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Gustavo Barco: “La literatura que sale de los barrios populares no habla solo de violencia y narcotráfico”

El periodista Gustavo Barco acaba de publicar La perrera (Cía. Naviera Ilimitada), un libro de cuentos donde el barrio, las creencias familiares y las memorias de la infancia se entrelazan en rela...

Gustavo Barco: “La literatura que sale de los barrios populares no habla solo de violencia y narcotráfico”

El periodista Gustavo Barco acaba de publicar La perrera (Cía. Naviera Ilimitada), un libro de cuentos donde el barrio, las creencias familiares y las memorias de la infancia se entrelazan en rela...

El periodista Gustavo Barco acaba de publicar La perrera (Cía. Naviera Ilimitada), un libro de cuentos donde el barrio, las creencias familiares y las memorias de la infancia se entrelazan en relatos con dosis parejas de crónica y realismo mágico, para lograr relatos con una emocionalidad que interpela.

“Fue una decisión darle voz a Gusty”, dice sobre el narrador que recorre las historias. “Yo estoy, pero más como un nene que hace una crónica. Quise correrme del protagonismo, porque muchas de las cosas que están ahí las vi, fui testigo o las reconstruí en charlas con amigos, entre cervezas, asados o partidos de fútbol”.

Barco nació en la villa 12, en Villa Soldati —hoy barrio San Martín o Charrúa—, donde creció, formó su familia y crio a sus dos hijos. “Fue por necesidad, pero también por pertenencia. Cuando volví de Estados Unidos, adonde fui a estudiar y trabajar, viví tres años en casa de mi mamá hasta que me mudé con Rosita, mi mujer, que estaba embarazada. Construimos arriba de la casa de su mamá, y recién hace uno seis que alquilamos algo afuera”, dice.

El libro está habitado por escenas cotidianas de una comunidad en su mayoría inmigrante trabajadora, marcada por la precariedad, pero también por la solidaridad y la esperanza. “Mi decisión política, si la tuve inconscientemente, fue ponerles rostro a esas historias individuales —dice—. Mostrar que la literatura que sale de los barrios populares no es solo la que habla de violencia o narcotráfico. Sí, eso existe, pero el 90 o 95 por ciento de la gente que vive ahí son laburantes”.

Esa mirada, que mezcla ternura y crudeza, viene de su doble formación: la del periodista que aprendió a observar y la del vecino que conoce el pulso de los pasillos de la villa.

Barco se inició en el periodismo a fuerza de vocación y arrojo. Ganó una mención de honor en los Premios LA NACION por una crónica sobre los enfermos de HIV internados en el Hospital Borda. “Esa mención cambió todo —recuerda—. Era estudiante del Círculo de Periodistas y trabajaba con la meta de quedar en una pasantía. Me dijeron que el concurso era para profesionales, pero igual participé. Cuando me llamaron para avisarme, mi mamá atendió el teléfono. Me pidieron que fuera a recibir el premio con traje… y yo no tenía traje”, dice y se ríe al recordar.

Ese fue el primer reconocimiento como periodista. “Esa crónica la pude hacer gracias a mi barrio —aclara—. Un amigo me conectó con la gente del hospital. Creo que premiaron la audacia del tema”. Aun hoy recuerda la estructura de ese texto, las voces que incluía y, también, que cuando descubrieron que no era enfermero lo echaron del lugar.

La observación, el registro y la empatía —esas herramientas del periodismo— también atraviesan su escritura literaria. “Lo más difícil es traspasar la pantalla —reflexiona, en referencia a su trabajo como cronista en Canal13—. Eso se logra con emoción, con empatía. A veces me sorprende que la gente me pida fotos en la calle, pero creo que es porque las historias están bien bajadas a tierra.”

En los cuentos de La perrera esa cercanía se traduce en una prosa directa, visual, con escenas que parecen captadas por una cámara. “Puede ser que venga de mi trabajo audiovisual —reconoce—. Inconscientemente cuando leo lo que escribo me hago idea de dónde estaría la cámara”. Los relatos combinan elementos reales y poéticos: hay talleres textiles con jefes coreanos, pasillos angostos, fiestas populares, partidos de fútbol bien picantes, bares, narcos, madres y abuelas, curanderos y un puerto simbólico desde donde los personajes buscan otra orilla.

Barco relata que su primer cuento, El fuego de la Navidad, nació en 2001, en plena crisis. “Lo escribí en IBM, donde trabajaba como operador bilingüe. Viajaba dos horas en el 21 hasta Martínez. Se sentía el clima de los saqueos, las calles cortadas, el humo. Tenía computadoras a disposición y mucho tiempo libre. Y escribí el primer cuento”, dice. Aquel texto, publicado años después en la revista Mundo Villa, se convirtió en su piedra fundamental. Supo que podía hacer literatura.

“Viste lo que es el laburo periodístico, que tiene un corset: las cinco W (las cinco preguntas básicas: quién, qué, cuándo, dónde y por qué) y listo —dice, mientras admite cierta incomodidad al ser él entrevistado—. A mí me gustaba escribir crónicas con datos concretos y algún giro literario. Ahora fue el camino contrario: descubrí que la literatura te da una libertad increíble.”

Esa libertad que encontró en la literatura le permitió escribir desde el lugar del testigo, pero también del hijo, del vecino y del padre. “Propongo entrar al pasillo, con lo bueno y lo malo, con las creencias y los choques culturales de quienes llegan de otros países y crían hijos en otra cultura”, dice. “No es fácil”. En sus cuentos esas tensiones se vuelven materia literaria. “Decir ‘bolita’ o ‘boliviano’ como insulto es algo que todavía existe. En mis cuentos intento mostrar otro mundo, el que los medios grandes no muestran: el de los trabajadores, los laburantes. Mostrar que todo eso —una zanja, un ovillo de cables, una creencia— también puede ser literatura.”

Las historias nacen de conversaciones con su mamá, con sus amigos, con los vecinos. “Todo caminando el barrio. Si alguien no sabía algo, me mandaban a otro. A veces me decían: ‘Viene los sábados, esperalo’, porque muchos se fueron yendo. Así fui reconstruyendo. Tenía una libretita donde anotaba todo.”

En el cuento que da título al libro, La perrera, narra un episodio real: la entrada del camión municipal a los barrios pobres y el asesinato de un perro en su pasillo. “El perro como amigo leal que paga con su vida la deslealtad —dice—. Fue muy fuerte. Era enfrentar la pérdida, hacer el duelo siendo un niño.”

También hay relatos atravesados por el realismo mágico, como el de Ceferino, el chico con poderes, que aparece entre otros en Infierno verde, inspirado en la figura de su abuelo sanador y en la Guerra del Paraguay. “A los chicos de las escuelas les encanta Ceferino —cuenta—. No pensé en el realismo mágico como recurso, seguí mi intuición. Quise transmitir lo que sentía.”

Las creencias familiares, incluso reflejadas con palabras en quechua, están presentes en todas las historias. “Mi mamá y mi abuela eran muy supersticiosas. Celebraban el Día de los Muertos, cocinaban, armaban una mesa con fotos de familiares y las tantaguaguas, pero nos decían: ‘Esto no se lo cuenten a nadie’. Querían mantener las tradiciones en secreto, para que no nos discriminaran.” En esas prácticas, dice, hay una verdad que lo conecta con sus raíces: “No es que yo crea. Creo en la verdad que ellos tienen al creer. Para mi mamá era sagrado.”

El cierre del libro fue también un proceso íntimo. Es el único momento de la entrevista en que Gustavo se emociona, abre un silencio, aprieta sus ojos, contiene. El cuento Don Américo surgió de la sugerencia de su editor: escribir sobre su padre. “Yo no quería. Era algo muy íntimo. Al final lo entrevisté, lo grabé, y mi hija me hizo la desgrabación. Fue muy fuerte ponerme en el lugar del periodista frente a él, repreguntarle cosas duras que yo no sabía. Ahí pude entender algunas cosas, a través de su relato, que fue tremendo. Le cambié el nombre por protección.”

“¿Por qué Américo?, porque en Bolivia decían que venir a Argentina era hacer la América”, responde. “Representa también toda esa gente que viene con ganas de progresar”.

El título La perrera fue una señal. “Era el cuento más conocido, ya se había publicado en Estados Unidos. Fue un mensaje: ‘Acá hay algo’”, explica. El libro, dice, es también un modo de rescatar las historias del barrio y los vecinos que lo leyeron están muy orgullosos. En las presentaciones a las que fueron, le agradecen que rescate sus historias. “Les encanta encontrarse en los cuentos”, dice. “En la escena del cementerio puse los nombres de los que recuerdo que estaban, los que llevaban el cajón de nuestro amigo”.

Barco, que tiene una maestría en periodismo por LA NACION y la Universidad Torcuato Di Tella, que sabe que sus informes en la tele son lo más visto, reconoce que su punto de partida es el barrio. “Quise contar desde adentro lo que muchos ven desde las avenidas. Siento una responsabilidad: representar no solo a una colectividad, sino a todas”, dice.

Termina con un deseo: “Me gustaría que quien lea La perrera empiece con un concepto —o un prejuicio— y que al terminarlo lo haya transformado. Porque yo también me transformé escribiéndolo. Pude perdonar y reconectarme. Pude encontrar este camino literario y que se reconozca como tal”.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/gustavo-barco-la-literatura-que-sale-de-los-barrios-populares-no-habla-solo-de-violencia-y-nid29112025/

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