Marcelo Gioffré: “El libro comete la herejía de abordar la historia del siglo XX con total libertad”
Desde la publicación, en la década del 60, de Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, Juan José Sebreli se afianzó como uno de los mayores ensayistas argentinos de las últimas décadas. Co...
Desde la publicación, en la década del 60, de Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, Juan José Sebreli se afianzó como uno de los mayores ensayistas argentinos de las últimas décadas. Con libros provocadores como El asedio a la modernidad y Los deseos imaginarios del peronismo, por mencionar solo algunos, encendía el debate y la polémica en ámbitos intelectuales pero al mismo tiempo alcanzaba un amplio universo de lectores. Murió a los 94 años, en noviembre del año pasado. Hoy, un año después, se espera para el mes que viene el lanzamiento de Revoluciones. Temblores de una historia inconclusa (Sudamericana).
El editor del libro es Marcelo Gioffré, albaceas de Sebreli, quien ha escrito, en coautoría con el pensador, Conversaciones irreverentes y Desobediencia civil y libertad responsable. Este volumen póstumo reúne apuntes de Sebreli con clases que impartió en la década del 90, cuenta Gioffre en esta entrevista.
-¿Cómo describirías los ensayos contenidos en Revoluciones?
-En 1964 Sebreli publicó Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, un ensayo que produjo un cimbronazo en la sociología. Lo que hizo fue introducir elementos cualitativos y un poco silvestres, como ir a visitar viviendas de distintas clases sociales, revisar cada detalle de la decoración, prestar atención a sus costumbres, a los modismos del habla, una especie de autopsia cultural sobre seres vivos, y con esos materiales produjo el libro. Con Revoluciones incurre en otra herejía: aborda la historia del siglo XX con idéntica libertad. Si bien es muy riguroso con los datos, y en ese sentido el lector va a aprender mucho de historia, ante cada situación formula conjeturas, da opiniones, oxigena, va mostrando las vetas aprovechables de la desconfianza.
–¿Cuál es el eje o las ideas principales que recorren el libro?
-El libro tiene dos partes, las revoluciones políticas y las sociales. En las políticas empieza por las revoluciones burguesas, la inglesa y la francesa, y descubre que son modélicas para lo que vino después. Respecto de la revolución rusa sostiene que no fue comunista y mucho menos marxista, y que en realidad fue la tercera revolución burguesa, postura que defiende con argumentos muy sólidos. Aborda las revoluciones en China, los fascismos, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil Española, la revolución de Barcelona del 36 –a la que sí considera comunista–, y las peripecias muy revulsivas de la segunda mitad del siglo XX. En la última parte describe y discute, como un implacable iconoclasta, con las revoluciones sociales: la sexualidad, y ahí destroza a Freud; la moda, con un personaje fascinante como Coco Chanel; los estudiantes del 68.
- ¿Cómo llegaste a armar este libro póstumo?
-En un cuartito de servicio de su departamento que se había reconvertido en un abigarrado depósito de libros, en unos cajones desvencijados encontré casetes con clases que había dado en 1995 y 1996. Que irrumpiera su voz de un viejo walkman arreglado para la ocasión fue muy emocionante. Esas grabaciones se compaginan con apuntes que él había hecho para las clases y algunas transcripciones anotadas. Ensamblando este rompecabezas se pudo reconstruir todo el curso, que es la base del libro.
-¿De qué manera estos ensayos nos hablan del presente?
-Kissinger le daba a sus estudiantes una trilogía de consejos: “Estudie historia, estudie historia y estudie historia”. Es el mejor medio para entender lo nuevo que irrumpe. Uno ve en este libro cómo, para que el comunismo y los fascismos triunfaran en la primera mitad del siglo XX, fue necesario sustituir la razón por la fe y tensionar entre dos religiones: apoyar a unos contra los otros. Pues bien, estamos viviendo un momento en el cual se quiere reescribir la historia para dotar de una segunda piel, en apariencia más amigable, a aquellos movimientos antidemocráticos.
-En un tramo del texto sobre los jacobinos, Sebreli apunta a su esencia “religiosa”, que une fiesta, religión y acto político de masas. Eso es muy actual.
-Walter Benjamin escribió cuatro versiones de un libro que desarrolla este punto: el fascismo organiza las masas sin mejorar sus condiciones de vida. No le otorga una solución concreta, pero le permite expresarse. Como contrapartida, exige a esas masas la genuflexión ante el líder, con lo cual la supuesta posibilidad de expresarse se convierte en una patraña. La política se convierte en espectáculo y show. Hoy esas masas pueden estar en un recital de rock de un líder enardecido o insultando en las redes sociales. Esa fiesta dark es la que despierta pasiones religiosas. El líder es un enviado de Dios y si la ley no se amolda a los deseos del líder hay que dejarla de lado. Dios puede revelarse al líder a través de un pajarito o en una relación mediúmnica con un perro muerto. ¿Puede extrañar, por ende, que el programa emblemático del nuevo periodismo militante se llame “La Misa”?
-¿Cómo vez hoy, a nivel global, la salud de aquella idea de democracia que se abre con la Revolución Francesa?
-Muy maltrecha, porque la izquierda democrática se olvidó de mejorar las condiciones económicas de la gente, quedó anclada en ridiculeces como hablar con la “e”, mientras la derecha democrática migró hacia un neofascismo permitido. Se pensó que ese efecto punk que tienen estas nuevas derechas, esa estética de imaginería imperial, era para llamar la atención, pero no, realmente creen en las barbaridades que dicen. No es una cuestión de modales, es el huevo de la serpiente. Pero es una época, no digo efímera pero sí pasajera, a mediano plazo prevalecerán los viejos valores del liberalismo ilustrado, que son mucho más que saber un poco de finanzas.
-Hoy no se guillotina a nadie, al menos literalmente, pero sí hay una actitud jacobina en las posturas políticas extremas e intransigentes de muchos líderes.
-La violencia explícita hoy es inaceptable, no se pueden armar campos de concentración. Pero hay violencia simbólica con los inmigrantes y las minorías sexuales, como en Hungría. Se exportan presos de Estados Unidos a lugares donde no se respetan los derechos humanos. Se descuartiza a un periodista adentro de una embajada cuando va a renovar el pasaporte. Todos se aferran al poder a cualquier costo. El disfraz inicial de los dictadores fascistas fue siempre simular que son democráticos. ¡A Mussolini, antes de la invasión de Abisinia, hasta Churchill y Victoria Ocampo lo elogiaban! Pero ahora ni siquiera toman ese recaudo: en el caso de Milei, basta ver la represión ilegal al periodista Pablo Grillo, los ataques físicos a discapacitados o el bullying a un niño autista. Si Agustín Laje, un presunto “pensador”, sostiene que cada balazo bien puesto en un “zurdo” es un momento de regocijo, ¿qué podemos esperar de las masas menos preparadas? Ni hablar de la inflación de vetos, de los intentos de meter jueces en la Corte por la ventana, o del escarmiento en familiares por opiniones de sus padres, como el caso emblemático de la hija de Cavallo. Locke se avergonzaría de que lo hagan en su nombre.
-Y al país, ¿cómo lo ves?
Lo veo en medio de una disputa entre dos clubes mundiales que buscan quedarse con los negocios del planeta. Muchos piensan que esto es lo mismo que el alineamiento de la generación del 80 con Inglaterra. “Que vengan a edificar centrales nucleares para alimentar servidores de la IA, no pongamos condiciones”, te dicen. No advierten que el trumpismo ejerce un paternalismo de invernadero. Es el beso de Judas.
- ¿Se puede hacer algo contra esta tendencia?
-Ese es el desafío del intelectual. Es el cometido de libros como este de Sebreli, que transmiten las enseñanzas de la historia. Hay que explicar que lo antidemocrático es infinitamente peor cuando tiene cierto éxito. El problema es que los feligreses no son porosos, contra un devoto rebota cualquier explicación. Pero no hay que bajar los brazos, nunca hay que perder la confianza en el poder de la comunicación.