Tiene parálisis cerebral y no hay médicos cerca para atenderlo: “Necesita que lo vean”.
Junior Juárez debería haber nacido a término. Pero a su mamá no la atendieron en el hospital. Debería haber sido cesárea, pero lo tironearon por los pies en un parto de riesgo. Lo dieron por ...
Junior Juárez debería haber nacido a término. Pero a su mamá no la atendieron en el hospital. Debería haber sido cesárea, pero lo tironearon por los pies en un parto de riesgo. Lo dieron por muerto y lo dejaron media hora en una bandeja hasta que alguien notó que tenía pulso. Recién entonces, le inflaron –a los golpes– los pulmones de vida. Desde entonces, cada uno de sus días es una nueva forma de sobrevivir en el monte chaqueño.
Tiene 16 años y vive en el paraje Lebretón, una zona aislada del Impenetrable chaqueño, sin acceso a atención médica, con caminos de tierra y calor sofocante. Junior no camina y apenas puede sostenerse por sí solo. Pero eso no le impide ser arquero en los partidos con sus primos, pedirle a su mamá otro pantalón para salir a jugar o cavar hornitos como si fuera un niño más. “Él tiene ganas de andar como los otros y va en cuatro pies por todos lados. Es un travieso”, cuenta Claudia, su mamá.
El diagnóstico que recibieron fue claro: hipoxia perinatal. La falta de oxígeno durante el parto le dejó secuelas irreversibles. Tiene un 85% de discapacidad, aunque aún no logró acceder a su Certificado Único de Discapacidad (CUD). La familia hace malabares para trasladarse a Monte Quemado –a 35 kilómetros de su casa–, a veces todos en una sola moto, para buscar atención médica que nunca alcanza. “¿Cómo puede ser que ellos me lo hicieron tener así como si fuera un perro?”, se pregunta Claudia, todavía con dolor.
En todo Santiago del Estero hay un solo neurólogo infantil para más de 260 mil chicos. Ese especialista atiende en la capital provincial, a 350 kilómetros del monte. Para acceder a un turno, hay que madrugar y hacer largas filas. La última vez que Junior vio a un neurólogo fue antes de la pandemia. La última vez que Claudia fue al hospital, le dijeron que volviera en 12 días para ver si hay novedades.
Junior no está escolarizado. Aprende las letras y los números con el cuaderno de su hermano menor, Thiago, que camina cinco cuadras todos los días para llegar a la escuela. La secundaria más cercana está en Monte Quemado, y trasladarlo hasta allí es, por ahora, imposible. Mientras tanto, su papá le enseña a pelar postes con un machete desde el piso. Junior quiere ser como él.
El padre, Esteban Juárez, trabaja a destajo haciendo postes. Gana lo justo para alimentar a su familia. Todos los días, a las seis de la tarde, deja todo para bañar a su hijo. Es el único que tiene la fuerza para cargarlo. La escena se repite como un ritual: calientan el agua sobre las brasas, preparan una silla, una taza y un fuentón, y entre los tres lo bañan con ternura y respeto. “¿Te saco yo la remera o te sacás solo?”, le pregunta. “Yo”, responde Junior. Pero necesita ayuda.
Hace ocho años, Jerónimo Chemes –de la ONG La Chata Solidaria– conoció a Junior en una de sus recorridas. “Vi una sombra que se movía entre los chanchos. Era Junior. Vino reptando y me miraba de una manera que yo sentía que me hablaba. Ahí entendí que ayudarlo iba a ser extremadamente complejo. Pero también vi que ese pibe tenía ganas de vivir”, recuerda. Desde entonces, volvió muchas veces más.
Junior es uno, pero hay cientos como él en los rincones olvidados del país. Niños y niñas con discapacidad que no acceden a los derechos básicos, que no figuran en ningún registro, que no tienen ni diagnóstico ni ayuda concreta. “A Junior le falta que lo vean y que lo ayuden a caminar”, dice Chemes. El primer paso es simple, pero urgente: que alguien, al menos, lo vea.
Cómo ayudarLas personas que quieran ayudar a Junior, pueden comunicarse con Orlando de La Chata Solidaria al +54 (911) 5331-7472 o donar directamente en este link.