Un acercamiento histórico
Incluso entre los expertos se ignora un antecedente crucial de las relaciones nucleares con los EEUU que cobra relevancia en la actual política de acercamiento entre ambos países, en una materia ...
Incluso entre los expertos se ignora un antecedente crucial de las relaciones nucleares con los EEUU que cobra relevancia en la actual política de acercamiento entre ambos países, en una materia como la seguridad que constituye la absoluta prioridad de todo país y de la agenda mundial, pues alude nada menos que a la vida o la muerte de los Estados.
Entre los años 50 y el 83, la Argentina había alcanzado progresos extraordinarios en la “sensible” o dual tecnología nuclear, que si bien no perseguían fines bélicos sino sus vastos usos pacíficos, eran manejados exclusivamente por la Marina –todos los presidentes de la CNEA desde su creación hasta 1983 fueron marinos–, con absoluto hermetismo e inconducente soberbia vis-à-vis el mundo por la propia CNEA/Marina y no por la Cancillería, lo cual despertaba fuertes suspicacias en Brasil –gobernada todavía por militares y en carrera para alcanzarnos– y en EEUU, que temía un escenario de proliferación horizontal en Sudamérica al estilo India-Pakistán.
La cuestión adquiría visibilidad y litigiosidad planetarias, como lo revelan dos escenas históricas. En 1951, Perón escandalizó al mundo anunciando que la Argentina dominaba la “fusión nuclear” –muy superior a la incipiente fisión nuclear de Hiroshima y que nadie controlaba–, aunque luego se supo que había sido engañado por un físico austríaco charlatán. El otro clímax de esa política fue el anuncio del gobierno militar, entre la victoria y la asunción de Alfonsín, de que el país dominaba la tecnología del enriquecimiento de uranio en Pilcaniyeu, un desarrollo tan secreto que cuando se le informó al encargado de Negocios de EE.UU. en el Palacio San Martín, cayó desmayado.
Con la restauración democrática el presidente Alfonsín debió asumir el arduo trilema técnico, político y ético heredado del gobierno militar sobre el destino de esta delicada tecnología, lo cual resolvió con trascendente sabiduría: continuar sus notables avances pacíficos pero someterlos al control civil y parlamentario, al escrutinio de la opinión pública y al control de la Cancillería en sus aspectos internacionales –irónicamente, ella carecía de injerencia en un tema prioritario de la agenda mundial–, para lo cual creó allí la Dirección Gral. de Asuntos Nucleares y Desarme (Digan), que aún existe y cuyo prestigio lo confirma que allí se formó el embajador Rafael Grossi, actual director del OIEA y candidato a secretario general de la ONU.
Alfonsín comprendió, sobre todo, que no podía continuar con esa política de hermetismo y altivez que tantas suspicacias y presiones despertaba en Brasil y en EE.UU. Con el primero inició una resuelta política de fomento de la confianza, que se fue perfeccionando e institucionalizando y se consagró con su invitación a Sarney a visitar juntos Pilcaniyeu, cuya trascendencia histórica mundial evocó conmovedoramente el brasileño en las exequias de Alfonsín, y que fue condición sine qua non para la creación del Mercosur.
Asimismo, promovió un marco de diálogo franco, regular y de construcción de confianza y respeto mutuo, institucionalizando las denominadas Rondas Anuales de Conversaciones Bilaterales Argentino-Estadounidenses en Materia Nuclear que despejaron los recelos en la materia con esa potencia, a las cuales asistí en sus tres primeras ediciones fundacionales (Bs.As., diciembre de 1985; Washington DC, septiembre de 1986; y Bs.As., marzo de 1988) calificadas como un provechoso “ejercicio de transparencia”.
Cumplir 40 años de aquella primera reunión debe ser motivo de orgullo y de conmemoración de una iniciativa argentina de extraordinaria significación para las relaciones bilaterales con EE.UU., pero, sobre todo, para la seguridad de nuestro continente y del mundo.
Diplomático de carrera y doctor en Ciencias Políticas
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/un-acercamiento-historico-nid13122025/