un tipo relajado, que ama a los actores, que se divierte. Hay otros directores que se suben a un pedestal y son intratables. Con Campanella, la actuación se vuelve un juego. Y en ese clima se trabaja mucho mejor.
-Hablaste de una huerta, pero no en sentido figurado.
-Con la madre de mis hijos hace muchos años vivíamos en Palermo, después nos mudamos a Del Viso pero como queríamos que los mellizos vayan a una escuela Waldorf, y la única que nos quedaba cerca era en Ingeniero Maschwitz, nos fuimos a vivir allá, cuando era tierra de nadie. Ahora se hizo un lugar top pero antes nada que ver. Y me enganché mucho con la tierra, la empecé a trabajar, a cultivar. Estudié biodinámica, permacultura, combinaba plantas para no usar pesticidas. Me traía semillas orgánicas de todos lados y las cuidaba como si fueran figuritas. Y armé una huerta. Estuve dos años sin hacer otra cosa que trabajar la tierra. Tenía un nivel de producción para vender, pero regalaba todo. Fue una locura hermosa.
-¿En pleno éxito de Piel de Judas con Susana, tu distracción también era la tierra?
-También. Fue tremendo. Combinada las dos actividades con mucho amor. Hicimos una minitemporada en Punta del Este y ahí estaba yo en mi habitación, en bata mirando el mar y pensaba: “Mirá dónde estoy”. Después me iba al casino con el elenco, todo pago, y lo disfruté mucho pero eso no me delira. Lo gozo, pero no pierdo lo otro, que es más mi esencia. Volver a casa con mi pareja, estar con mis hijos, meter las manos en la huerta, llenarme de barro. Y es así. Literal. Poner los pies sobre la tierra me ordena. Me ubica en tiempo y espacio.
-Hablando de ubicación, ¿cómo te sentís con la situación en el país?
-La actualidad del país me afecta mucho. Pero no quiero opinar sobre política. Lo que me pone mal es ver cómo se tiran con munición gruesa desde todos lados, como si no se dieran cuenta de que los estamos mirando. Es obsceno. Leo mucho, intento contrastar, escuchar todas las voces, pero es agotador.
Para agendarRocky. Funciones: Jueves 20.30, viernes a las 21, sábados, 19 y 21.30 y domingos a las 19. Sala: Teatro Lola Membrives (Avenida Corrientes 1280).