Estrenos de cine: El sobreviviente es la distopía perfecta para estos tiempos que corren
El sobreviviente (The Running Man, Estados Unidos-Reino Unido/2025). Dirección: Edgar Wright. Guion: Edgar Wright y Michael Bacall, basado en una novela de Stephen King. Fotografía: Chung Hoon-Ch...
El sobreviviente (The Running Man, Estados Unidos-Reino Unido/2025). Dirección: Edgar Wright. Guion: Edgar Wright y Michael Bacall, basado en una novela de Stephen King. Fotografía: Chung Hoon-Chung. Música: Steven Price. Edición: Paul Machliss. Elenco: Glen Powell, Josh Brolin, Lee Pace, Emilia Jones, Katy O’Brian, Colman Domingo. Distribuidora: UIP. Duración: 133 minutos. Calificación: solo apta para mayores de 16 años. Nuestra opinión: muy buena.
La versión 2025 de The Running Man, estrenada en la Argentina como El sobreviviente, es la distopía perfecta para estos tiempos. Y un relato atrapante, dinámico, que se permite especular sobre algunas posibles señales de un futuro inquietante con un sentido del entretenimiento que no abunda (aunque debería ser más frecuente) en el cine industrial de mayor escala y más alto impacto.
Edgar Wright recupera aquí el mejor sentido y la orientación de su mirada paródica sobre los géneros cinematográficos que había quedado algo extraviada en Una noche en el Soho. Y vuelve a creer en el poder de la narración por sobre cualquier imposición determinada por el estilo, en este caso explorando todo el potencial de ciencia ficción que no ofrecía la película original de 1987, protagonizada por Arnold Schwarzenegger y disponible en Netflix.
La realidad de estos tiempos nos permite mucho más que antes creer en lo que antes era pura imaginación. La fantasía de un futuro autoritario en los Estados Unidos dejó de ser un ejercicio especulativo. Lo mismo pasa con la posibilidad de que el poder real quede en manos de grandes corporaciones mediáticas.
Desde allí, hombres fuertes como el astuto, venal y cínico productor estrella Dan Killian (otro magnífico aporte de Josh Brolin a su galería de villanos) imponen las reglas políticas y el manejo de las masas como en un circo romano, pero en una versión mucho más plausible y menos alegórica de la de Francis Ford Coppola en Megalópolis.
El ojo clínico de Killian transforma al desesperado Ben Richards en una suerte de héroe de la clase trabajadora. Para ganar el dinero suficiente que le permita escapar de la estrechez económica y curar a su hijita enferma, Richards (Glen Powell, con estampa de héroe clásico en un papel que perfectamente podría interpretar Tom Cruise) acepta sumarse a una carrera de supervivencia televisada en tiempo real con tres finalistas: ellos deben mantenerse con vida 30 días huyendo de los Cazadores, un grupo armado cuyo líder es un militar de uniforme que oculta su rostro tras un disfraz parecido al del Hombre Invisible en el viejo clásico de terror de Universal.
Este juego es el reality show por excelencia, manejado por una empresa mediática identificada con una “N” gigantesca (¿chiste o guiño?) y conducido por un showman (Colman Domingo) que funciona como equivalente del personaje de Stanley Tucci en Los juegos del hambre. Ya no estamos en un escenario retrofuturista como el de las novelas de Suzanne Collins.
The Running Man (título original del juego y de la película en inglés) es ante todo la bandera de esa sociedad distópica fuertemente dividida en clases que castiga la insubordinación, controla por completo la vida privada y propone un futuro en el que los autos andan con piloto automático y las cámaras (incorporadas en esferas metálicas como si fueran drones perfeccionados) llegan a cualquier parte para registrar las imágenes del momento.
Toda la película es la crónica, siempre briosa, endiablada y muy entretenida, de la peligrosa travesía que lleva adelante Richards (puro nervio, energía y control casi siempre estéril de una ira permanente) para escapar de sus perseguidores y acercarse a la recompensa. Wright maneja con inmensa destreza, precisión visual y mucho humor cada enfrentamiento y cada escapatoria.
Por allí asoman esbozos de resistencia al poder opresivo (hay una extraordinaria y regocijante secuencia con Michael Cera convirtiendo su casa en un gran dispositivo de defensa contra los atacantes), pero la agenda política tiene sus límites. Wright presenta a Richards como un hombre enojado con la sociedad que no tiene ningún interés en liderar alguna aventura revolucionaria (lo mismo decía Schwarzenegger en la película original), sino como un padre resuelto a proteger por todos los medios posibles a su familia.
En un momento, todo lo que venía siendo contado en imágenes desde una potente impronta visual, siempre cercana al comic, empieza a verbalizarse y perder un poco de energía. Podríamos decir que Wright se toma al final su tiempo para mostrar lo que lleva a nuestro héroe a enseñarse como tal, tomando distancia del veleidoso comportamiento de las masas. Frente a una sociedad retratada, entre otros estímulos e impulsos, a partir de su “sed de violencia”, Richards recupera la esencia del protagonista clásico del cine de acción de los años 80. Quizás con menos músculos que Schwarzenegger o Stallone, pero con el corazón, el espíritu resolutivo y la convicción en las propias fuerzas que tenían en ese tiempo Kurt Russell y el mejor Bruce Willis.