Escribir entre herramientas y chapa quemada
Hay ruido de herramientas, amoladoras a la vista, soldaduras, chapas, olor a metal quemado, martillos cerca de las mesas de trabajo, afiches con instrucciones de seguridad pegados sobre la pared. E...
Hay ruido de herramientas, amoladoras a la vista, soldaduras, chapas, olor a metal quemado, martillos cerca de las mesas de trabajo, afiches con instrucciones de seguridad pegados sobre la pared. Es un espacio enorme, la zona de talleres de una escuela técnica. En un sector, un grupo de alumnos trabaja junto a un docente en la construcción de un auto. A unos metros, en el área donde habitualmente realizan tareas de carpintería y hojalatería, otro grupo de chicos se aboca a algo que hace unos años hubiera sido impensable en ese lugar: escriben poesía.
Se hacen llamar los “poetas electromecánicos” e, impulsados por Pedro Nazar, escritor y profesor de Lengua, son parte de un proyecto educativo que nació poco después de la pandemia y se plasmó en la publicación de cinco libros, charlas en el Espacio Zona Futuro de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, videos, exposiciones. Unos meses atrás, docente y alumnos recibieron un reconocimiento público del Gobierno de la Ciudad, en un acto realizado en el Teatro Colón. Los “poetas electromecánicos” son una apuesta, lúdica y original, a la educación y a la apropiación de la palabra. Son, también, el quiebre de un mito bastante consolidado en las escuelas técnicas: la separación tajante entre el mundo apalabrado de las materias teóricas y el mundo hecho de objetos contantes y sonantes de los talleres prácticos.
Ubicada en San Cristóbal, la Escuela Técnica 25 Fray Luis Beltrán, cuna de los “poetas electromecánicos”, forma técnicos mecánicos y técnicos electrónicos. Al ingresar, Luis Ángel Ricardi (15) habrá imaginado cantidad de cosas. Pero nunca se le hubiera ocurrido que, en el marco de la formación como técnico, terminaría viendo estampada su firma en un libro de poemas. “Se lo llevé a mis padres, que lo leyeron y me felicitaron –cuenta–. Nunca antes los había visto leer”. Sin dejarse vencer por la timidez, Luis Ángel se anima a recitar parte de un poema propio: “Mi corazón llora/. El sufrimiento de la lima,/el último pedazo de electrodo,/lágrimas de piedras volcánicas”.
¿Por qué no mezclar el mundo de la industria y el de las palabras? ¿Qué podía pasar si se hacía la intersección entre dos áreas que parecían destinadas a nunca entreverarse?
Nazar, el profesor, lo mira con orgullo. Recuerda los comienzos del proyecto. “Soy un pésimo profesor”, dice y se ríe con ganas. “Cuando entré a esta escuela, no conocía el mundo de las técnicas. Venía, daba la clase de Lengua y me iba. Pero después llegó la pandemia y todo ese momento de muchas preguntas para la humanidad. Vino el hartazgo. Y las ganas de hacer algo más fuerte, de revalorizar el trabajo del docente y la capacidad creativa de los alumnos”.
Estaba la posibilidad de armar un proyecto bimestral, en el marco de la materia que le toca dictar. Nazar andaba con ganas de desafío. El hilo del que tiró fue el del cruce. ¿Por qué no mezclar el mundo de la industria y el de las palabras? ¿Qué podía pasar si se hacía la intersección entre dos áreas que parecían destinadas a nunca entreverarse? Porque, hasta arquitectónicamente, en el edificio de la escuela teoría y práctica corren por vías separadas: a un lado, el sector de los talleres; al otro, el de las materias teóricas. Pocas chances de intercambio.
Cambio de escenario“¿Qué hacemos acá con la carpeta de Lengua?, le preguntaron sus alumnos el primer día que los invitó a sentarse, papeles y lapiceras en mano, en los bancos del taller de hojalatería.
“¿Qué hacés acá”?, le preguntaron, sorprendidos, no pocos colegas del área técnica.
Nazar no se amedrentó y allí, entre herramientas y ruidos de máquinas, les lanzó a los pibes su propia pregunta: “¿Cuántos tipos de amor conocen?” Ahí nomás se puso a leerles un poema de Oliverio Girondo, escritor que se convertiría en algo así como el alma –o el motor, dado el contexto– del proyecto: “Amor pasado por agua, a la vainilla,/amor al portador, amor a plazos./Amor analizable, analizado./Amor ultramarino./Amor ecuestre (…)”. Los versos de Girondo, una flecha directa a todo corazón adolescente. Nazar les habló a sus alumnos sobre la libertad para combinar palabras, emociones y objetos diversos. Les dijo que no necesitaban constreñirse a la rima. Les dio consignas de escritura en las que siempre había algún elemento ligado al taller mecánico, a la vida industrial, al ajetreo de la técnica. Los invitó a reírse, a jugar. Si alguno dudaba, lo desafiaba: “Acordate de la palabra que se repite tres veces en el Himno: Libertad, libertad, libertad”. Animó a sus alumnos a encontrar los vericuetos del lenguaje, desplegarlos, darles curso. Después, recién después, vendría el momento de pensar en alguna cosa de la gramática.
“El camino es inverso –explica el docente–. No es que yo les enseño un recurso y veo qué hacen ellos. Ellos ya tienen el recurso y me enseñan a mí que ese recurso ya está en su lenguaje”. Entusiasmado, cita un poema de otro de sus alumnos, Laureano Ramos: “Golpea la chapa/ para escuchar sus gritos de dolor/ y no sentirte solo”. El docente se explaya: “Laureano usa una personificación; es decir, le da vida a un objeto que no la tiene. Las chapas no gritan. Ese recurso yo no se lo había enseñado. Lo usó jugando, lo usó porque tuvo esa intuición”.
Nazar les habló a sus alumnos sobre la libertad para combinar palabras, emociones y objetos diversos. Les dijo que no necesitaban constreñirse a la rima. Les dio consignas de escritura en las que siempre había algún elemento ligado al taller mecánico, a la vida industrial, al ajetreo de la técnica
Aula invertida a la enésima potencia. Extranjero en el territorio de los técnicos, Nazar pide a sus alumnos que le digan cómo se llaman los objetos que los rodean. “Taladro de banco, profe”; “Esto, una morsa” le responden. Los chicos, futuros técnicos mecánicos –varios sueñan con seguir estudiando y convertirse en ingenieros; alguno, con fundar una empresa de venta y compra de autos– descubren que el lenguaje los habita de un modo mucho más intenso del que suponían.
“Yo escribo poesía, y a veces leo cosas que escribieron mis alumnos y me pregunto ¿por qué no lo escribí yo?”, confiesa, con una sonrisa, Nazar. Al trabajo de la experimentación con la escritura le siguió el desafío de la edición. Y en eso también tuvo mucho que ver la energía arrolladora del docente. En septiembre de 2021 nadie quería publicar el libro de la primera tanda de flamantes poetas. Entonces, Nazar creó un sello propio, “Industria Ficción” (con su logo correspondiente), le pidió a un alumno, Thiago Olivera, que hiciera el diseño, y los llevó a imprimir. Hubo empeño, colaboración colectiva. Los libros vieron la luz.
Aquel primer volumen se llamó Nashe, palabra irreconocible para cualquiera nacido en el siglo XX, pero muy cercana a los alumnos de entre 14 y 15 años que pueblan el aula de Nazar. “Nashe es un meme –explica el profesor–. Un blogger lo puso de moda y todos los chicos lo repiten. Nació en internet, circula en internet, significa ‘está todo bien’. Tiene la velocidad con que se mueven estas cosas”. Nashe: algo así como una muletilla de última generación, puro código adolescente que el curso que debutó con el proyecto votó de manera unánime: su libro llevaría ese título. Si la idea era escribir y perderle el miedo a las formalidades de la lengua, ¿por qué no coronar el trabajo con una palabra cercana, hija del vértigo digital?
A Nashe le siguieron cuatro libros más, uno por cada nueva experiencia del proyecto y cada cual con su título votado por todos los alumnos: XD (en alusión a la “carita feliz” generada con letras a falta de emoji), Wazaa (parodia de un personaje de una película de terror), Mewing (un gesto de moda en las redes sociales, ligado a las selfies y originalmente creado para desarrollar los músculos de la mandíbula) y el último, Sigma (alguien que está por sobre la media y se guía por sus propias reglas).
“Cuando en la tapa de un libro ven una palabra que ellos dicen todo el tiempo, pueden pensar ‘Esto es para mí’”, ratifica, exultante, Nazar. Cuenta que suele llevar a los alumnos nuevos a leer a la biblioteca de la escuela (que, entre otros libros, dispone de varios ejemplares de Espantapájaros, de Girondo, y todos los libros publicados hasta ahora por los Poetas electromecánicos). Para la mayoría de los chicos, esa biblioteca es territorio ajeno. Pero la cosa cambia cuando ven ciertos libritos titulados Nashe o Sigma, los abren, van pasando las páginas y descubren lo que chicos de su edad escribieron, con la misma sensibilidad, las mismas trayectorias y búsquedas similares a las de ellos.
A veces todo es cuestión de pequeños, estratégicos gestos.
Libertad, libertad, libertad“A mí lo que más me interesó del proyecto fue poder hablar con libertad, poder expresar nuestros pensamientos y sentimientos en un libro”, dice Laureano Ramos, poeta electromecánico que ya vio sus poemas publicados. No solo eso: en la puerta del aula de teoría colocaron un banner con un verso de su poema “Consejos para golpear una chapa”.
Nicolás Bonada, otro poeta adolescente, aparece en un video de Instagram grabado en el taller. Allí se planta junto a un volumen de Mewing –convenientemente sostenido por una prensa– y aclara: “Quiero grabar este poema que no pudo entrar en este maravilloso libro porque el profe no entendía mi caligrafía: ‘En el taller el techo está haciendo una humedad/ pintura descascarándose de lágrimas/ de mechas rotas en el piso’”.
Nicolás explica que al principio le costaba resolver las consignas de escritura. Hasta que entendió: “Lo que tenía que hacer para lograr el poema era no seguir lo convencional, no escribir pensando; tenía que escribir yéndome al carajo”. Nicolás tiene manejo de escena; hace un silencio tras la última palabra pronunciada, sonríe, genera expectativa. Continúa, con un pizca de teatralidad: “Así sigo escribiendo, en un papel en blanco, un mundo de libertad y felicidad. Y bueno, irse al carajo… A veces te dicen ‘Eh, niño, carajo es una mala palabra’. Y yo les digo: ‘paren, paren, paren. ¿Qué es el carajo? No es una mala palabra, es la parte de arriba del barco adonde nosotros vamos a buscar creatividad e inspiración’”.
Además de la presencia en Zona Futuro, Nazar llevó la iniciativa a charlas en otras escuelas técnicas, a la Feria del libro de Chacabuco y a la Feria de Educación, Artes, Ciencia y Tecnología de la Ciudad
En la contratapa de Sigma, Mercedes Miguel, Ministra de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, celebra y felicita el proyecto. En unos de los videos subidos a @ificcion (el sitio de Instagram del proyecto) una chica lee “¿Por qué las máquinas lloran océanos?”. Además de la presencia en Zona Futuro, Nazar llevó la iniciativa a charlas en otras escuelas técnicas, a la Feria del libro de Chacabuco y a la Feria de Educación, Artes, Ciencia y Tecnología de la Ciudad. La riqueza pedagógica de la experiencia, su modo de darle una vuelta de tuerca a lo ya dado y refrescar la conexión con la palabra escrita están a la vista. Si eso no bastara, la alegría de los chicos (y de las chicas, muy presentes en Sigma) confirman que habrá más libros electromecánicos en el horizonte.