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Ricardo González, el capitán de la primera Generación Dorada, recuerda a sus 100 años la epopeya del Mundial de 1950

Su sonrisa fresca y contagiosa no permite dimensionarlo. Ni como prócer deportivo de la Argentina, ni como un hombre que tiene una vida tan vivida que da placer mirarlo, escucharlo, interrogarlo.....

Ricardo González, el capitán de la primera Generación Dorada, recuerda a sus 100 años la epopeya del Mundial de 1950

Su sonrisa fresca y contagiosa no permite dimensionarlo. Ni como prócer deportivo de la Argentina, ni como un hombre que tiene una vida tan vivida que da placer mirarlo, escucharlo, interrogarlo.....

Su sonrisa fresca y contagiosa no permite dimensionarlo. Ni como prócer deportivo de la Argentina, ni como un hombre que tiene una vida tan vivida que da placer mirarlo, escucharlo, interrogarlo... Emana historia, exuda energía, multiplica alegría. Son 100 años completamente “bien administrados”, dice, y suelta una y otra carcajadas. Deja su mecedora, toma el bastón y va. Nada ni nadie lo detienen. Nunca pudieron hacerlo, ni en una cancha ni afuera.

Su imagen gana todo el lugar, porque su figura es inmensa, porque se trata del único sobreviviente de los campeones del mundo de básquetbol de 1950, año en que la selección argentina alcanzó la gloria superando a Estados Unidos y el Luna Park vio brillar a un grupo de muchachos que tenía al Negro como estandarte y capitán. Y que coreó su nombre: Ricardo Primitivo González.

Eva, su hija, organiza la charla, le pregunta a su padre si quiere ir al parque a conversar con LA NACION y Valerio, el yerno de Ricardo, se encarga de buscar las reliquias deportivas que atesoran en la casa. “Gracias por venir a visitarme”, dice en más de una ocasión González, porque entiende que los encuentros para hablar de su leyenda son una forma de “acariciar el alma”. Y expone sus emociones: “A mis 100 años, que se acuerden de mí...”. No completa la frase. No hace falta.

Es que la historia lo ubicó en un lugar de privilegio. Después de muchos años disfruta que a su generación, la del ’50, se la considere la primera en ser “dorada”. Entre 1948 y 1955 aquella selección argentina se mantuvo en la élite del básquetbol del mundo, pero cuando la Revolución Libertadora tomó el poder, etiquetó a aquellos jugadores como “profesionales”, y en esa situación falsa todo se desdibujó. En realidad, esa calificación era parte de una revancha política contra el gobierno de Juan Domingo Perón, que había otorgado a los basquetbolistas algunos privilegios por los logros deportivos (por caso, un permiso para importar un vehículo). Frente a esa situación, se condenó a 36 jugadores a suspensiones de por vida.

“Es un recuerdo triste, pero bueno, es lo que nos tocó. Fue injusto, pero después los muchachos hicieron saber que nosotros fuimos importantes para la historia del básquet”, relata Ricardo. Y lo cierto es que aquella selección fue revolucionaria en todas sus formas. En el Mundial Argentina 1950 debutó con una amplia victoria sobre Francia, el subcampeón europeo. En la etapa final superó a Brasil, a Chile, nuevamente a Francia y a Egipto, que era el campeón de África. En la final se enfrentó con Estados Unidos y la gente explotó en las calles tras esa conquista.

Eva ofrece un café y un vaso de jugo, y Ricardo acepta uno de agua. Ella mira a su padre con una admiración que conmueve y él acepta cada una de sus sugerencias. Se miman, se cuidan. Ella dice: “Está bien papá. El problema es que él no se da cuenta de que no es usual vivir 100 años. Parece como si tuviera mucho menos. No dejo de sorprenderme por su memoria y no me canso de escucharlo”. El Negro oye a Eva y suelta una sonrisa que hace perfecto el momento. Y el aire se vuelve más fresco.

–¿Lo cansa hablar del campeonato del ’50? ¿O sigue gustándole?

–Cuando me encuentro con alguien al que le gusta el deporte, disfruto. No me molesta contar aquella historia, me gusta. La verdad es que fue una linda época, en la que fueron bien hechas las cosas. Para el Mundial, se las hizo bien.

–¿Qué quiere decir?

–Nos concentramos, algo que, para esa época, no era tan normal. Para el Mundial estuvimos prácticamente 30 días concentrados en River. Los que éramos solteros teníamos libre solamente del domingo a la mañana al lunes a la mañana. Los que eran casados tenían que volver el miércoles a la tarde. Se entrenaba fuerte. Por ejemplo, hacíamos 100 tiros desde la línea de foul por día, y lanzábamos otros 100 desde el lugar en el que más cómodos estábamos y lo hacíamos con un compañero. Aparte teníamos dos kinesiólogos, un médico... Después, el equipo ganó el torneo con un promedio de 70 puntos y un 80% desde la línea de foul. Eso indica que el trabajo que se hizo estuvo bien. Pienso que eso produjo la obtención del campeonato.

–¿Cuál es el primer recuerdo que viene a su mente cuando le hablan del título de campeón del mundo?

–El primer recuerdo es el final del partido, el recuerdo más importante. Una cosa muy linda. La gente pasaba por River y nos tocaba bocina desde los coches cuando salíamos a entrenarnos... Lo que era el Luna Park cuando ganamos el título...

Ricardo se deja llevar por la retrospección, levanta la vista como buscando más imágenes y continúa: “Qué hermosa época con los muchachos. Nosotros queríamos ganarles a los americanos. Aceptamos jugar con nuestra pelota un tiempo y en el segundo con la de ellos. Les ganamos los dos tiempos... ¡Qué lindo!”, evoca. Aquella final terminó 64 a 50. Este 3 de noviembre se cumplieron tres cuartos de siglo.

–¿Qué recuerdos tiene sobre las suspensiones de por vida a ustedes?

–Pienso que la política se metió y fue un problema; ya no fue lo mismo. Suspendieron a 36 jugadores. Yo, por ejemplo, no jugué más. Volví después a Palermo, cuando terminó la suspensión, que fue como de 11 años. Decían que éramos profesionales, pero nada que ver. Lo que pasó es que nos dieron unos permisos para importar un auto y a algunos de los muchachos les dieron unos vales de carne. Muchos los vendían y eso les servía para vivir algunos meses.

–¿Usted vivía del básquetbol?

–Nunca viví del básquet. Primero trabajé en Citibank, al que entré a los 17 años, más o menos. Yo jugaba en Palermo. Después me fui del banco porque me habían convocado para ir a los Juegos Olímpicos Londres ’48; yo tenía 23 años y eso iba a llevarme varios meses. Entonces, el gerente nuevo del banco no aceptaba que yo faltase por jugar en la selección. Después, cuando volví, un día me llamó y me preguntó si quería volver, pero le dije que jugaba en Palermo y el presidente me había dado trabajo en su inmobiliaria. El presidente era don Juan Boracchia, y me permitía ir a la oficina con algunas libertades, porque tenía que entrenarme en la semana. Pero los sábados y los domingos trabajaba todo el día vendiendo lotes.

–¿Por qué fueron campeones del mundo? ¿Qué tenía ese equipo?

–Nosotros no pensamos que íbamos a salir campeones del mundo. Pero después de entrenarnos tanto y de estar bien en los primeros partidos, que ganábamos bien... El equipo prácticamente no tuvo ningún triunfo apretado; el partido más apretado fue con Brasil. Entonces, cuando empezamos ya vimos que las cosas estaban bien. Teníamos un equipo preparado como muy pocos lo hacían en esa época. Teníamos dos preparadores físicos, que no cobraban nada, pero que colaboraban; teníamos kinesiólogos, médicos... Y jugábamos juntos desde hacía mucho, porque la gran mayoría de los que fuimos a los Juegos de Londres después fuimos al Mundial, al Sudamericano y a los Panamericanos. Argentina ganó los Panamericanos en el ’51 . Y en el ’55 volvió a ganarle a Estados Unidos, en los Juegos Panamericanos de México. Estábamos enloquecidos, porque al otro año, en el ’56, iríamos a los Juegos de Melbourne. Entonces vino la Revolución... Y al final, cuando faltaban 15 días, no fue nadie. Después vino la intervención y dejamos de jugar. Entonces, ya prácticamente... Calculá que el ’56 yo tenía 31 años, y todos andábamos por los 30. No nos quedaba mucha carrera en ese nivel. Muchos dejaron y no volvieron más.

–¿Le dio miedo esa situación?

–Mirá, no me dio miedo, pero lo hacían sentir. Así que si uno no se metía, evitaba un problema. Después, cuando nos levantaron la suspensión, estuvimos más tranquilos.

–¿Cuánto hubo de cierto sobre que ustedes recibían dinero para jugar, eran profesionales?

–Voy a contarte una cosa: ninguno de nosotros vivía del básquet. Algunos muchachos, los que jugaban en Racing, sí tenían algunas libertades como para entrenarse y demás. El presidente era Cereijo, que era ministro de Hacienda del gobierno de Juan Domingo Perón, entonces a ellos les daba una cuota de carne y les aseguraban, por ejemplo, poder vender eso para ganar dinero. Porque se podía vender. Pero no todos teníamos eso. Yo, con el laburo que tenía, estaba bien. Y trabajé hasta hace 20 años.

–¿Por qué empezó a jugar al básquetbol?

–No me lo preguntaron mucho y está lindo recordarlo. Yo vivía cerca del club Añasco, en el que aprendí a jugar al básquet. Pero también jugaba al fútbol en Chacarita. Un día me jorobé un tobillo jugando al básquet. Fui a un kinesiólogo que trabajaba en Chacarita y él me dijo que tenía que decidirme. Me dijo que el fútbol podía darme quizás un buen pasar y que el básquet no iba a asegurarme un futuro. Y entonces decidí seguir con lo que más me gustaba en la vida: el básquet. Seguí en Añasco un tiempo, y después me fui a jugar a Deportivo Buenos Aires, que estaba en la calle Gaona y la avenida San Martín. Antes de los 17 años ya jugaba en la primera.

–¿En qué puesto jugaba al fútbol?

–De wing derecho. Andaba bien, era rápido, tenía condiciones.

–¿Sigue mirando básquetbol?

–Sí, miro todos los partidos que puedo. Estoy todo el día acá, en la casa de mi hija, así que tiempo me sobra.

–¿La NBA le gusta?

–Sí, me gusta verla. Sigo a este muchacho James. Ese es bueno de verdad. Pero miro todos los deportes. Mucho fútbol, también. Soy de Independiente, así que miro siempre al Rojo.

–¿Habla con los jugadores de la Generación Dorada?

– Ginóbili es un chico al que quiero mucho. Y creo que él me re-quiere, mucho también. Cuando viene a Buenos Aires, algunas veces hablamos por teléfono. Yo quiero a todos, son una maravilla.

–¿No se le dio por seguir ligado al básquetbol? ¿Entrenando a algún equipo, por ejemplo?

–No, porque trabajaba mucho en la inmobiliaria. Me dediqué a eso, que me daba dinero y me permitió vivir muy bien.

–¿Qué siente por el básquetbol?

–El básquet significó muchísimo, es mi vida. Muchísimo. La amistad...

–Lo emociona.

– Y es que es mi vida. No puedo decir más que “gracias”. Me abrió puertas, me dio amigos, me enseñó valores, viví experiencias inigualables, como que la gente me muestre cariño... Yo creo que siempre me porté bien con la gente y eso me permitió recibir mucho afecto de todos.

–¿Cree que podrías haber jugado en el básquetbol de hoy?

–Sí, podría haberlo hecho. Porque nosotros, cuando ganamos el Campeonato Mundial, jugábamos un básquet moderno. Teníamos velocidad en cada jugada, teníamos un emboque alto. El equipo argentino ganó el Mundial con un promedio de 70 goles o más por partido. Para esa época era muy alto ese goleo. Yo era el primer atacante, por eso hacía tantos goles; era base y tenía buen emboque. Mirá: el básquet no cambió mucho. Lógicamente, ahora los jugadores están más cuidados, pero el juego es el mismo. Y para los que nos tocó el sueño, jugar el Mundial y los Olímpicos no se olvida jamás.

–¿Con qué jugador de ahora se identifica?

–Era parecido a Campazzo. Era rápido, distribuía el juego... ¿Te cuento una cosa? Yo saltaba tanto que alcanzaba a meter la pelota.

–¿Volcaba la pelota?

–Si, claro. Lo hacía bastante. Era muy ágil, tenía buen salto.

–¿De qué jugadores argentinos disfrutó en todos estos años?

–Campazzo, Ginóbili... Sánchez era muy bueno, Scola me gustó mucho también. Oscar Furlong era un gran jugador de básquet. Roberto Viau era muy técnico, sabía todas las mañas de un jugador, manejaba bien la izquierda y la derecha... Todos los campeones del ’50 jugaron muy bien. Podríamos decir que tuvimos muy buenos jugadores. Y que hicimos cosas muy lindas.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/deportes/basquetbol/ricardo-gonzalez-el-capitan-de-la-primera-generacion-dorada-recuerda-a-sus-100-anos-la-epopeya-del-nid22112025/

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