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Heladerías notables: 11 establecimientos fueron distinguidos por la Asociación de Fabricantes de Helados Artesanales

En gastronomía, el tiempo es tirano: pocos lugares logran sobrevivir a las modas y a los cambios de tendencia. Pero en el rubro de los helados, la historia es distinta. Cada ciudad de la Argentina...

Heladerías notables: 11 establecimientos fueron distinguidos por la Asociación de Fabricantes de Helados Artesanales

En gastronomía, el tiempo es tirano: pocos lugares logran sobrevivir a las modas y a los cambios de tendencia. Pero en el rubro de los helados, la historia es distinta. Cada ciudad de la Argentina...

En gastronomía, el tiempo es tirano: pocos lugares logran sobrevivir a las modas y a los cambios de tendencia. Pero en el rubro de los helados, la historia es distinta. Cada ciudad de la Argentina cuenta con al menos una heladería histórica, que desafía el paso de los años elaborando sus productos con tanta pasión como calidad. Una tradición llegada junto a los inmigrantes italianos, que supo encontrar en estas tierras su propia identidad.

En 2025, AFADHYA –Asociación de Fabricantes Artesanales de Helados y Afines– homenajeó a 11 heladerías notables del país, formando un recorrido que incluye nostalgia y presente. Un mapa delicioso, para disfrutar en esta temporada de verano.

1910 – Melano Helados, en Las Varillas (Córdoba)

Cinco generaciones elaborando uno de los mejores helados del país. Así es la historia de Melano, que nació y sigue ahí con su local original en Las Varillas, además de sumar otras siete franquicias en la provincia cordobesa. “Nuestro tatarabuelo Pietro Melano era heladero y pastelero en el Piamonte italiano. Vino a la Argentina en el siglo XIX y se instaló en Las Varillas”, cuenta Emiliano, quien junto con sus hermanos Andrés y Agustín, además de su pareja Camila, continúan la saga familiar.

Melano es un gran ejemplo de cómo tradición y creatividad pueden ir de la mano: dos de sus gustos más vendidos son “El lunes empiezo” (una crema helada de dulce de leche con merengue francés, coco y dulce de leche respostero) y el “Don Pepe”, con chocolate, vainilla, pionono, dulce de leche y merengue francés.


1950 – Santolín, en Paternal (Ciudad de Buenos Aires)

Sin el marketing de las grandes heladerías porteñas, Santolín es una suerte de contraseña para los vecinos del barrio de Paternal, que saben que cuentan allí con uno de los secretos mejor guardados de la ciudad. “En 1947 la heladería abrió llamándose Florentín, que era el apellido de uno de sus dueños. Luego, en 1950, se hizo cargo Rubén Clemente Santolín (hijo del socio de Florentín) y le cambió el nombre. Rubén siguió hasta 2014, cuando me vendió el fondo de comercio”. El que cuenta esto es José Lucero, maestro heladero con más de 30 años de experiencia. “Con mi esposa, Jesica, cambiamos las recetas: le bajamos el azúcar y la materia grasa, para que sean un poco más ligeras, usando solo productos naturales, sin esencias, conservantes o estabilizantes”. Entre los muchos sabores que tienen, no hay que irse sin probar su famoso Súper Sambayón con almendras, su chocolate amargo (hecho con cobertura al 70% de Fenix) y el dulce de leche granizado, best seller de la casa.


1955 – El Piave, Quilmes (Provincia de Buenos Aires)

Sandra Bortolot, nieta de los fundadores originales, está al mando en El Piave, palabra mayor en la zona sur del conurbano bonaerense, con sucursales en Wilde, Don Bosco, Bernal, Berazategui, Florencio Varela, Lanús, Ranelagh y una más en Barracas, la única en la ciudad porteña. “El helado artesanal es más que un trabajo: es pasión, herencia y un puente entre generaciones”, dijo una emocionada Sandra en el homenaje organizado por AFADHYA para celebrar los 70 años de esta casa. Elegir un único sabor es difícil: hay desde un muy antiguo higo con nuez hasta la crema Aleluya, creada en honor al Papa Francisco: una crema de gianduia con avellanas tostadas y chocolate puro por encima. Pero para días de calor, conviene ir por el recién lanzado Fruta d´Oro, un sorbete de mango, banana y lima que es pura frescura.

1955 – Bomquebom en Pilar (Provincia de Buenos Aires)

Cuando Pilar era apenas un pequeñísimo pueblo de pocos habitantes, la pareja de Carlos Moreno y Elsa Díaz decidieron abrir una heladería en la Plaza 12 de Octubre, casi sin saber nada del tema. A siete décadas de ese momento, con dos mudanzas en el medio y la apertura de una nueva sucursal en Manzanares, Bomquebom es una marca reconocida y querida por los vecinos, que supo renovarse sin perder su espíritu original. Allí ofrecen desde postres helados como el eterno Almendrado o un más novedoso Africano (con helados de chocolate blanco, chocolate amargo y mousse de chocolate, sobre un pionono embebido en marsala) hasta paletas frutales y sabores como el sambayón al café con biscotti, la crema portuguesa o el Mantecol, entre muchas más opciones.


1960 - Los Andes, en Laprida (Provincia de Buenos Aires)

“La heladería la abrieron mis suegros, Petisa y Tilo, en noviembre de 1960”, cuenta Nilda, quien junto a su esposo Miguel y su hijo Pablo mantienen en alto el nombre de Los Andes, la heladería más antigua en la ciudad de Laprida, en medio de la llanura bonaerense. A lo largo de estas décadas, Los Andes se mudó tres veces, cambió también su vieja fabricadora Siam de paletas, pero lo que nunca modificó es el apego a las recetas artesanales que le dieron fama. A los clásicos (chocolate con almendras y dulce de leche granizado a la cabeza), suman gustos más exóticos, como el chocolate Rouge, que suma tomate confitado. Y ya un infaltable de la casa son sus alfajores helados, como el que tiene una capa de helado de chocolate, dulce de leche repostero en el medio, y otra capa de helado de vainilla arriba, todo cubierto de chocolate.


1965 – Vía Flaminia, en Acassuso (Provincia de Buenos Aires)

La imagen es icónica y viral: el enorme cucurucho bañado de chocolate, de hasta un metro de largo, desafiando la gravedad. Abierta por Antonio Capraro, junto a su mujer Amparo, en 1965, Vía Flaminia se mantiene hoy en manos de la misma familia, con Sandra como encargada de perpetuar la tradición: ahí siguen las paredes de un color rosado que tanto le gustaba a su padre, ahí sigue el logo con la misma tipografía que hoy parece vintage, ahí siguen las copas heladas como el Don Pedro o el bombón escocés. Y más allá de algunos sabores nuevos, las recetas son las de siempre, con la calidad inalterada a lo largo de los años.


1965 – Tino, en Caballito (Ciudad de Buenos Aires)

La gigantografía que cuelga al fondo del local muestra un artículo publicado en el diario LA NACION en 1965 titulado “Parque Centenario de fiesta”. Allí el cronista narra la apertura de esta heladería que casi de inmediato se convirtió en un éxito absoluto. “El lugar lo fundó el padre de Dante Granata, luego lo manejó él hasta que estuvo muy enfermo. Yo era del barrio, me hice amigo de Dante y compré la heladería en 1999 “, cuenta Marcelo Bracken, actual dueño de Tino. La ubicación de esta heladería es inmejorable, cerca del parque, rodeado además de colegios y edificios residenciales. “Tenemos los gustos de siempre, como nuestro sambayón, hecho con huevo, crema, azúcar y vino marsala, nada más. Y tenemos sabores nuevos, como el de pochoclo, que lo hice a pedido de los alumnos de la ORT; o el chocolate Dubái, con fideos kadaif y pistachos, que se vende muchísimo”, dice.


1965 – El Ciervo en Liniers (Ciudad de Buenos Aires)

El Ciervo es un bastión en el oeste de la ciudad de Buenos Aires. Esta heladería nació en 1965, si bien fue comprada en 1967 por los actuales propietarios, Francisco Maccarrone y Susana Cutri junto a Nina Maccarrone y Amato D’Alessandro, dos matrimonios de origen italiano. Los comienzos fueron humildes, una heladería de tamaño pequeño pero gran corazón. Seis décadas más tarde, esta casa se convirtió en una de las más reconocidas heladerías porteñas, con sucursales en Liniers y Villa Luro. Manejada por la segunda generación familiar, el secreto de su éxito es la obstinación por la búsqueda de los mejores ingredientes. “Para darte cuenta si una heladería es buena, hay que probar la vainilla. La mayoría usa esencias artificiales; acá compramos la chaucha de vainilla que se importa de Madagascar”, cuenta Francisco.


1965 – Chinin, en San Martín (Provincia de Buenos Aires)

Chinin es, sin dudas, la heladería más querida del partido de San Martín. El local ocupa una enorme esquina sobre la calle Pueyrredón, donde cuelga un cartel con la forma de Italia y el nombre Chinin escrito dentro. “Nuestra historia comenzó con Egidio, un joven heladero de Venecia que se vino a la Argentina. Acá se casó con Maura, y juntos abrieron esta heladería”, cuentan. En estos años la casa sumó otras dos sucursales (en Villa Ballester y en Núñez), donde ofrecen más de 60 gustos, muchos estacionales, otros ya fijos en la pizarra. Tienen por ejemplo cuatro variedades de pistacho, además de sabores golosos como el dulce de leche con bombones rellenos, el crumble de manzana, la frambuesa andina o el lemon pie.


1965 – Arnaldo, en Munro (Provincia de Buenos Aires)

La mayoría de las heladerías clásicas argentinas tiene ADN italiano, pero Arnaldo es una de las excepciones que confirman la regla. Fue creada por Agustín Arnaldo, inmigrante asturiano que se enamoró de los helados ya en Argentina. En 1959, Agustín abrió junto a su madre un pequeño despacho de pan en Vicente López. Tras hacer un curso de elaboración de cremas heladas, empezó a ofrecer algunos helados clásicos, todavía con timidez y en formato casero. Cinco años más tarde decidió dar un paso más y abrir su propia heladería en Munro, bajo el nombre de Sorrento, la misma que en los años 90 renombró con su apellido. “El mejor helado de Zona Norte”, dice el lema de esta casa, que hoy cuenta con sucursales en Olivos y Martínez, donde probar gustos clásicos como quinotos al whisky, y otros más contemporáneos como el mousse de limón con frutillas.


1965 – Tito, en Río Gallegos (Santa Cruz)

En ese sur dominado por feroces vientos, Guillermo ‘Tito’ García decidió abrir en 1965 la primera heladería de todo Río Gallegos.

60 años más tarde, esa misma heladería sigue allí, como un símbolo de tenacidad patagónica. Desde 1973 es manejada por Eduardo García -hermano de Tito-, quien crea sabores con identidad regional como el Calafate, una insignia de la casa. En Tito no le tienen miedo a la innovación: su lista de gustos incluye opciones con alcohol (malbec, fernet, ron y frutilla, otro que se llama Spicy Tamarindo, entre varios más), aunque tal vez el más controversial sea el helado de roquefort con calafate, almendras y nueces. “Cuando lo probás, se acaba el debate”, afirman.



Fuente: https://www.lanacion.com.ar/sabado/heladerias-notables-11-establecimientos-fueron-distinguidos-por-la-asociacion-de-fabricantes-de-nid29112025/

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