Vanya: el universo chejoviano se revitaliza con un perdido pueblo patagónico como escenario
Autor: Simon Stephens. Traducción: Marcelo Zapata. Intérprete: Paulo Brunetti. Iluminación: Claudio Del Bianco. Escenografía: Tomas Heck. Dirección: Oscar Barney Finn. Sala: BAC, Suipacha 133...
Autor: Simon Stephens. Traducción: Marcelo Zapata. Intérprete: Paulo Brunetti. Iluminación: Claudio Del Bianco. Escenografía: Tomas Heck. Dirección: Oscar Barney Finn. Sala: BAC, Suipacha 1333. Funciones: viernes y sábados a las 20. Duración: 90 minutos. Nuestra opinión: buena.
Conocido en Buenos Aires a través de su versión teatral de la novela de Mark Haddon, El curioso incidente del perro a medianoche, estrenada en 2019 en el Teatro Maipo con dirección de Carla Calabrese, el autor y músico británico-irlandés Simon Stephens vuelve a ocupar un lugar en la cartelera local con una singular versión de Tío Vania, de Antón Chéjov. Todos los personajes de la obra, estrenada en Moscú en 1900, están interpretados por un único actor.
Stephens, que comenzó su carrera como dramaturgo en 1997, está habituado a versionar textos clásicos. Lo hizo con otras obras de Chéjov, como La gaviota y Las tres hermanas, también adaptó La ópera de tres centavos de Bertolt Brecht y concretó una versión teatral de Ensayo sobre la ceguera, novela de José Saramago. Sus obras son muy representadas en Europa y, ocasionalmente, también en Estados Unidos.
Vanya es un material nada fácil de calificar dado que ocho personajes deben ser construidos por un mismo cuerpo, que irá mutando según los requerimientos del autor. Es cierto que cada uno posee las cualidades que impuso Chéjov, pero no resulta fácil para el espectador, al comienzo, ingresar en una acción que continuamente será dominada por hombres y mujeres que al cabo del tiempo se irán desgajando en escena.
Tal como lo plantea el creador ruso en el original, la pieza no es más que un friso de la tediosa realidad de unos seres que viven en el campo, siguiendo unas rutinas que no los satisfacen mientras reciben a invitados que llegan de la ciudad y están tan descontentos por sus vidas como los primeros.
Mentiras que se sostienen en el tiempo, amores imposibles, frustraciones individuales, una propiedad que los alberga que va a desaparecer. Nada contiene a estas criaturas. Ya ni siquiera seguir el camino que han tratado de sostener en sus vidas resulta atractivo.
El director Oscar Barney Finn ubica la acción de la pieza en un perdido pueblo patagónico. Eso posibilita que el ambiente se torne más hostil y potencie las conductas de esos personajes tan abandonados a su propia suerte.
El espectador más desprevenido deberá concentrar mucho su atención para poder seguir la historia. Para quien conozca la pieza será muy fácil comprender las relaciones entre unos y otros personajes, tomar conciencia de sus problemáticas y aun reconocer el interior, en algunos casos, de personalidades tan complejas.
Cartas complicadasProfundo conocedor y sumamente estudioso de los clásicos, Barney Finn tiene en sus manos cartas muy difíciles de manejar. No solo Simon Stephens impone a quienes se apoderen de su construcción dramática de un conocimiento profundo de los personajes chejovianos, sino que, además, deberá moldearlos en escena con la capacidad de un orfebre exquisito. De lo contrario, el espectáculo se transformará en una tediosa sesión dramática.
No es esto lo que sucede sobre el escenario del BAC. El actor Paulo Brunetti va minuciosamente desandando la historia, recreando a uno y otro personaje. Encontrará unos tonos de voz, unos gestos, actitudes que posibilitarán ir descubriendo el universo de Chéjov con cierto encanto a veces y, en otras, develando un profundo hastío.
Su intensidad en escena no es continua. Y se nota que hay algunas criaturas que lo movilizan internamente más que otras. Hay pasajes que recrea con notable vitalidad y otros que resultan menos conmovedores. Brunetti es un intérprete con muy buenos recursos, pero su concentración, por momentos, no lo acompaña y, excepto por ciertos detalles con los que se caracteriza a cada individuo desde el comienzo de la obra (un pañuelo, un sombrero, una forma de andar o una manera de plantarse en escena), la historia cae y vuelve a levantarse. Y es allí donde el acto poético se pierde y vuelve a aparecer a los pocos minutos.
Indudablemente, el desafío que impone este texto es muy fuerte. Esta experiencia, seguramente, con el correr de las funciones va a ir encontrando el tono y el ritmo exacto que el autor reclama.